AMLO sabe que la manifestación del 18 de marzo no fue espontánea; que quienes la organizaron lo hicieron en acatamiento de sus órdenes; que una inmensa mayoría de los que conformaron la concentración fueron forzados, amenazados y acarreados. Que, al parecer, fue financiada, en buena parte, con cargo al presupuesto público. Lo tiene bien claro. ¿Por qué tanto engaño y simulación?
En la Ciudad de México, sus habitantes, por razón de la vecindad que tienen con el presidente de la República, lo conocen. Son ellos los que ven y sufren la corrupción generalizada, la violencia incontrolable, la inseguridad manifiesta y oyen su verborrea imparable. Por considerarlo responsable de su situación, lo repudian. Por sufrirlo a diario, saben de las maniobras a las que recurrieron él y Morena para concentrar gente; vieron las filas de camiones que trajeron a los “acarreados”. Fueron testigos de la entrega de dinero y despensas; dieron fe de que no son partidarios auténticos ni manifestantes espontáneos. Las aclamaciones de sus paniaguados: miembros de su gabinete, empleados superiores, legisladores, gobernadores y personal de su partido, no dieron autenticidad al acto ni espontaneidad a los manifestantes.
Quienes se manifestaron el 26 de febrero pasado, por sí y sin acarreados, están en posibilidad de salir a la calle de nueva cuenta; lo harían no para apoyar a alguien en particular. No, lo harían para mostrar su descontento y exhibir su repudio a quien supuestamente los gobierna. Fueron ellos los que, en el ejercicio electoral de 2021, votaron en contra de los candidatos de Morena. En ese contexto: ¿AMLO a quién pretende engañar?
Es malo engañar a terceros; perverso engañar a amigos y aliados; y de locura engañarse a sí mismo. No es el caso. AMLO no ha creído en sus propias mentiras; sabe que tampoco creen en ella sus más cercanos seguidores. A la opinión pública internacional la tiene sin cuidado; no le faltan razones para estar preocupada.
Entonces ¿cuál es la razón de la concentración? No explica su proceder su megalomanía, que es mucha y fuera de control. Tampoco la explica la diarrea verbal que lo aqueja permanentemente. Nació para estar hablando. Su lengua no conoce reposo y su cerebro sosiego. No los deja estar en paz.
Los morenos intentaron destruir las instituciones democráticas, neutralizar el principio de división de poderes y acabar con la autonomía de los estados. Lo impidieron el electorado, al negarles una mayoría calificada en el Congreso de la Unión. La Suprema Corte, gracias a que se publicitó en el momento oportuno un plagio burdo, se salvó de ser sometida. La reforma electoral, que implicaba el sometimiento del INE, que requería una reforma a la Constitución, fracasó. Las opciones A la Z están subjudice. Prosperó, más allá de los esperado, el sometimiento de los gobiernos locales. La desaparición de los partidos políticos tradiciones; PAN, PRI y PRD es un hecho.
¿A qué el afán de concentrar el poder de AMLO, si todos sabemos que está próximo a concluir el mandato para el que fue electo? ¿Habrá un plan B, que no conocemos, para que continué en el poder?
Los dictadores vitalicios: Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro, por serlo, para permanecer en el cargo, necesitan que sus lacayos les organicen grandes concentraciones de gente a las que hablar y adoctrinar. El líder debe ser visto y escuchado. Los que tuvieron el privilegio de verlo o de oírlo se convierten en testigos de su grandeza y apóstoles portadores de su verdad ante quienes no lo hicieron. Muy pocos tienen la posibilidad de tocarlo y de conocer sus debilidades.
En el caso de AMLO no está de por medio el elemento vitalicio. Sabe que pronto, muy pronto, tendrá que abandonar el cargo y perder la posibilidad de dirigirse a su “querido pueblo”. Tiene conciencia de que será otro quien lo haga, que tal vez imite su discurso, ademanes y modos; también existe la posibilidad de que lo haga con un estilo y gestos propios. Los ofrecimientos y promesas serán los mismos.
AMLO sabe que las concentraciones, más que favorecer a su sucesor, lo perjudican. Con la toma de posición del cargo de su sucesora privará a sus “fans”, a su electorado cautivo, de la posibilidad de oírlo, de verlo y de dejarse manipular por él.
Por más que su sucesora hable de manera adecuada, las multitudes extrañarán a su líder; demandarán su presencia, tanto para saber que vive, como para decirle que lo extrañan. Le pedirán que regrese. A eso le tira AMLO. Quiere ser añorado, deseado y requerido.
La concentración del 18 de marzo pudiera contener un mensaje: comprometer a quien lo sustituya a reformar el marco constitucional para permitir, por una sola vez, su reelección. Así lo hizo Álvaro Obregón, con la complicidad de Plutarco Elías Calles y así lo hará su testaferra; la política de equidad de género le vino “como anillo al dedo”. Por si las moscas, también tiene una opción B, llega al grado de complicidad entre mafiosos, se llama: Adán Augusto; también se apellida López.
Para lograr la reforma del marco constitucional que impide la reelección, necesita arrasar en las elecciones de 2023 y de 2024. Ya tiene a la mayoría de las legislaturas de los Estados. Le falta controlar al Congreso de la Unión y a las instituciones que organizan y califican las elecciones.
Teniendo lo anterior, no le importa la Suprema Corte. Ya habrá tiempo para cobrar a los ministros insumisos viejas y nuevas facturas. Los jueces de distrito, los mismos que han tenido el atrevimiento de conceder suspensiones por las que se han detenido algunos proyectos, no estarán a salvo de su brazo vengador. “Los tiene en jabón”.
Solo falta que AMLO nos diga que siempre estará con su pueblo, por el que vive y está dispuesto al máximo sacrificio.
Ante la carencia de partidos políticos, la única alternativa a la vista es la ciudadanía organizada. Ya mostró que puede hacerlo y que quiere intentarlo.