Decía Sábato que todo lo que lo que la mujer toca le impregna un sentido de protección, cuidado y conservación. Lo femenino nos envuelve en la suave y cálida placidez del seno materno, dando a la vida ese sentido uterino que nos dice que la existencia está más allá de las guerras, la enfermedad y la violencia. Que la vida tiene sentido por el solo hecho de vivirla.

Traigo a cuento esta bella evocación tras haber escuchado la entrevista que Concha Léon Portilla le hiciera a Xóchitl Gálvez el 25 de marzo pasado, en la que Xóchitl -gracias a la habilidad de la conductora- dejó volar su pólen de ideas y convicciones. Se dejó deshojar, desde el pétalo hasta las raíces, respondiendo a bote pronto las 30 preguntas del clásico cuestionario Proust.

Parte de la historia que narró la entrevistada ya me era conocida. Coincidimos, ella como titular de la Comisión de Asuntos Indígenas, yo de la Profepa. Hicimos algunos viajes de trabajo juntos, lo que siempre da ocasión a la plática profunda y sin prisas, aunque también a compartir experiencias tristes como la que vivimos en aquél viaje a los bosques de la Sierra de Chihahua y atestiguar la brutal pobreza, crimen y violencia en Norogachi, corazón de la Tarahumara. La muerte accidental de un sacerdote-piloto (un tipazo al estilo Pedro Infante) cerró con broche negro -que no de oro- esa intensa jornada de hace más de 20 años que no podré olvidar.

En la reciente entrevista, Xóchitl platicó, sin reparo alguno, haber sido hija de un padre violento y alcohólico y una madre sumisa; vivió hasta su adolescencia en la más extrema pobreza en el tórrido Valle del Mezquital. Su madre los alimentaba con vísceras que se compraban con las gelatinas que Xóchitl vendía en la calle. Ya en secundaria, la hidalguense logró ir a la Ciudad de México ¡y ganó un concurso de matemáticas!. En esa estadía, su mayor sorpresa fue haber sido hospedada en un lugar limpio, con un escusado que se vaciaba solo y sin olores (y no la letrina a campo abierto) y con una regadera que sustituía el jicarazo de su pueblo.

Su papá se burlaba de ella y le decía que si acaso creía que vendiendo gelatinas llegaría a vivir en Las Lomas. Y, sí, hasta ahí llegó. La impetuosa, malhablada, sincera e inteligente flor, Xóchitl, se graduó como ingeniera en cómputo, fundó una exitosa empresa especializada en inteligencia artificial (AI), robótica y la más acreditada en México en edificios inteligentes. Casada con un químico que ahora se dedica al rock, reconoce que la música es un gran aliciente para la vejez “pues apacigua a los demonios”.

Díría que Xóchitl dejó claro que es más triste no saber a dónde vas, que negar de dónde vienes.

Xóchitl es una feliz incurable; no le tiene miedo a la muerte (a la que ha visto de frente) ni le quita el sueño. La política, en cambio, sí que se lo quita ¿Por qué? “Si no tienes causas -dice enfática-, no te metas a la política. Y yo tengo causas” ¿Pero, de dónde vienen esas causas -pregunta su entevistadora-, qué es lo que más te irrita? “La discriminación, la humillación del débil a manos del poderoso, y -sacando su mejor chispa humorística- que los hombres hagan pipí fuera de la taza”. (Una estruendosa carcajada cimbra los micrófonos de la radiodifusora).

Lo cierto es que las causas que motivan a esta exitosa empresaria, radican en tomar iniciativas que verdaderamente “cambien vidas”; por ejemplo, legislar sobre la protección y reconocimiento a las empleadas domésticas; a las decenas de miles de repartidores que han proliferado con motivo del Covid 19; las comunidades indígenas; sobre el cambio climático, la deforestación y la contaminación por gas metano.

Hubo durante la entrevista dos respuestas a las preguntas de la entrevistadora, que me inquietaron: la primera, “¿Cuál es el libro que más ha marcado tu vida?”  Xóchitl no dudó en responder: “La muerte tiene permiso”, de Edmundo Valadés. Al momento tuve un flash back que me hizo recordar cuando conocí a Edmundo, en la casa y al abrigo intelectual de don Pepe Iturriaga,  en el que el autor del minicuento me dedicó un ejemplar de su obra, tan vigente como olvidada por las jóvenes generaciones. La trama plantea las quejas ante el extensionista agrario, de una poblado (de los miles que hay ahora en México) cuyos habitantes se duelen del cacique que roba, viola, mata y amedrenta a todo a quien se le atraviesa. Después de varias sesiones de desahogo, el extencionista les dice a los pobladores algo así como “¿y por qué no matan al acosador?” El pueblo le responde: “con su permiso, eso es precisamente lo que hemos hecho”.

