Las cuatro potencias

Una mayoría de comentaristas del día a día de la realidad internacional, cuando se refieren a las potencias mundiales en su lucha por la hegemonía mencionan a Estados Unidos y Europa -por más que el presidente francés Macron se rehúse a aceptar que la Unión Europea sea seguidora incondicional -“suiviste”– de Washington y haya sido criticado con virulencia. Mencionan, igualmente a China, potencia en ascenso, sino es que en el zenit, en vías de desplazar a un Washington en declive y minimizar a Occidente. Incluyen, por supuesto, a Rusia, ¿potencia regional, como la definió Obama para indignación de Putin? vista como aliado menor de Pekín, por la “amistad sin límites” de ambas.

Muchos comentaristas, “hasta ayer mismo”, habían omitido mencionar a otra potencia que, según expertos y a la luz de datos económicos, demográficos, de geopolítica, etc. tiene credenciales de potencia mundial y compite con los tres hegemones mencionados: La India, el país más poblado del mundo (1425 millones de habitantes, más que China), locomotora del planeta, pues con Pekín aportará el 50% del crecimiento mundial -se prevé que en 2029 se convierta en le tercera economía del mundo- y un país de jóvenes, con una clase media en expansión, aunque con una muy desigual distribución de la riqueza -se habla, sin embargo, de cambios impresionantes: el historiador Peter Frankopan, en Las nuevas rutas de la Seda, su libro aparecido en 2018, dice “el número de hogares con una renta disponible de más de 10.000 dólares al año aumentó de dos millones en 1990 a 50 millones en 2014”. Y, para concluir India está estructurada política y jurídicamente conforme al sistema democrático occidental y ostenta alianzas sólidas, histórica con Rusia, con China (a pesar del conflicto fronterizo con esta) a través de la Organización de Cooperación de Shangai, y con Occidente, participando en el foro de seguridad Quad, en el Indo-Pacífico, con Estados Unidos, Australia y Japón.

Sin embargo, las cuatro potencias tienen su talón de Aquiles: el de Rusia, dramáticamente confirmado por la guerra en Ucrania, es la debilidad e incompetencia militar y la subordinación a un líder que ha perdido el rumbo soñando en restaurar el imperio de los zares. El de China, su dramático debilitamiento demográfico, la falta de transparencia del régimen sujeto a un líder casi divinizado y su enfrentamiento político -de amenazas veladas y no- con Estados Unidos. Respecto a Washington, el circo -así es calificado- del juicio a Trump, la insolencia del personaje, apoyado por millones de estadounidenses ¡y el riesgo de que sea reelecto!, deterioran gravemente la imagen de esa democracia fundacional del mundo contemporáneo y produce temor bajo la batuta ignorante y caprichosa del mencionado Trump. Pero, digo yo, que el juicio también muestra que en Estados Unidos ni los poderosos pueden escapar al largo brazo de la ley.

En cuanto a la India, contradicen a las “cuentas alegres” arriba mencionadas, otras: la renta per cápita, por ejemplo, ¡menor que la de Bangladesh o Ghana! y su PIB de 3.5 billones de dólares contra 18.3 de China y 25 de Estados Unidos. Además, en contraste con las cifras económicas y demográficas del país y con su poderosa y atractiva presencia internacional, su democracia es acosada desde el poder y por las mayoría hindú: Académicos, y medios del peso de la BBC, afirman que, especialmente desde la llegada al poder del premier Narendra Modi en 2014, la intolerancia hacia otras religiones y minorías, sobre todo la musulmana (170 millones de fieles, el 14% de la población) es cada vez más grave y ha provocado graves delitos, incluso linchamientos impunes. El país, su democracia, dicen expertos, personas y think tanks respetados, se desbarranca hacia el iliberalismo y la autocracia de Modi.

 

¿Y Latinoamérica?

Ya está presente en el escenario a través de Juan Merchan, el juez de origen colombiano que preside la acusación contra Donald Trump. Pero no parece mostrar el peso que la región y no pocos de los países que la integran debe tener en el actual escenario internacional: Solo aparece Lula y su propuesta de paz entre Ucrania y Rusia, en la que propone que Kiev renuncie a Crimea.

La llamada segunda Marea Rosa, evocadora de la izquierda que en la primera década del siglo llevó al poder a Lula en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay, el Frente Farabundo Martí en El Salvador y Daniel Ortega en Nicaragua -incluidos Castro y Hugo Chávez: Cuba y Venezuela-, llega hoy a gobernar de la mano del argentino Alberto Fernández, de Lula, de Gabriel Boric en Chile, del colombiano Gustavo Petro, de Luis Arce en Bolivia, Xiomara Castro en Honduras, Laurentino Cortizo en Panamá, de López Obrador, y, repitiendo, de Cuba con Miguel Díaz-Canel, Venezuela con Maduro y Nicaragua con Daniel Ortega. Quedó en el camino Pedro Castillo, presidente peruano, después de su ingenuo y fallido golpe de Estado.

Al margen de la valía y también demérito de la primera Marea Rosa, la segunda está lejos de constituir un grupo de países cuyos gobiernos compartan un mismo planteamiento de izquierda: Venezuela, Nicaragua y Cuba son dictaduras o cuasi dictaduras impresentables, mientras el resto, son objeto de más de una clasificación: Jorge Castañeda califica de dictaduras a las mencionadas, de populistas a México, Argentina, Honduras y el gobierno ya desaparecido de Perú que hoy encabeza Dina Boluarte y considera socialdemócratas a Bolivia, Brasil, Colombia y Chile.

Latinoamérica, como gobiernos de izquierda -los tres más grandes países entre ellos- no tiene presencia en el escenario internacional, salvo, repito, la de Lula, que ha visitado China con la idea de implicar a Xi Jinping en negociaciones para la paz en Ucrania, en tanto que Xi planearía incorporar a su interlocutor al ambicioso programa de la “Nueva ruta de la seda”. Pero, como dice Castañeda, “desde finales de la década de los noventa del siglo pasado, la región ha sido incapaz de hablar con una sola voz sobre prácticamente cualquier tema”; y hoy carece de un líder de arrastre.

La Cumbre Iberoamericana -XXVIII, Santo Domingo, 24 y 25 de marzo- también hizo patente la división de América Latina entre los progresistas, como el chileno Boric y el anacrónico eje bolivariano de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Mientras la ausencia de México es atribuible a torpes resentimientos con España, en vísperas de que Madrid Presida el Consejo de la Unión Europea en el segundo semestre de 2023, entre el 1 de julio y el 31 de diciembre.

Queda en veremos lo que se haga en la CELAC, empantanada en las discusiones sobre el Mercosur, en la Alianza del Pacífico igualmente escenario de desacuerdos de Perú con México, Chile y Colombia, y en la llamada Alianza de Países de América Latina y el Caribe contra la inflación cuyos miembros, mandatarios de Argentina, Belice, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Chile, Honduras, México y San Vicente y Granadinas, se reunirían el 6 y 7 de mayo en Cancún. Esta Alianza, se ha dicho con sorna: ¡descubrió la ALADI!

Está pendiente, por último, echar a andar la ambiciosa iniciativa mexicana del desarrollo del sur -mexicano y centroamericano- en la que imagino a Estados Unidos: Kamala Harris y México con el trabajo de diplomáticos profesionales y no los maromeros ignorantes que hoy padece la cancillería. México, puente entre Norteamérica y América Latina.