El “Gran Reemplazo” reaparece en Túnez

Democracia ejemplar, Túnez, el más pequeño país del Magreb, cuando en 2011 se sacudió del dictador Zine El Abdine Ben Ali, marcó el inicio de la Primavera Árabe, el intento de libertad y democracia, derechos humanos y mejoría del nivel de vida en países musulmanes y confirmó su talante progresista, con la fuerte participación de las mujeres en la política y un régimen de cohabitación de líderes y partidos políticos laicos y religioso musulmán.

Hasta que el país sufrió un sismo político, cuando el 25 de julio de 2021 el presidente de la república Kaïs Saïed (de quien me había ocupado en mi artículo del 22 de julio de 2019, en esta revista) destituyó al primer ministro, suspendió al parlamento e impidió que la corte de justicia se constituyera: se arrogó las atribuciones de los otros poderes del Estado, ¡con el apoyo, en aquel entonces, de casi el 90 por ciento de sus compatriotas!, disgustados por la corrupción y politiquería en el país. Lo que aprovechó Saïed para increpar a los “corruptos”, en expresiones que nos son familiares, “que devuelvan lo robado al pueblo”; al mismo tiempo que respondía a quienes temían su deriva autocrática, que, como dijo el general De Gaulle, “a sus 63 años no se había descubierto tener vocación de dictador”.

Lo cierto es que hoy el régimen está lejos de ser una democracia, con un parlamento “fantoche”, electo apenas por un 10 por ciento del electorado, que asistió a los comicios, la persecución sistemática de opositores -se incluye a inmigrantes- y su arresto, lo que dio lugar a que el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, Volker Turk, expresara este 14 de febrero su preocupación, Y que Francia también reaccionara con inquietud; y la designación de militares de alto grado en cargos importantes del Estado -lo que también nos suena familiar.

Importa para este artículo informar que el presidente tunecino se ha lanzado de manera virulenta contra los inmigrantes africanos subsaharianos, “cuya presencia -dice- es fuente de violencia y crímenes”. Lo que me recuerda el cacareo de Trump, aspirante presidencial en 2015, acusando a los inmigrantes mexicanos de traer droga a Estados Unidos y ser violadores.

Hago notar, además, que la presencia de migrantes es obligada en Túnez, pues parte de su litoral se encuentra a menos de 150 kilómetros de la isla italiana de Lampedusa, que es la esperanza, pero también sepulcro, ahogados en el Mediterráneo, de muchos de los que soñaron con llegar a Europa. Una inmigración, por cierto, que apenas cuenta con 21,000 subsaharianos, ilegales los más, en un país de 12 millones de habitantes -según cifras oficiales de Túnez. Aunque, según las cifras oficiales italianas, más de 32,000 migrantes arribaron clandestinamente a la península en 2022. ¡Pero 18,000 eran tunecinos!

Lo más grave de esta cruel acción represiva es que el presidente Saïed dice que la inmigración responde a una “empresa criminal urdida en los albores de este siglo para cambiar la composición demográfica del país”: la teoría del Gran Reemplazo, que, según el mandatario, pretende transformar a Túnez en un país “solo africano”, desdibujando su carácter árabe-musulmán”. Teoría racista, surgida en la extrema derecha francesa para defender a los blancos católicos y cristianos frente a la ¡invasión de musulmanes!, entre otros pueblos.

 

Breviario sobre El Gran Reemplazo

La teoría de Le grand remplecement, surgida de la extrema derecha, considera que los europeos blancos católicos o de otras confesiones cristianas, están siendo sistemáticamente reemplazados por pueblos no europeos, a través de la inmigración masiva y su crecimiento demográfico frente a la pobre tasa de natalidad de los europeos. Este genocidio blanco –dicen quienes consideran que existe- responde a un complot de las élites liberales del mundo, de las que no escapa la Unión Europea.

La teoría del Gran Reemplazo es divisa de partidos de ultraderecha principalmente europeos, pero ha enraizado también en Estados Unidos y otras latitudes -lo estamos viendo en Túnez, país africano-, cuenta con literatura: novelas, tiene su “bestia negra”, George Soros, el financiero judío de origen húngaro, que la dirige y sus apasionados promotores y seguidores, desde la política, como Marine Le Pen, Éric Zemmour, Matteo Salvini, Viktor Orban, ¡el español Santiago Abascal!, y los dirigentes de all-right de Estados Unidos.

El Gran Reemplazo tiene también fanáticos que asesinan a los no blancos en “tierra de blancos”: el islamófobo australiano Brenton Tarrant que el 15 de marzo de 2019, tiroteó dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, con un saldo de 51 muertos y 49 heridos; Patrick Wood Crusius, el joven blanco de 21 años que mató a 22 personas e hirió a otras dos docenas el 3 de agosto de 2019, en El Paso (Texas), quien confesó que el objetivo de su brutal ataque, eran los mexicanos; y el supremacista blanco Payton Gendron, que asesinó a 10 afroamericanos en un supermercado de Búfalo, Nueva York, el 14 de mayo pasado.

