A 100 años del inicio del  Moderno Muralismo en México (1922-2022) y a 108 años del nacimiento del Maestro Raúl Anguiano Valadez (26 de febrero de 1915, Guadalajara, Jalisco-13 de enero de 2006, Ciudad de México) vuelvo a recordar que, el martes 15 de febrero de 2005, en la inauguración de la exposición “Raúl Anguiano en las Artes Gráficas” (1915-2005), en el Museo Nacional de San Carlos, “al quedarme mirando fijamente uno de sus autorretratos, en la sala de exposiciones, sentí una sensación de identificación tal con su quehacer artístico que me dieron ganas de dirigir una serie de programas para la televisión en la que se plasme su vida y obra, en toda su integridad”.

A 17 años de su fallecimiento, no he realizado mi idea, pero sigue latente. Pienso en un la realización de un documental, combinado con ficción, para el cine digital. Mientras tanto, continúo en la investigación de cultivar el arte de escribir para el cine y la televisión.

Esther Acevedo, en el libro La Pintura Mural en los Centros de Educación en México, Biblioteca Escolar, Comisión de Libros de Texto Gratuito, SEP, 2003, página 192, comentó que “en 1923 se inauguró (debió haber dicho se develó, el mural La creación (fresco en encáustica, 11,45 m x 4,80 m) de Diego Rivera, en el Anfiteatro Simón Bolívar, anexo a la Escuela Nacional Preparatoria”, antiguo Colegio de San Ildefonso, obra realizada en 1922.

El joven artista Raúl Anguiano llegó, por primera vez, a la Ciudad de México, en 1934, tenía 19 años. Su amigo Jesús Guerrero Galván, también joven artista, 10 años mayor que él (1 de junio de 1910, Tonalá, Jalisco-11 de mayo de 1973, Cuernavaca, Morelos), ayudante del maestro muralistas Diego Rivera, lo invitó a trabajar como ayudante de aquel famoso “monstruo”, tanto por su obra artística, como por sus revolucionarias ideas políticas. Inmediatamente, Raúl Anguiano se dedicó al armado y uso de andamios, a la mezcla de pinturas y, sobre todo, con gran pasión, a estudiar la técnica del fresco o pintura mural que consiste en la aplicación de colores disueltos en agua sobre una pared recién enlucida, todavía húmeda.

Me imagino al joven aprendiz realizado tareas de revoque grueso y rugoso como base y, luego, sobre ese primer revoque, otro más liso en el que se trazarían los diseños de lo que se va a pintar o sinopia. Me imagino al joven aprendiz trabajando en sus primeros murales: “La Educación Socialista” (1934), borrado, “La Revolución Mexicana en la Educación” (1935), destruido, adquiriendo el conocimiento pleno de que sobre la sinopia va un enlucido de mortero y polvo de mármol llamado intonaco, muy fino, pues había que dejar visible el dibujo para guía del pintor.

“Con el equipo de la ATAP (Alianza de Trabajadores de las Artes Plásticas), en 1934, (Dina Comisarenco Mirkin, en el libro Las Cuatro Estaciones del Muralismo de Raúl Anguiano, editado por Brigita, viuda del Maestro, y su hija Linda Anderson, San Diego, California, USA, 2014), Anguiano participó en la decoración del cubo de las escaleras de la escuela Carlos Carlos A. Carrillo, en la colonia Portales, en la Ciudad de México. El tema del ciclo era La Revolución mexicana o La educación socialista… También con la ATAP, Anguiano participó, en 1935, como asistente en el ciclo Las fuerzas de la historia o La Revolución mexicana en la educación, conformado por cinco paneles realizados al fresco en los muros exteriores del Instituto Politécnico [Nacional], en la colonia Argentina”, Ciudad de México.

Vale hacer un paréntesis para escribir sobre Máximo Pacheco (1905, Huichapan, Hidalgo-1992, ¿Ciudad de México?), un muchacho de origen otomí que llegó a la Ciudad de México, en 1918, quien a los catorce años se empleó en mezclar cemento y colores, para Diego Rivera y Fermín Revueltas.

Cuenta Anita Brenner  (Ídolos tras los altares 1929, Editorial Domés, Ciudad de México, 1983) que “al terminar sus labores del día, se divertía en hacer pinturas que decía eran sus memorias… Cuando tuvo la edad legal suficiente, le fueron entregados los muros de una escuela para que los decorara… El éxito de Rivera y de los niños de las escuelas en otros países hizo que en la Secretaría de Educación Pública se reconsiderara la idea de los murales, lo que redundó en beneficio de Máximo Pacheco, quien había estado ya asociado tanto con Rivera como con las famosas escuelas… Durante algún tiempo, hasta que cumplió dieciocho años, trabajó como asistente de Rivera y dibujó por las noches. Luego consiguió un trabajo de medio tiempo en una fábrica, lo que le dejó libres las tardes y las noches para pintar. Cuando exhibió, con un éxito inusitado, en la Ciudad de México, quedó convertido en el único artista que podía vivir de las ventas de sus cuadros, aunque siguió llevando una vida de frugalidad indígena.

Más tarde envió un cuadro a la Exposición Panamericana de San Francisco que le valió muchísimos elogios. El Secretario de Educación estaba a tal punto impresionado con el encanto de su obra (que él dice es toda autobiografía), así como por la salvaje puerilidad de su persona, que le encargó la comisión de decorar una pequeña y nueva escuela, muy hermosa, en uno de los barrios pobres de la Ciudad. Allí, entre niños tímidos y morenos como él, pudo encontrar modelos que le agradaban tanto como su propio ser. Sus frescos son escenas de niños que juegan y trabajan en los campos, en los bosques, que comen frutas con la textura y el color de sus propios rostros morenos de albaricoque. ‘Deseo pintar cuadros revolucionarios –decía- y puedo poner pistolas de juguete en las manos de los niños, pero eso no es realmente revolución; por lo tanto estoy desarrollando las ideas que los niños tienen de la Revolución. Por ejemplo, en esa escena de los bosques hay un niño muy goloso que coge toda la fruta; esta es tan pesada que el chico tropieza y cae, en el momento que un zapote maduro le cae sobre la cabeza. Lo único que me molesta es que ya he usado los mejores muros y todavía tengo mucho que pintar. También me molesta el hecho de que no puedo trabajar lo suficiente de noche por culpa de los mosquitos.’ Y suspiraba…”

¿Por qué el paréntesis para escribir sobre Máximo Pacheco? Porque Máximo Pacheco y Raúl Anguiano cultivaron una gran amistad y, en 1936, montaron conjuntamente, una exposición de sus obras, en el Palacio de Bellas Artes. Raúl Anguiano ya era, pese a su juventud, desde 1935, y fue, hasta 1967, Maestro de pintura en la escuela de pintura y escultura La Esmeralda e inspector de enseñanzas artísticas del Instituto Nacional de Bellas Artes.

En los 30s del siglo XX (1934), Raúl Anguiano se inició -escribió Dina Comisarenco Mirkin- en el arte de la pintura mural muy temprano, cuando se empleó como asistente de sus amigos muralistas Jesús Guerrero Galván, Roberto Reyes Pérez, Máximo Pacheco y Juan Manuel Anaya, grupo que por aquel entonces constituía la así llamada Alianza de Trabajadores de las Artes Plásticas (ATAP).