Plinio (61/112 a. C.), conocido como Segundo, para diferenciarlo de su tío Plinio el Viejo, en alguna de sus obras, no recuerdo cual, refiere que Temístocles (524/460 a. C), el político, gran estratega y gobernante ateniense, mandó fundir una pequeña estatua de bronce a la que dio el nombre de Hidróforo (El que lleva el agua). El mismo Plinio nos informa que la estatuita se hizo fundiendo las monedas que, como multa, pagaban aquellos que, abriendo canales particulares, robaban aguas públicas.

De lo referido por Plinio, se ve que, en Atenas de la antigüedad clásica, hacer uso de un recurso público con fines privados era una infracción, pues sólo ameritaba la imposición de una multa.

De unos años a la fecha, en México han surgido nuevos oficios: perforadores de ductos de Pemex, extractores, distribuidores y vendedores de combustible robado. En teoría, la realización de cualquiera de esas actividades es delito; por serlo, quienes los cometen deberían ser juzgados y castigados con una pena. Se informa que esos delitos se han incrementado en el actual sexenio (Reforma, 6 de marzo de 2023).

En muchas carreteras, a la vista de todos los que pueden ver, se expende combustible robado; incluso los que lo hacen se dan el lujo de diferenciar entre uno y otro combustible. En la comisión de esos ilícitos pudiera haber complicidad de los empleados de Pemex, por cuanto a que ellos, con los controles cibernéticos con que cuentan, pueden detectar, en cualquier momento, variantes en la presión, lo que implica la existencia de una fuga. También existe omisión de parte de las policías y del ejército; los delitos de distribución y venta de combustible se realizan, sino a la vista de todos, sí ante los ojos de medio mundo.

Los empleados de Pemex están en posibilidad de detectar cualquier variación que existe en la presión del fluido; si no dan la voz de alarma, malo; si la dan y no es atendida, peor. En fin, al parecer, muchos se están enriqueciendo con un bien de la Nación y ello es una de las causas de que una empresa petrolera, como lo es Pemex, que se dedica a un negocio que en otros países es de lo más que redituable, en México sea motivo de pérdidas incalculables.

De alguna forma se premia a quienes sustraen combustible de la Nación. Todos recordamos la tragedia de Tlahuelilpán, Hidalgo. El 18 de enero de 2019, en esa población hidalguense, unos huachicoleros perforaron los ductos de combustible propiedad de PEMEX; al estar extrayendo y robando combustible, la maniobra salió de control; se produjo una gran fuga; los habitantes de la comunidad trataron de sacar provecho de la ilegalidad ante la vista y complacencia de las fuerzas del orden, tanto federales como locales. Las autoridades se abstuvieron de actuar, en razón de conocer lo agresivo que son los lugareños. Obvio, sucedió lo que tenía que suceder.

Una pequeña chispa, tal vez proveniente de la ropa de uno de los que se aprovechaban de la fuga, provocó un gran incendio y una enorme tragedia. El fuego fue controlado después de muchas horas. El saldo final: 137 fallecidos y un número crecido de quemados. Las autoridades, ante la magnitud de la tragedia, intervinieron y ofrecieron ayuda. De lo que se informó ninguno de los sobrevivientes fue perseguido penalmente, todo lo contrario: recibieron servicios de salud y la promesa de apoyo.

Los sobrevivientes alegaron que fue la pobreza la que los llevó a robar combustible y en el mejor de los casos, a tratar de sacar alguna utilidad del ilícito cometido por otros. El respeto a la propiedad ajena y el sentido del deber nos indica que ninguna pobreza justifica exponerse a cometer un ilícito con riesgo inminente de la vida o de la salud.

Ciertamente la tragedia que vivieron los habitantes de Tlahuelilpán, rebasó los límites imaginarios del dolor humano. Murieron mujeres, hombres y niños. Muchas muertes son dolorosas, entre ellas está la que produce el fuego. Los que hemos sufrido una quemadura, por pequeña que ella haya sido, damos testimonio de que es algo doloroso. Mucho más lo es cuando las llamas abrasan todo el cuerpo. La muerte de los hidalguenses, indudablemente, fue dolorosa. A todos nos conmocionó, pero sobre todo la de los niños. No es admisible que un niño sufra y mucho menos, que parta de este mundo de manera tan dolorosa.

Mucho fue culpa de las autoridades; éstas, con tal de tener electores cautivos, prometen la protección del Estado aún a aquellos que, por incurrir en ilícitos, sufren alguna desgracia. Ante la magnitud de la tragedia y lo fuerte del reclamo de los infractores, las autoridades olvidaron el principio romano de derecho que dice: Nemo auditur propriam turpitudinem allegans (No se oiga a quien alega su propia torpeza).

En el caso, la voracidad se impuso sobre la prudencia; el deseo de ganancia, al respeto a la Ley; la acción irreflexiva, sobre el sentido del deber. Ante la magnitud de la fuga de combustible, el sentido común aconsejaba alejarse del lugar. Despreciaron la prudencia; actuaron irresponsablemente. Los tlahuelilpenses en el pecado llevaron la penitencia. Alguien dirá: los sobrevivientes no lo volverán a hacer. Esa es una posibilidad; está por verse. El respeto a la Ley, por regla general, no es inherente al mexicano.

El pueblo es bueno siempre y cuando exista una autoridad que lo obligue a serlo. Sólo el temor al castigo lo hace ser respetuoso de la propiedad ajena. Frecuentemente, cuando un padre de familia ve un objeto valioso abandonado, le dice a su hijo: “chin …”; el menor entiende que debe levantarlo y apropiárselo. Así están las cosas.

Plinio refriere que la estatua de Hidróforo que Temístocles mandó fundir y que se exhibía en Atenas, pasado el tiempo, fue trasladada a Sardes y colocada en el templo de la Diosa Madre. Ahí se perdió su rastro. No nos dejó una descripción de ella.