 

Europa blanca y cristiana

La teoría del Gran Reemplazo es, como señalé, principalmente europea y, en consecuencia, no pocos gobiernos europeos -y núcleos de la sociedad civil- truenan contra la inmigración, al tiempo que hostilizan a los migrantes: en Francia, España e Italia, por ejemplo, se enconan contra la inmigración del Magreb -marroquíes, argelinos, de Túnez, etcétera- y del África Negra -subsaharianos.

En países de Europa Central -Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría, la inmigración tolerada tendría que ser blanca y cristiana. Por ejemplo, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, “un cruzado cristiano contra el islam”, como lo llama el diario francés Le Point, y además de origen calvinista, se declara vinculado a una “Europa cristiana” y aplica una política anti inmigrantes, que durante la grave crisis humanitaria de 2015, cuando legiones de migrantes, procedentes de Siria, Afganistán, Eritrea, Nigeria, Albania, Pakistán, Somalia, Irak, Sudán, Gambia, Egipto, Marruecos, India, Nepal, Bután, Sri Lanka y Bangladesh y sumaban, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) 999, 343 personas -sin contar a quienes perdieron la vida- rehusó apoyar la propuesta generosa de Ángela Merkel, de que cada país de europeo, en una repartición equitativa, se hiciera cargo una cuota de inmigrantes. Recordemos que Merkel se arriesgaba políticamente con esta propuesta.

Orban, que por cierto recibirá al papa Francisco el 28 de abril y seguramente tratará el tema de los inmigrantes, acusa a Bruselas -los órganos de la Unión Europea- de “pro inmigración” y en su crítica a los países de Europa que reciben inmigrantes no europeos, habla de Alemania en la que, después de recibir sirios, “repentinamente todo el mundo -políticos, funcionarios, empresarios, etc.- es sirio”. Una muestra del Gran Reemplazo: desaparecerán los alemanes, sustituidos por los sirios. Contra lo que debe echarse a andar: “una política cristiana que proteja a la gente a nuestras naciones, nuestras familias, nuestra cultura enraizada en el cristianismo y la igualdad entre hombres y mujeres. En otros términos, nuestro modo de vida europeo.”

Independientemente de este integrismo contrario a los valores esencialmente liberales de Occidente, los países europeos han recibido y otorgado protección a los ucranianos desplazados por la guerra en su país. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) 16,3 millones de personas han huido de Ucrania, siendo Polonia, por su vecindad y la historia que comparten, la que acoge, con mucho, al mayor número de ellos: 8.075,440. Ello es digno de alabanza.

 

El Gran Reemplazo en América

Ya me referí al estadounidense Payton S. Gendron, auto declarado supremacista blanco, fascista y antisemita, que asesinó a 10 afroamericanos en Búfalo, Nueva York, en mayo de 2022. Racista, seguía teorías conspirativas difundidas por la ultraderecha y conservadores republicanos, entre las que seguramente se encuentra la del Gran Reemplazo. Orban, por cierto, considera al movimiento Black Lives Matter “una provocación y el negocio de darse golpes de pecho”.

También me referí a Patrick Wood Crusius, el joven blanco de 21 años que mató a 22 personas e hirió a otras dos docenas el 3 de agosto de 2019, en El Paso (Texas), y confesó que el objetivo de su ataque, eran los mexicanos. Información que empleó nuevamente para hablar de un apasionado seguidor en Estados Unidos de la teoría del Gran Reemplazo: Jared Taylor, editor del diario American Renaissance, admirador de Trump, cuya toma de posesión saludó como “un signo de la creciente conciencia blanca”, llegó a decir de los jóvenes negros que “son las personas más peligrosas de `América´ (sic)”, y, entrevistado por nuestro compatriota Jorge Ramos, afirmó que la diversidad racial produce violencia en el mundo, dijo que su país debe ser mayoritariamente blanco, siempre. Manifestó, con ira contenida, su oposición a que los latinos tengan la representación política que les correspondería, como la principal minoría, en el legislativo.

Concluyo con un par de ejemplos latinoamericanos de racismo que, en todo caso, habrían “desplazado” a los “pueblos originarios”. Pero esta mi reflexión es más que discutible.

El primer ejemplo es el de Perú, donde se ha dicho que la “élite criolla” es la de Lima y el resto del país son los cholos, los indios. Por eso se habla de Lima y “el Perú”. Por supuesto que estos comentarios no tienen que ver, en absoluto, con la difícil situación política del país hermano.

Argentina es otro ejemplo, como un país dividido entre los descendientes de italianos, españoles, etc., que “descienden de los barcos” -parafraseando la canción de Lito Nebia- y los “cabecitas negras”. Entre bacanes y conchetos, gente fina y de recursos, y gronchos y mersa, gente vulgar, según la terminología del lunfardo.