Dos guerras

Cualquier observador informado del escenario internacional hoy, podría afirmar, como lo hace Amitav Acharya, Profesor Distinguido de la Universidad Americana de Washington, D. C., que la guerra entre Rusia y Ucrania, así como el desencuentro -enfrentamiento- político entre China y Estados Unidos son acontecimientos dignos de destacarse. El profesor canadiense, nacido en India, añade como acontecimiento destacable a la pandemia del Covid, que asuela al mundo desde 2019.

Para mi, además de la guerra de Putin contra Ucrania, la rivalidad entre Washington y Pekín, política, económica, de provocaciones y “líneas rojas”: Taiwán, “parte indisoluble de China o país independiente y soberano”, es una realidad que bien podría considerarse otra “guerra”, en este caso por la hegemonía, la supremacía que ejerce Estados Unidos en el mundo y que China le disputa.

Aunque la amenaza de guerra por causa de la “Isla rebelde” no es previsible, Acharya y otros analistas dicen que la rivalidad entre las dos potencias y la guerra de Ucrania nos estarían regresando al mundo bipolar de la guerra fría: Estados Unidos y Occidente, frente al bloque Rusia-China. Más el Sur Global, como hoy se nos llama a los países emergentes y al resto del mundo, que estará renovando o cambiando alianzas y uniéndose al bloque que más le convenga -o al que la geopolítica le imponga.

 

China, vedete en el escenario internacional

Xi Jinping obtuvo el 10 de marzo un nuevo mandato como presidente de la República, el más poderoso desde Mao; y ese mismo día Pekín anunciaría que su diplomacia había logrado la hazaña de reconciliar a Irán y Arabia Saudita, enemigos jurados por motivos de religión -estos, musulmanes sunitas, consideran herejes a los iraníes, también musulmanes, pero chiíes- y enfrentados por el poder en Medio Oriente.

Fruto de negociaciones secretas bajo la batuta china, la declaración final fue tripartita: la foto y video relativos muestran, tomados de la mano, al consejero saudí de Seguridad Nacional, Musaid Al Aiban, el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, y el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shanjaní, tras la firma del acuerdo para reanudar relaciones diplomáticas

El presidente chino planea, por otro lado, viajar la semana próxima a Moscú para encontrarse con su homólogo Vladimir Putin; y hablar, por vía virtual con Volodimir Zelenski, presidente ucraniano -según información temprana del periódico The Wall Street Journal que fue confirmada. En la conversación con uno y otro mandatario -se dice que Washington anima a Xi a que hable con el ucraniano- el presidente chino volverá probablemente sobre su propuesta de 12 puntos para “la resolución política de la crisis ucraniana”, a pesar de haber sido recibida con frialdad en Moscú y Occidente.

¿Confirmará además Xi, con acciones, la “amistad sin límites” de ambas potencias -lo que, por cierto, expertos chinos sobre Rusia y Europa Central desaconsejan, afirmando que nada gana Pekín con ello-? Ciertamente dará lugar a declaraciones de amistad, retóricas, quizá en el medido y a menudo críptico lenguaje de Pekín. Veremos. Pero, al margen de los compromisos a los que pueda llegarse sobre la guerra en Ucrania, el encuentro de Xi con Putin -junto a la exitosa mediación de China en Medio Oriente- revela, para más de un analista que el tiempo de Estados Unidos como el hegemón único está terminado.

Por lo pronto, la administración Biden ha calificado el ascenso de China como el mayor desafío geopolítico del siglo XXI y, según el experto indo americano Fareed Zakaria -quien por cierto acaba de publicar en The Washington Post un artículo acerca de López Obrador titulado, “El Trump mexicano”, sobre la demagogia y deriva autoritaria de su gobierno-, “ha concluido la pax americana de las últimas tres décadas” y el mundo entra a la época “post-estadounidense”.

 

Pekín, un nuevo actor político en Medio Oriente

La triunfalista difusión que ha dado China al acuerdo para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán, gracias a su mediación, “probablemente pretendía enviar un mensaje a las grandes potencias de que el centro de Oriente Próximo (“Medio” en caso de México, geográficamente lejos de esa región) está cambiando”, dice María Luisa Fantappie, asesora especial para Oriente Próximo y el Norte de África, del Centro para el Diálogo Humanitario de Ginebra.

Lo cierto es que el tan publicitado papel de China en el mencionado acuerdo no es sino la constatación de su presencia, poderosa, en la región: en enero de 2016 Xi Jinping realizó visitas oficiales a Egipto, Arabia Saudita e Irán, firmando numerosos acuerdos con esos países, a los que incorporó al ambicioso proyecto de inversiones internacionales de las “Nuevas rutas de la seda”. En diciembre de 2022 Xi volvió a Ryad, siendo recibido fastuosamente y organizándose, además, la primera cumbre China-países del Golfo; y, un par de meses después, disipando cualquier recelo de Irán su presidente Ebrahim Raïssi sería recibido igualmente con gran pompa. en Pekín.

