El presidente López Obrador está desesperado y su círculo más cercano lo sabe. Sus más recientes y autoritarias acciones han hecho que más de un integrante de su gabinete levante la ceja, ante lo arbitrarias e irracionales de sus decisiones. El aberrante decreto expropiatorio se combinó con el uso desproporcionado de las Fuerzas Armadas contra objetivos civiles, es una acción típica de los más acendrados regímenes dictatoriales.

La campaña iniciada desde Palacio para consolidar una hegemonía parlamentaria hacia 2024, es parte de un proyecto para destruir todos aquellos órganos del Estado que pueden poner en evidencia la interminable estela de corrupción que el gobierno deja con cada acción en la que se dilapidan criminalmente los recursos del Estado.

El odio y el resentimiento tocaron sus puntos más elevados a raíz de la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de declarar inválidos los intentos por ocultar el despilfarro interminable de recursos públicos en obras monumentales que sólo alimentan egos presidenciales, al costo de sobreprecios inadmisibles, adjudicaciones discrecionales, desacatos reiterados y decretos expropiatorios.

Los virulentos ataques a la Corte, tachada de corrupta y de fallar en favor de supuestos delincuentes, se han sumado a una amplia movilización que enaltece la violencia contra nuestro máximo Tribunal.

La descomunal campaña en redes para desprestigiar al Poder Judicial es el toque final de una estrategia autoritaria que busca subyugar a los Poderes de la Unión, garantizando la concentración del poder en una sola persona.

El presidente resiente ya la pérdida de poder típica del final de todo sexenio. Cada vez más aislado y rodeado de los enemigos que se ha creado, es víctima de pesadillas que busca ahuyentar con sus prédicas mañaneras.

En el fondo, el habitante de Palacio sabe que su gobierno ha fallado dramáticamente: la violencia se ha apoderado de estados hoy gobernados por Morena, mientras que el clima de negocios se deteriora día a día ante la impotencia de quienes esperan ingentes inversiones para alimentar sus negocios privados.

La pobreza se ha adueñado de comunidades enteras, mientras que las y los beneficiarios de los programas sociales clientelares, viven en la inacción causada por su dependencia hacia los recursos públicos. La devastación de los sistemas educativo y de salud, nos están sumiendo en una espiral incontenible de mediocridad y dolor, que apuntan directamente a una década perdida para México.

Mientras la tragedia se enseñorea sobre nuestro país, el presidente vive día a día el duelo causado por los descomunales escándalos de corrupción a cargo de sus hijos, familiares y amistades. Su militar favorito se ha visto envuelto en un escándalo inmobiliario que hace agua y hunde aún más el discurso de la austeridad y de la lucha contra la corrupción.

La apuesta por una Guardia Nacional militar, que consolide la transición a una dictadura, se ha venido para abajo, junto con la aspiración por cubrir, con el manto de la impunidad, a los elefantes blancos sexenales, que quedarán para siempre como monumentos a la ineptitud, la ocurrencia y el fracaso de un gobierno.

Los emisarios de la 4t buscan por todas partes logros de gobierno que nadie atina a encontrar, defienden a ultranza los delirios y ocurrencias presidenciales y se montan sobre una carrera presidencial con ‘corcholatas que ni encantan ni seducen.

La desesperación se está adueñando de AMLO ante el surgimiento de voces disidentes incontrolables, no dispuestas para someterse a sobornos, y valientes ante amenazas y coacciones.

La política exterior es el fiel reflejo de los delirios ideológicos y de la abierta competencia presidencial. La ruptura de relaciones con el gobierno del Perú y el alineamiento con los gobiernos autoritarios se da ante una comunidad internacional perpleja por la ruta hacia la dictadura que México está emprendiendo.

Cada vez es más clara la pérdida de libertades, la violación al orden constitucional, la ruptura del Estado de derecho, el quebrantamiento del pacto federal y la decadencia del Estado mexicano.

De ahí la obsesión presidencial por garantizar una hegemonía transexenal, una auténtica dictadura que cobije y arrope a los fieles, y persiga y elimine a los disidentes, montada sobre una ola interminable de mentiras, falacias y aberraciones. Las más de 101 mil 155 mentiras dichas por el mandatario en cuatro años de mañaneras, fielmente documentadas por SPIN, son un récord mundial bajo cualquier parámetro concebible.

La posibilidad de una elección de Estado es real: los ejercicios experimentales de consulta y revocación de mandato, contaminados de forma irremediable por el acarreo y la mentira nos deberían alertar sobre la imperiosa necesidad de crear una gran alianza nacional a favor de la democracia y las libertades, en la que los partidos políticos deben mostrarse como actores confiables, incluyentes y creíbles.

El tiempo se hace cada vez menos para enfrentar el proyecto presidencial de adueñarse de todo el Estado, desapareciendo o cooptando los órganos que puedan ser un dique de contención, ante el intento de consolidar un proyecto transexenal.

Las decisiones presidenciales son una señal de alerta para todas y todos, ya que ponen en evidencia que el Movimiento que nació bajo la promesa presidencial de no mentir, no robar y no traicionar, ha demostrado, en los hechos, que no son estos los imperativos que mueven sus intereses y apetitos. Estamos ante el aparente final de un gobierno voraz que parece agonizar, pero que como animal herido puede ser en extremo peligroso hacia el último tramo, como lo han puesto en evidencia las más recientes acciones presidenciales.

La autora es senadora por Baja California y presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores América del Norte.

@GinaCruzBC