En una contribución que hiciera a finales del año pasado (Revista Siempre, nº 3624), decía yo que  el 13 de noviembre de este 2022, el día de la marcha cívica, se rompió de nuevo el capullo de la hibernación. La gigantesca ciudad se vistió de rosa, decenas de ciudades más brincaron a la fiesta ciudadana, cientos de miles se hicieron uno. Los ciudadanos, el pueblo todo, volvió a otrificarse. “Yo soy tú, tú eres yo”. “Yo te cuido, tu me cuidas”. “Yo te escucho, tú me escuchas”. Este 26 de febrero de 2023 lo confirmamos: lo que llamé (usted llámela como quiera) la Quinta Transformación goza de cabal salud.

En aquellas líneas elucubraba sobre esa invención llamada Cuarta Transformación, equiparable a la Independencia, a La Reforma o la Revolución, pretendiendo su autor hacer historia del presente. En un plano enteramente especulativo y de apreciación personal, señalé otros momentos de nuestra historia que me parece nos transformaron verdaderamente: la invasión norteamericana de 1847; la expropiación petrolera de 1938; los sismos de 1985. Hasta aquí, tres sucesos transformadores de nuestra percepción social de la vida en México.

La elección presidencial del 2018 también, considero, nos dio un vuelco transformador, no sólo porque generó la esperanza de la erradicación de la corrupción, sino que ubicó la desigualdad social en el primer frente de batalla (al menos en el discurso) y se demostró en las urnas que una gran mayoría era capaz de cobrar cuentas pendientes a una cadena de regímenes corruptos e ineficaces. Sin embargo, a partir del triunfo electoral de AMLO, los actos de gobierno apuntaron más hacia la destrucción de instancias  e instituciones, y menos a la construcción de consensos y reconciliación.

Ahora, al cabo de cuatro años, el sueño de la 4T se desvanece en un mar de enojo, confrontación y desengaños; en suma, lo que pudo haber sido una verdadera transformación, se ha convertido en una quimera (Curioso el término, ¿verdad? La RAE le da tres acepciones: 1. monstruo imaginario que vomita llamas y tiene cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón; 2. aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo; 3. pendencia, riña o contienda. Ni mandado hacer).

Pero no nos desviemos del tema central de mis reflexiones. El punto es que, lo que he llamado 5T o Quinta Transformación, está viva y en marcha. Cientos de miles, quizá millones de ciudadanos libres, se han manifestado en todo el país y en otras capitales del mundo. Ya los (nos) mueve una idea, una convicción y un motivo de acción compartida.

¿Y quién -la gran pregunta- habrá de recoger este sentimiento, este músculo, esta oportunidad única, para transformarlo en un programa de gobierno, en una política pública? Mi angustiada respuesta: todavía nadie.

Hasta ahora, notables representantes e interlocutores de la sociedad civil se han volcado en análisis, propuestas y proclamas que, sin embargo, no aterrizan en el discurso que el pueblo llano entiende, abraza y lo hace suyo, conviertiendo su sentir en un voto dentro de la urna electoral. Es cierto que se han llenado las plazas públicas de hombres y mujeres pensantes, pero carecen del argumento corto, contundente, penetrante, memorable, llegador. Urge una estrategia de comunicación. Somos muchos y podemos ser más, siempre que comuniquemos este sentir adecuadamente.

(Hablando de conteo, y siendo refractario a la vulgaridad, no resisto recordar la cantaleta en el Zócalo: “¡No somos uno, no somos cien, pinche gobierno, cuéntanos bien!”. Podría ser la exclamación de Paco Ignacio Taibo II, aunque no lo creo, pues este personaje mexicanizó su español castellano -estoy seguro- en las cloacas de Tepito, en algún burdel de la zona, o en los patios de un penal, razón, supongo, por la que lo mandaron, no al Fondo de Cultura, sino al fondo de la cultura. El estribillo es demasiado fino y rima bien; seguro no es de Taibo)

Pero, ¡carámba!, volvamos al tema. Los opinadores a los que me he referido -analistas, investigadores, escritores, politólogos- son todo, menos comunicadores de masas.  López Obrador, en cambio, no es nada de eso, pero es un comunicador, tenebroso, pero es un gran comunicador. Cuando recibí el documento Colectivo México, una organización que pugna por la participación ciudadana “plural y diversa” y que busca recoger e intercambiar ideas y propuestas desde la sociedad civil para “la construcción de un mejor país”, dicho en un texto de ¡50 páginas!, me dije, “hay un problema serio en la estrategia de comunicación entre la sociedad civil”.

Durante mi vida profesional he conocido grandes estrategas de la comunicación: Eulalio Ferrer, Raúl Horta, Abel Quezada, Issac Chertorivski, Carlos Alazraki, Gabriel Guerra, Luis Woldenberg. Cualquiera de ellos les diría, “señores organizadores de los movimientos de la sociedad civil, primero junten sus canicas; luego, hagan una encuesta lo más representativa posible; seleccionen los 10, y no más de 20, temas más sensibles del electorado; exprésenlos en el lenguaje más coloquial y memorable posible; apéguense a ellos y póngalos en la memoria de los más de 100 millones de electores; juramenten no desviarse de este criterio rector de comunicación y repetirlo en todos los medios de divulgación. Y, lo más importante, construir la gran frase, el grito de guerra; lo que los publicistas llaman slogan.

Alazraki mostró su gran genialidad cuando construyó la frase “¿Tú le crees a Madrazo? Yo tampoco”. El eslogan, sépase, es la punta de un cuchillo afilado. Sólo recordar algunos: “Patria o muerte” (Fidel Castro); “Mi honor se llama lealtad” (SS de la Alemania Nazi); “America first” (Trump), y otros de mejor memoria: “Sufragio efectivo, no reelección” (Madero); “Muera Huerta” (Villa). Otros más de corte comercial, “Más de lo mismo” (McCormick); “¡Pero te peinas cuñao!” (IFE con fotografía); “¡Ciérrale!” (Ahorro de agua); “Agarra la jarra” (Bacardí). De corte político, el inolvidable “Arriba y adelante” (Echeverría); hasta llegar a nuestros días: “Primero los pobres”.

López Obrador -el comunicador autodidacta, innato, pero con una disciplina espartana-, dio en el blanco. Con la impopularidad de las corruptelas del gobierno de Peña Nieto, su cama estaba tendida para ganar la Presidencia. Tuvo la circunstancia, tuvo el discurso, tuvo la frase, ¡y ganó! ¿Cómo? Todos los días, cada mañana, en cada gira, en cada entrevista, se ha apegado a su discurso y a sus frases; más, más y más de lo mismo ¿Aburre? Sí, aunque ya toda su grey repite la letanía.

Pero no nos desanimemos. Si el pueblo es sabio -como creo que lo es- sabrá adoptar un nuevo y dignificante discurso, sabrá emocionarse con el grito de la frase dura, el grito de guerra, el eslogan, y sabrá identificarse con un nuevo líder que lo entienda y lo represente. La circunstancia es propicia, la masa crítica de ciudadanos libres y demócratas existe. El turno en este momento es de los organizadores de la sociedad civil y su feliz aterrizaje en una estrategia de comunicación, una nueva narrativa, que, de una vez por todas, le dé vuelta a la página y, así, dar paso a la siguiente transformación.

Como decía Jesús Reyes Heroles: “Primero el programa, después el candidato”.