En medio de las discrepancias y guerra sucia por el futuro del INE, las políticas públicas a modo, y la defensa a ultranza de proyectos con futuros inciertos, el gobierno federal nuevamente evidencia su desprecio, ignorancia y falta de entendimiento sobre el sector agropecuario. No logra comprender la relevancia social, laboral y menos económica del sector que alimenta a todos los mexicanos, da empleo a una importante cantidad de trabajadores del campo y estabilidad social a su propia administración. Menos aún entiende su papel y la relevancia en los acuerdos comerciales internacionales como el T-MEC.  Y no podría ser de otra forma si su visión de alimentar a una nación con más de 120 millones de habitantes se fundamenta en la producción de traspatio y sustenta en la demagogia e ideología de un reducido grupo.

El gobierno mexicano insiste no sólo en querer jugar a las vencidas con Estados Unidos, sino en imponer reglas unilaterales donde ya hay reglas y acuerdos previamente alcanzados en foros internacionales, sin más sustento que un discurso ideológico y demagógico del siglo pasado y alejado de cualquier respaldo científico. En estas últimas semanas, luego del amago estadounidense por volver a vetar las exportaciones de aguacate mexicano, ahora por motivos ambientales –tala inmoderada en bosques michoacanos- el nuevo episodio de desencuentro se centra en el maíz y un nuevo decreto presidencial que tiene más dejo de recular pero de nueva cuenta, sin sustento científico.

Desde el inicio de este gobierno de la cuatroté, hubo una oposición sistemática a todo lo que fuera tecnología de punta, eso incluye los transgénicos y los agroquímicos. El grupito altamente ideologizado conformado por el subsecretario de la SADER, Víctor Suárez Carrera –con su organización Sin Maíz No Hay País- en contubernio con activistas ahora funcionarias incrustadas en el CONACYT y con el “doctor muerte”, Hugo López-Gatell, engañaron, chamaquearon al inquilino de Palacio Nacional haciéndole creer que podríamos alcanzar la autosuficiencia alimentaria, a pesar de que ninguno de ellos ha sembrado ni un grano de maíz en maceta, porque tampoco conocen los surcos nacionales. Ninguno se ensuciado las manos en la tierra que produce alimentos.

Como casi todos los países del mundo, México no es autosuficiente en su producción alimentaria, con excepción del maíz blanco. Para completar la demanda nacional, se debe importar la mayoría de los alimentos que consumimos, a costos muy altos, sin dejar de lado que en estos últimos años, la pandemia ha roto las cadenas de suministro aún las de los alimentos y los agroquímicos que se utilizan para la producción primaria. La mayoría proviene de la zona de conflicto bélico en Ucrania. Evidentemente esto ha contribuido a incrementar los costos y por ende, los precios finales para el consumidor.

En este escenario tan convulso, Estados Unidos se ha posicionado como nuestro principal proveedor de  arroz, trigo, soya y particularmente, de maíz amarillo, sí, el utilizado para la engorda de animales para consumo humano y del cual importamos más de 17 millones de toneladas anuales. En México apenas producimos un poco más de 2 millones de toneladas de ese grano, así que el déficit es más que evidente. ¡No tenemos ni el agua, ni la semilla ni la superficie necesaria para su producción!

En  2020, por decreto, se prohibió la importación de maíz genéticamente modificado sin distinción en su uso final porque ni el gobierno se podía poner de acuerdo. La medida afectó evidentemente directamente a los productores estadounidenses de maíz amarillo, quienes reactivos, ejercieron una presión mayúscula a su gobierno para que México explicara las razones de esa postura, so pena de llevarlo a un panel de controversias comerciales en el marco del T-MEC. El gobierno de EU, actuó de inmediato y dio voz a sus productores, lo que hasta el momento no sucede en México. Las puntadas de la 4T no han podido ser sustentadas ni siquiera ideológicamente menos con estudios científicos con los que no cuentan.

La presión de los maiceros estadounidenses logró la modificación del 13 de febrero pasado, al decreto inicial. Así, por el momento, el gobierno mexicano evitó ser llevado a tribunales comerciales y ser fuertemente sancionado con aranceles. ¿Quién convencería a AMLO de que ha estado equivocado 4 años? No hay evidencias de que eso haya ocurrido, pero sí de que fue persuadido a no caer en controversia en la que México saldría muy lastimado y con una importante desestabilización económica. No se trata de ponerse a la patadas con Sansón. ¿Verdad?

En los claroscuros, aún sigue la controversia en el mismo gabinete federal, ya que mientras la Secretaría de Economía se reúne con congresistas estadounidenses para garantizar que “toda decisión se hará con bases científicas”, sin dar mayores detalles, el secretario de Agricultura, Víctor Villalobos aseguró que en caso de que persista la solicitud formal del gobierno estadounidense para conocer los fundamentos científicos del gobierno mexicano sobre la oposición respecto al maíz transgénico, corresponderá a la Secretaría de Salud la argumentación y presentación de esas bases científicas y dijo “no es que me quite la responsabilidad, pero les toca…”. Es decir que el balón estaría en la cancha del conspicuo Dr Muerte-Gatell, lo que podría poner en mayor riesgo las negociaciones.

El propio Villalobos –reconocido genetista vegetal- dejó en claro que luego de más de 2 décadas de investigación, hasta el momento, no hay evidencia de que el maíz transgénico genere daños a la salud. ¿Esta postura refrenda la aparente rebeldía de Villalobos a la línea discursiva ideológica que insiste en impulsar su subalterno, el activista de escritorio, Víctor Suárez o sencillamente está decidido a ser congruente con sus trayectoria? El tiempo lo dirá.

En el cuarto año del actual (des)gobierno, no se ha logrado alcanzar la autosuficiencia alimentaria, ni Pemex ha cumplido su compromiso de generar los fertilizantes que se necesitan para producir alimentos y el programa gubernamental de fertilizantes ha sido un completo fracaso. Y es que por si fuera poco, el gobierno federal también va contra el uso de agroquímicos como es el herbicida, glifosato, sin mayores argumentos científicos pero tampoco sin dar a los agricultores alternativas reales, viables. Se trata de eliminar lo que a los agroecológicos no les gusta, claro porque atenta contra sus propios intereses.

A todo lo anterior se suma el desmantelamiento gubernamental de los programas de apoyo a la producción agroalimentaria. Han dejado a los productores a la deriva y sin subsidios para hacer frente ni a la pandemia ni a la demanda creciente de alimentos a nivel mundial. Dejamos de perseguir la competitividad y ya ni siquiera podemos con la productividad, pero eso sí, tenemos la presión de productores que sí son arropados por su gobierno.

Más allá de los dimes y diretes de los lacayos palaciegos, lo cierto es que el gobierno mexicano ha cedido en su oposición a la importación de transgénicos, lo que evidencia el fracaso de puntadas disfrazadas de políticas públicas de un sector que nunca se molestaron en conocer y menos en escuchar. Ni por asomo alcanzamos la tan prometida autosuficiencia alimentaria: los alimentos cada vez están siendo presa de la inflación y las mesas mexicanas sufren el desabasto y la inaccesibilidad. Tuvo que ejercerse presión de fuera para reconocer los errores internos. A la larga, una oposición necia y obcecada solo podría traer peores consecuencias para los que menos tienen. El tiempo y la historia, cobrará los nefastos errores de esta administración.