Europa, Estados Unidos, Occidente —y, en consecuencia, América Latina el “Extremo Occidente”, como nos llama Alain Rouquier— es la cuna y la patria de los derechos humanos en su expresión contemporánea. Legítima cuna que distingue a Occidente de las regiones y potencias que hoy le disputan el liderazgo geopolítico: China y Rusia en el cabús, ¿India?

Sin embargo, Occidente, cuyo complejo de superioridad como “cuna y patria” de esta construcción contemporánea de los derechos humanos es insufrible, tiene muchas facturas por cubrir en la materia. Comenzando por Estados Unidos, donde el supremacismo blanco en una sociedad multirracial discrimina y mata a negros, mexicanos y otras minorías.

El brutal asesinato del afroamericano George Floyd por la policía es ejemplo de las violencias que sufren norteamericanos e inmigrantes no blancos en Estados Unidos, como lo es la extorsión y el robo de sus salarios que padecen los trabajadores migratorios, mexicanos en su mayoría, por sus patrones “gringos” y por las mafias tratantes de personas que los condujeron a Estados Unidos. Como lo es, igualmente, la falacia de “El Gran Reemplazo”, la supuesta conspiración para traer inmigrantes que tengan hijos y sustituyan a los blancos, que sulfura a supremacistas como el famoso Jared Taylor, para quien Estados Unidos debe ser un país en el que los blancos sean, siempre, la mayoría. (https://www.youtube.com/watch?v=miINTEHNMPs).

Y, para concluir, Estados Unidos padece los Donald Trump, prototipo del ego delincuente, tramposo y vulgar de políticos, empresarios y de millones de “gente de a pie” blancos. Aunque, por fortuna, hay frente a ellos otros millones de blancos decentes, de mexicanos, negros y demás minorías —son válidos, como ejemplo de ello, Biden, blanco y Kamala Harris, mujer no blanca— que hacen la grandeza de ese país.

El “Extremo Occidente”, América Latina, abunda en violaciones de derechos humanos: México y el crimen atroz que victimó a migrantes latinoamericanos en Ciudad Juárez, así como un ejemplo elocuente —diría escandaloso—, el de las múltiples violaciones a los derechos humanos de Daniel Rodríguez y Tzompaxtle Tecpile, que dio lugar a la condena al Gobierno de México por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Y, entre otros más, el gobierno derechista de Nayib Bukele en El Salvador, y su cárcel gigantesca que viola derechos elementales de pandilleros de la llamada Mara Trucha, hacinados peor que animales; así como las dictaduras de izquierda cubana, nicaragüense y de Venezuela.

De la región, tierra de egos, anoto entre los políticos, al lado del mexicano a Bukele, a Diaz-Canel, o sea Raúl Castro, a Daniel Ortega y su cónyuge Rosario Murillo, y a Maduro. Y yo, me permito una digresión para comentar que mientras Brasil con Lula, asesorado por Celso Amorín, diplomático con el que coincidí en misión en Ginebra, ocupa el centro del escenario latinoamericano, nuestra diplomacia casi no aparece bajo el actual gobierno. Para dolor e indignación de quienes servimos a nuestro país como diplomáticos.

Europa —la Unión Europea, el Reino Unido y otros países del continente— muestran, igualmente, un grave déficit en el respeto de los derechos humanos y en sus democracias. Además de las medidas de Polonia contra sus magistrados y de Hungría contra el Estado de Derecho, sancionadas por la Unión Europea, ejemplos recientes de violaciones tienen que ver con las llegadas irregulares de inmigrantes -en aumento desde fines de 2022- pues mientras en el Parlamento Europeo se discuten reglas con vista a un pacto humanitario sobre asilo y migración, los gobiernos de Suecia, Finlandia y centroeuropeos adoptan posiciones restrictivas. Claro que si los solicitantes de asilo son blancos y de raíz cristiana no hay problema, como sí lo hay con “los que llevan otra tez y otra fe”.

Vuelven los discursos anti inmigrantes: El ministro italiano de agricultura, cuñado de la primera ministra Giorgia Meloni, dijo que era necesario el aumento de la natalidad de los autóctonos, para evitar “la sustitución étnica”. Aunque, irónicamente, los primeros ministros del Reino Unido y de Escocia ¡no son étnicamente europeos! Rishi Sunak, premier inglés, es hijo de indios y el escocés Humza Yousaf, es hijo de keniana y pakistaní; y es musulmán; ¿sustitución étnica?

En otros hemisferios: Rusia, además de invadir Ucrania, persigue y asesina a ucranianos, mete en prisión a opositores y da lugar a que los rusos opuestos a la guerra huyan del país y sean rechazados por sus vecinos de Georgia, que consideran serán víctimas de “sustitución étnica”. La situación de rusos que intentan emigrar también se da en Finlandia y en Kazajistán. Bajo el autócrata Putin.

China y su “democracia de un solo hombre” —hoy Xi Jinping— tiene, entre sus políticas deleznables la represión a la minoría musulmana uigur, residente en la región autónoma china de Xinjiang, de lo que ya informó Michelle Bachelet al concluir su mandato como Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU: según el organismo estaríamos ante crímenes contra la humanidad. Sin hablar de otras graves violaciones a derechos como las que el régimen comete contra los habitantes, sobre todo los que tienen influencia política, de Hong Kong.

India, la cuarta potencia mundial, al lado de Estados Unidos y Europa: Occidente, China y Rusia —potencia regional, según Obama, que enfureció a Putin— también tiene una historia de opacidades en materia de derechos humanos y democracia, como lo hice notar en mi artículo de hace dos semanas en esa revista: democracia y derechos humanos de raigambre occidental, el primer ministro Narendra Modi y su gobierno desbarrancan al régimen indio hacia el iliberalismo: el respetado instituto sueco V-Dem habla de “múltiples señales inquietantes en esta autocracia electoral”.

El régimen persigue tanto a opositores políticos como a intelectuales, periodistas, ONGs y activistas; acosa a la minoría musulmana (170 millones de fieles, el 14% de la población) víctima de linchamientos; y, añado a lo que he informado, existe una “ofensiva inquietante contra la historia del país con la idea de redefinir a la India como una nación puramente hindú”.

La ofensiva contra los derechos humanos y la democracia está presente en todas partes. Me concretaré a reseñar tres, que he mencionado en otros de mis artículos: primero, la tragedia de los rohinyas, grupo étnico musulmán, que, asentados en Myanmar (Camboya) fueron obligados a emigrar Bangladesh, víctimas de acoso de budistas, en medio de violencias, asesinatos, sin reconocerles nacionalidad alguna.

Otro caso, que he seguido, de atentados a la democracia y los derechos humanos se da en Túnez, donde el presidente Kais Saied, “salvador de la democracia” ha instaurado una dictadura, en el país donde se inició la democrática Primavera Árabe.

Concluyo con un comentario sobre lo que sucede en Israel, donde el corrupto Benjamin Netanyahu ha tratado de reformar, para evitarse la cárcel por corrupción, el poder judicial y ha dejado en manos de fundamentalistas religiosos judíos los territorios palestinos, violando gravemente los derechos del pueblo palestino, así como las resoluciones de Naciones Unidas que prescriben la creación de un Estado palestino, en paz, armonía y vecindad de Israel.