Se ha dicho que el día internacional de la mujer no es un día para celebraciones, no es un día de fiesta, pues el surgimiento de esta fecha al recorrer el hilo de la memoria, nos trae tristes recuerdos.

En 1908 la huelga de las obreras de la fábrica Cotton, de Nueva York, cuya petición se centraba en mejorar las pésimas condiciones de trabajo en las que se encontraban, entre otras cosas: la reducción de la jornada laboral a 10 horas y la igualdad salarial con los varones. Situación que se hizo visible con el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist de esa misma ciudad, en el que fallecieron más de un centenar de obreras, casi todas inmigrantes, luchando por mantener un trabajo en condiciones más dignas.

Fue la socialista alemana Clara Zetkin, en La Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, realizada en Copenhague, Dinamarca, quien propuso el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, precisamente en homenaje a las mujeres fallecidas en el siniestro de la fábrica neoyorquina. Fecha que hasta 1977 fue aceptada oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas.

La lucha feminista por el reconocimiento de la igualdad de derechos y oportunidades es ancestral, pero los movimientos más organizados se dieron en los albores del siglo XIX. Cobró particular importancia en la posguerra y en el actual siglo XXI, la lucha continúa.

La conmemoración de esta significativa fecha nos permite hacer un alto para llevar a cabo un recuento de logros y pendientes. No podemos dejar de reconocer que aunque nos falta camino por recorrer para lograr la igualdad plena, creo que debemos empezar a celebrar los logros alcanzados. Esto no quiere decir que nos durmamos en los laureles de la conformidad, pero sí reconocer que una buena parte de las mujeres del siglo XXI, entre otros derechos, tienen acceso a la educación universitaria, lo cual, les permite vislumbrar horizontes más promisorios; la integración al trabajo asalariado o empresarial ha hecho posible nuestra independencia económica; y, el derecho a votar y ser elegibles para los cargos públicos nos ha facultado para participar en la vida política y en la toma de decisiones.

Cuándo las sufragistas, las violetas, las revolucionarias pudieron siquiera pensar en tener un Congreso paritario; que las matriculas universitarias haya igual o mayor número de mujeres; en la existencia de concursos para acceder al añorado puesto de Juezas de Distrito o Magistradas de Circuito, exclusivo para mujeres; en las licencias de paternidad para que el varón se involucre en la crianza, cuidados y educación de los hijos; en la emisión de sentencias con perspectiva de género; en la elección de mujeres gobernadoras, senadoras, diputadas, secretarias de Estado; las mujeres incursionando en todas las actividades empresariales, artísticas, deportivas, políticas.

Era impensable que una mujer ocupara un sitial en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, mucho menos que una mujer la presidiera. Pasaron 146 para que llegara la primera mujer Ministra, Doña Cristina Salmorán de Tamayo y 208 para que llegara la primera presidenta. Que por cierto ha sido un nombramiento muy bien recibido por la sociedad mexicana en general y en especial por la comunidad jurídica. La Ministra Norma Lucía Piña Hernández está demostrando, como dijera el muy respetable Ministro Sergio Aguirre Anguiano, de que estamos hechas las mujeres.

Creo sin temor a equivocarme que estamos viviendo tiempos inusitados, innovadores. Que quizá en muchos de estos espacios, las mujeres hemos podido acceder por políticas públicas y por cuotas de género. No importa, aprovechemos la coyuntura hasta lograr que situaciones como estas pasen de la novedoso a lo cotidiano.

¿Cómo llegaremos a esa meta? -la respuesta es: con preparación, estudio, profesionalismo, honestidad, con excelencia. Es nuestra oportunidad de demostrar que estamos en posibilidad de cumplir hombro con hombro con los varones la encomienda que se nos asigne. Que no estamos ocupando un sitio, cubriendo una apariencia de feminismo disfrazado. Que, si bien ha sido necesario el impulso de un movimiento mundial, del que nuestro país no puede quedar en la inercia, que no se arrepentirán de formar parte de él, porque estamos listas para afrontarlo.

Por eso, digno es reconocer a las mujeres pioneras que tuvieron la valentía, decisión y coraje para incursionar en espacios antes ocupados exclusivamente por varones. Que, con gran firmeza de carácter, pero sobre todo con un gran sentido de responsabilidad y profesionalismo, demostraron encontrarse a la altura de las circunstancias requeridas. Para ellas nuestra admiración y nuestro respeto, pues con la dignidad de su actuación, abrieron las puertas antes totalmente cerradas para las mujeres que venimos detrás.

Tampoco podemos soslayar que nuestro país es un mosaico cultural, en el que todavía perviven profundas desigualdades económicas, políticas, sociales. Que quienes más padecen estas asimetrías, son precisamente las mujeres, las niñas, las adolescentes. Muchos lugares de nuestro país, no generalizo, pero en un porcentaje importante, aún permanecen detenidos en el tiempo. En los que la educación, el trabajo remunerado, la capacidad de decisión de las mujeres, todavía se encuentra supeditada a la figura masculina de la familia. Por ellas y por todas las mujeres, la lucha debe continuar hasta lograr el reconocimiento pleno de nuestros derechos.

Como decía la ilustre escritora Rosario Castellanos, “cada día una mujer o muchas mujeres libran una batalla para la adquisición y conservación de su personalidad. Una batalla que para ser ganada requiere no sólo de lucidez de la inteligencia, determinación en el carácter, temple moral y sobre todo constancia. Una batalla que al ganarse, está gestando seres humanos más completos, uniones más felices, familias más armoniosas y una patria integrada por ciudadanos consientes para quienes la libertad es la única atmósfera respirable y la justicia el suelo en que arraigan y prosperan…

A las mujeres del siglo XXI, nos ha tocado recorrer un mejor tramo del sendero abierto por las mujeres pioneras que nos precedieron en el peregrinaje. Gracias a ellas, hoy podemos proponer, debatir, crear. De ahí nuestra gran responsabilidad para que las que vienen detrás encuentren, no solamente una brecha abierta, sino un camino asfaltado y franco. Para lo cual debemos inculcar a las niñas y a las jóvenes, que el triunfo de nuestras batallas cotidianas serán tantas que un día nos permitirán la victoria total. Sin olvidar que el logro, de este cometido, solo es posible con estudio, dedicación, empeño, honestidad y profesionalismo.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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