Como en el vudú, quien se atreve a quemar un libro en el fondo lleva la intención de muerte de su enemigo. Que lo haga, o no, dependerá de la ceguera, la carencia de escrúpulos y, desde luego, la oportunidad del fanático para llevar su repulsa al extremo -quemar en la hoguera, asesinato, encarcelamiento, destierro- de quien abriga un pensamiento contrario al sentir del poderoso; también podrá el delirante fanático destruir templos, esculturas, panfletos, carteles y, sobre todo, libros.

¿Algo nuevo? No, para nada.

De hecho, la quema de libros – llamo así de forma genérica a la censura- aparece  en todas la épocas de la Historia: desde la dinastía china de Qin Shi Huang (Wikipedia), pasando por la Antigua Roma de Diocleciano o Constantino; la hoguera de las vanidades de Savonarola; la quema de los códices mayas por orden del sacerdote Diego de Landa; hasta la quema de textos de autores judíos en 1933 y durante todo el régimen nazi. El caso de las quemas pinochetistas de 1973, prueban que el fanatismo camina de la mano de la ignorancia, cuando, al irrumpir en la casa de Pablo Neruda, los militares prendieron fuego a los libros sobre cubismo, suponiendo que Picasso era ¡un propagandista cubano!

Al enterarme que alguien en México llevaba como primer nombre “Marx”, me vino a la mente el judio-alemán Karl Marx. Si el Marx nacido en México -de quien hablaré más adelante- hubiera vivido en la España de Torquemada, o en la Alemania de Goebbles y Hitler, él y sus libros hubieran acabado, literalmente, en el boiler. Gracias a que la obra de Karl sobrevivió a las quemazones nazis, fue, supongo, que un mexicano trasnochado decidió imponer el nombre de Marx a uno de sus hijos, y éste iluminado, a su vez, se vió a sí mismo como la reencarnación del filósofo alemán, como si fuera el mesías de la nueva lucha de clases o el anticristo del capitalismo moderno.

El Marx al que me refiero, Marx Arriaga, Director de Materiales Educativos de la SEP, ha tenido la suerte de estar en el lugar y en el momento adecuados para reencarnar -según él- en el mismísimo Karl Marx, padre del socialismo científico. Pues bien, así como solemos tparnos en las calles con teporochos, homeless o lunáticos que nos aseguran ser el Cristo redivivo, y anuncian que el fin del mundo está cerca, así, el Marx mexicano exige que “los empresarios saquen las manos de la educación del País para que impere  la visión de la izquierda”.

¿Y sabrá -me pregunto- cuál es su visión de izquierda? Seguramente su asesor estrella, el chavista y exfuncionario de Nicolás Maduro, Sady Arturo Loaiza, a cargo de la Innovación de Materiales Educativos de la misma SEP, ya le está haciendo unas tarjetitas sobre la visión de izquierda de Chávez, Maduro, Ortega, Putin, Castro, Díaz-Canel y hasta de Kim Jong-un, el mandamás norcoreano. Sady, además, ya le estará elaborando la lista de libros prohibidos (a manera del Index librorum prohibitorum de 1564), atento a la sentencia de Marx Arriaga: “Los libros de texto que no edite y supervise el Estado serán ilegales” ¡Sopas!

Sobre esto último, y que yo sepa, los únicos libros ilegales -por considerarse piratas– han salido de editoriales cubanas y argentinas, tan piratas como algunas tesis de licenciatura y doctorado made in Mexico (¿Me estás oyendo Yazmin?). Y que yo sepa, el Estado no edita libros; será, si acaso, el gobierno, salvo que nuestro Marx se refiera a un Estado totalitario sin división de Poderes, lo cual no sería remoto.

Abrigo, sin embargo, la esperanza de que este locuaz marxista, responsable de los contenidos del Libro de Texto Gratuito para la niñez mexicana (sic: ¿no todos los libros son de texto?), esté dotado en su locura del atributo hamletiano (“Aunque todo es locura, no deja de observar método en lo que dice”), y que también le acaricien vientos propicios (“Yo no estoy loco -decía Hamlet-, sino cuando sopla el nordeste; pero cuando corre el sur, distingo muy bien un huevo de una castaña”).

Al caso, supongo que la diferencia entre el huevo y la castaña de ayer, sería la de la ideología de izquierda y derecha de hoy. Las geometrías ideológicas -recordemos- son muy del gusto de los fanáticos quema libros. Conviene apartarse de ellas, en especial a los niños. También supongo, y espero, que en estos comparativos consideren valores como la tolerancia, equidad, libertad y justicia. Los educandos lo agradecerían.

El reto puede ser tan grande como equívoco. Para Marx Arriaga… “El gran reto de la SEP es hacer entender a esta gente que se ha dedicado a comercializar la educación que deje de lado la educación y permitan que el sueño de la izquierda se haga real”.

Ray Bradbury, escritor de ciencia ficción (Fahrenheit 451), basa su relato en un cuerpo de bomberos dedicado, no para apagar incendios, sino para quemar libros prohibidos, cotidiana y metódicamente. En el mundo real, los ciudadanos que amamos la libre manifestación de la ideas (Art. 6º Constitucional), y la inviolabilidad de la libertad de difundir opiniones, información e ideas, a través de cualquier medio (Art. 7º Constitucional), somos los bomberos responsables de apagar el fuego incendiario del fanatismo, el adoctrinamiento y la imposición de una idea única de pensamiento.

Tengámoslo claro: la Libertad es el principio; la Justicia es el fin; la Ley es la senda; el Estado benefactor es el igualador social; la Concordia es el bien anhelado.