Según un sondeo realizado en el United Kingdom a mediados del mes de abril del año en curso, a dos tercios de la población británica no les interesaba la ceremonia de coronación del hijo de la difunta reina Elizabeth II, el nuevo rey Charles III, que sería el 40° monarca reinante coronado en la Abadía de Westminster desde Guillermo I en 1066. Tanto o más como tampoco les interesa la suerte de la Reina de Corazones —personaje ficticio del libro del profesor de lógica, Charles Lutwidge Dodgson, mejor conocido por su seudónimo Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas—, la monarca infantil y de mal genio a quien el propio autor, describe como “una furia ciega” que se apresura a condenar a muerte a cualquiera vasallo ante la menor ofensa.
El personaje del libro de Alicia, “es una mujer perversa, vanidosa, histérica y chillona. Es muy irascible, no aprecia a nadie y detesta perder. Siempre quiere tener razón en todo, y es una tirana absoluta. Abusa de su marido, de sus soldados, de las cartas y de todos sus súbditos”. La Reina de Corazones, diario de una narcisista, es la historia de una mujer que padece trastorno antisocial de la personalidad. Por lo tanto, que le corten la cabeza a la Reina de Corazones, así como a los enemigos de la monarquía británica, que también los hay. Otra encuesta proporciona información similar: solo tres de cada diez británicos consideran que la monarquía es un asunto importante en la Gran Bretaña, el nivel más bajo de los monárquicos en el United Kingdom.
Estadísticas aparte, después de 14 lustros, llegó el día más esperado para el príncipe heredero Charles Philip Arthur George (Palacio de Buckingham, Londres, 14 de. Noviembre de 1948), el día de su coronación, el 6 de mayo, como rey del United Kingdom, y soberano de los otros territorios que forman parte de la Commonwealth of Nations (la Mancomunidad de Naciones). En cinco pasos se desarrolló la ceremonia: Reconocimiento, Juramento, Unción (acto en que el rey recibe el aceite que se consagró en Jerusalén; la costumbre data del siglo XII), Investidura, Coronación —con la corona de San Eduardo—, que solamente usará ese día durante toda su vida, que está hecha de oro macizo, pesa 2,2 kg, tiene 444 gemas, incluyendo rubíes, zafiros, granates y turmalinas; y Homenaje. En esta parte de la coronación, el rey Charles III ostentó, por primera vez, la corona imperial de Estado, para finalizar la ceremonia, durante la aparición de la pareja real y los miembros de la familia reinante en el balcón del Palacio de Buckingham. Esta corona, menos ostentosa que de la de San Eduardo incluye al diamante Cullinan II, de 317 quilates.
Durante mucho tiempo los cronistas reales no aseguraban que el heredero llegaría un día al trono. El fallecimiento de Isabel II el año pasado, le abrió la puerta de la historia al heredero de 73 años de edad, que sin duda ha sido el príncipe de Gales con mayor tiempo en la lista de espera. Por el contrario, cuando Elizabeth II fue coronada Reina de Inglaterra sólo contaba con 25 años de edad, recién casada. La ceremonia en el año de 1953 fue la primera en ser retransmitida por la televisión de blanco y negro. Aunque el primer ministro Winston Churchill no era partidario de la naciente televisión en la gótica iglesia de Westminster, el duque de Edimburgo, el esposo de la soberana, ganó la batalla insistiendo en que había que modernizarse. Al fin y al cabo, la adaptabilidad a los tiempos es lo que determina la supervivencia de la monarquía en la Gran Bretaña y en cualquier otro país monárquico. Esta condición es la piedra angular de Charles III en el UK, o de Felipe VI en España. No por mera casualidad la casa real británica es la única de las ocho monarquías constitucionales de Europa que mantienen aún la rocambolesca ceremonia de coronación de un nuevo soberano.
No solo se trata de mantener las tradiciones monárquicas, y que muchos ciudadanos fieles a la corona salgan a la calle con pancartas que digan “My Queen” o “My King”, sino el despliegue que hace el Palacio de Buckingham, con toda la pompa y el boato, como se hizo patente en los funerales de Elizabeth II en septiembre último. La tradición es algo evidente en la sociedad británica. Ahora, en la coronación de Charles III se utilizó el trono de madera tallado en el año 1300 por órdenes del rey Eduardo I. La carroza bañada en oro que trasladaría al hijo de la reina más longeva de la historia a la residencia real se hizo en 1762.
Aunque el sucesor de la corona británica sabe que su popularidad no está a la altura de la que gozó su progenitora, también está consciente de que los tiempos son diferentes. El mundo, no solo la Gran Bretaña, era muy diferente a mediados del siglo XX. En aquellos tiempos, la preocupación por el mantenimiento del medio ambiente era inexistente. Esa afición, le ha granjeado muchos puntos de popularidad en la moderna sociedad británica. La realidad política le impuso al heredero aspectos que nadie podía suponer a principios del siglo XXI. Por ejemplo, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, es musulmán, y el propio primer ministro británico, Rishi Sunak, es de descendencia india y practica el hinduismo. Para entronizar a Carlos III, la ceremonia fue más corta, con menos invitados (aproximadamente dos mil (800 no fueron aristócratas sino funcionarios públicos), muy lejos de los 8000 que asistieron en 1953). Es decir, una ceremonia multirracial y multiconfesional muy distinta a la protagonizó Isabel II.
Desde que el tremebundo Enrique VIII rompió en 1534 con la Iglesia Católica de Roma y con el Papa Clemente VII para casarse con Ana Bolena, el Jefe del Estado inglés se convierte también en la máxima autoridad de la iglesia anglicana. Pero el rito del juramento se ha modificado para incluir la promesa de fomentar un ambiente en el que personas de todas las confesiones y creencias puedan vivir libremente. Una de las primeras recepciones que celebró Charles III cuando accedió al trono fue precisamente con distintos líderes religiosos a los que recalcó que tenía el deber personal de “proteger la diversidad”. La misa ceremonial incluyó, por primera vez, un góspel (música religiosa propia de las comunidades afronorteamericanas) y un canto en lengua galesa.
Aunque la ceremonia de coronación de Charles III se redujo a una hora de duración, la de su madre duró cuatro horas, el costo no se redujo: 115 millones de euros, mientras que el de Elizabeth II fue de 50 millones de euros, calculados al valor de hace 70 años, lo que para los partidarios de la República continúa siendo un escándalo que no justifica la monarquía. Sin embargo, la mayoría de los británicos prefiere la monarquía ante un Jefe de Estado electo.
En fin, en la abadía de Westminster —donde se han celebrado las coronaciones británicas los últimos 900 años—, la poco agraciada Camila, la esposa de Carlos III, cambió su estatus: de antigua amante (que causó el divorcio del heredero con su esposa, la agraciada princesa Diana, que un día denunció que su matrimonio era de “tres personas”), pasó a ser la primera reina en ser coronada desde que lo fuera la reina madre en 1937. La eterna amante se ganó a pulso la “aceptación” del pueblo.
¿Hasta cuándo durará la monarquía británica? That is the question. VALE.