Xóchitl Gálvez vivió a los 14 años una situación similar, aunque su opción no fue matar al autócrata municipal, sino destituirlo mediante la movilización ciudadana. Me quedó claro que la entrevistada no era una orquídea de invernadero en caja de plástico transparente que muere el mismo día de la fiesta de XV años, sino que desde niña fue flor de tormentas –como aquí la llamo-: cree en la democracia, en la ley y en el poder de la acción ciudadana. Xóchitl navega sus tormentas animada por sus causas; su lucha diaria es llevarlas a buen puerto.

Cuando en la entrevista se le preguntó “¿cuál consideras es tu principal rasgo?”, sin presunción alguna, conestó: “No conozco el miedo”. Me sorprendió –debo confesar- el arrojo y naturalidad de su respuesta, sobre todo en un país que, por mucho que se haya avanzado, el piso sigue siendo para las mujeres disparejo. Aún así, hay mujeres que logran remontar los prejuicios y barreras machistas que las lastran. Son ellas las que muestran a las veras que el éxito y las posiciones de poder, cuando recaen en una mujer, no dependen de las canonjías que la sociedad y los legisladores les otorgan “generosamente”, y que los merecimientos y empoderamiento de cada quien resultan de lo que tengan de la cintura para arriba, y no de la cintura para abajo. De aquí que las cuotas de género me parece demeritan lo que un ciudadano común (de cualquier género) ha hecho por sus propios méritos y esfuerzo, independientemente de su condición sexual. Nada más chocante que escuchar. “¡Ah, está ahí porque es mujer!” Reto al lector a hacerle esta pregunta a Norma Piña, Presidenta de la Suprema Corte. ¿A quién le debe su puesto: al hecho de ser mujer o a AMLO? La respuesta es: “a ella, y a nadie más que a ella” . Faltaba más.

Volviendo a Xóchitl -me entero-, nació un 22 de febrero y, a sus 60 años, la niña locuaz, deslenguada, inteligente, honrada hasta la médula, valiente y decidida, ríe, sueña y alegra como flor en primavera. Tiene sus espinas (lo reconoce) como las rosas, pero su flor favorita sigue siendo el cempasúchil (¿o cempaxóchitl?). Aunque vive cada momento con la intensidad de que pudiera ser el último, hay en su bitácora un próximo objetivo: ser Gobernadora de la Ciudad de México. Lo dice sin tapujos. Lo cierto es que Xóchitl Gálvez lo que quiso ser, ya lo es: quiso salir de la pobreza y lo logró; pasó por la clase media aspirando (grave pecado), a la clase alta y también lo ha logrado. Ahora quiere gobernar una de las urbes más pobladas y complejas del mundo.

Es probable también lo logre ¿Por qué no?, si no conoce el miedo, y aquí sí lo que se necesitan son neuronas (y muchos hue… ).

Decía al principio de estas líneas, el poderoso encanto que tiene la esencia de lo femenino en el entresijo de las sociedades, lo que no hace a la mujeres ni más ni menos que a los hombres, pero sí, en cambio, es un recurso innato compensatorio a la desequilibrada fuerza física con que ha sido dotado el hombre.

Al escribir lo anterior, recuerdo el debate que se suscitó por las inmensas cantidades de dinero necesarias para reconstruir los daños del incendio de la catedral de Notre Dame. En ese tiempo, un intelectual español, colaborador de El País, basaba su argumento a favor, siguiendo la conseja de un antiguo sabio árabe: “Para vivir se necesitan dos cosas: un pan y una flor. Un pan para vivir, y una flor para tener por qué vivir”. Cuando pienso mi ciudad natal, la veo como “la ciudad perra” de Carlos Fuentes, no como la ciudad hospitalaria, de bellos parques y ordenada (los lotes baldíos se debían cercar con la “Bardas Arana”, y se leían disposiciones legales que pocos entendían: “Prohibido regir el cuerpo en este lugar”, o sea, si te agarraban cagando… ¡al bote!)

¿Será que, más allá de los lírios de pantano que veo en el horizonte para gobernar la Ciudad de México, hay a la vista una flor de tormentas forjada a fuego?