Por otra parte, Irán y Arabia Saudita están muy interesados en incorporarse al grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y la monarquía del Golfo a la Organización de cooperación de Shanghai -de la que ya es parte Teherán- que crearon Moscú y Pekín para coordinar su acción en Asia Central y que se extiende ya a Medio Oriente.

Mediadora China en una quincena de conflictos internacionales, inauguró discretamente a mediados de febrero, en Hong Kong, la Organización internacional de la mediación, con la participación de Indonesia, Pakistán, Laos, Camboya, Serbia, Bielorrusia, Sudán, Argelia y Yibuti. Lo que fortalece su presencia en la región, ¿por encima de Estados Unidos?

Reitero, la exitosa mediación de China con vistas a la reanudación de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita, reporta importantes dividendos de toda índole a Pekín y lo confirmaría como el hegemon en el presente escenario mundial que es post-estadounidense, si compartimos las tesis de Fareed Zakaria y otros expertos.

Conviene, igualmente, a Saudi Arabia y a Irán, por cuanto desactiva a los gobiernos y entidades francamente terroristas que siembran terror por cuenta de la monarquía saudita o de la teocracia iraní en el hasta hoy país enemigo. Por ejemplo, Hezbola y en Yemen los Hutus, por cuenta de Irán, mientras que los grupos Ejército libre de Siria y los kurdos, ambos en Siria, responden a las consignas de Arabia Saudita. Además, en el caso de Irán, esta pacificación lo auxiliará para sobrellevar las duras sanciones internacionales que bloquean su economía y los brotes de inestabilidad derivados de la brutalidad y torpeza del régimen contra las mujeres, con motivo del uso del velo islámico. ¿Esta desactivación de la violencia hará posible revivir el acuerdo de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, con Irán para el desarrollo, con fines únicamente pacíficos, de su industria nuclear?

Aunque, contrariamente a estas reflexiones con cierto optimismo, hay quienes no creen que el acuerdo conduzca a una verdadera reconciliación, como el analista Thomas Juneau, del Centro de Estudios Estratégicos de Sanaa, que considera que “solo se trata de gestionar mejor las tensiones bilaterales, que siguen siendo elevadas”,

 

El escollo israelí

Mientras países europeos y de otras latitudes, así como expertos y no poca gente de a pie -yo entre ellos- observan con esperanza el acuerdo no solo porque beneficia a las partes, sino porque “airea”, para bien, el escenario político del Medio Oriente, otros, como Estados Unidos, lo ven con escepticismo y afirman desconfiar de Irán.

En el caso de Israel, el ex primer ministro Neftali Bennet califica al preacuerdo como “un acontecimiento serio y peligroso… una victoria política para Irán.. y un fracaso rotundo del gobierno de Netanyahu”.

Este, actualmente a la cabeza del gobierno, como primer ministro, el más longevo políticamente -6 períodos, con intervalos, desde 1996- hoy gobierna con partidos y políticos de ultraderecha, como Bezalel Smotrich, supremacista, racista y homófobo, jefe del partido sionista religioso que exige la anexión de los territorios palestinos. Personaje al que Netanyahu ¡ha encargado la administración de las colonias de Cisjordania ocupada!, mientras el gobierno continúa su represión a los palestinos y el despojo de sus territorios: De acuerdo a instancias de la ONU, a académicos y a respetadas personalidades: exministros europeos de relaciones exteriores, Israel comete con los palestinos un crimen de Apartheid.

Netanyahu, por otra parte, está intentando imponer reformas al sistema judicial que hagan inoperantes las leyes e instituciones diseñadas para impedir que el primer ministro y sus aliados concentren el poder. Intenta -dice la inmensa mayoría de los ciudadanos- dar un golpe de Estado. La situación está produciendo una fuerte y airada resistencia civil, a la que se adhieren ya los reservistas de las fuerzas armadas.

Por cierto, este “asalto” al poder judicial dio lugar a un artículo del destacado analista Moisés Naím, en El País, comparando el intento de Bibi -como se llama a Netanyahu- con AMLO y su intento de reformar y hacer inocuo al INE.

En estas circunstancias, Netanyahu no abrirá un frente más de inestabilidad, celebrando la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán, “Bestia Negra” para Israel y Arabia Saudita, “amigo”, entre comillas, de Tel-Aviv.

Pero la política, la real politik puede deparar sorpresas.