El tema recurrente en las redes sociales, ha sido la exhibición diversos actos de corrupción dentro del gobierno actual que van desde  la forma de vida dispendiosa de los hijos del inquilino del Palacio Nacional,  cuando es del dominio público que  nunca han tenido un empleo formal y han vivido dependientes de su padre. El presidente como un padre alcahuete ha tenido como respuestas  “al parecer su esposa tiene dinero”  o “cien millones de pesos no son nada”.

El caso de SEGALMEX, que produjo un desvío de recursos y cuyo daño patrimonial al erario del Estado representa más del doble de la estafa maestra por la que se retuvo en prisión por más de tres años a la secretaria de SEDATU del sexenio anterior; o la exhibición de los dispendios millonarios del actual General Secretario que no se corresponden con el sueldo percibido y declarado; son solo algunos de los temas que seguramente se verán incrementados una vez que termine este gobierno, y que se venzan los obstáculos a la transparencia.

La más reciente Encuesta Nacional de Corrupción y Buen Gobierno efectuada en 2021, nos muestra que la percepción de corrupción es un tema en donde los “usos y costumbres” refuerzan las acciones contrarias a la legalidad, y provocan impunidad, llegando a  considerar que los actos de corrupción son una condición cotidiana y cultural.  La encuesta documenta más de 200 millones de actos de corrupción relacionados con trámites administrativos y judiciales. El pago de “mordidas”, sobornos para obtener permisos o licencias, y la incertidumbre que genera este proceso, tienden a reducir los incentivos para la inversión; una de las  desventajas de la corrupción; es la falta de productividad en la administración pública, haciendo que los trámites sean dilatados y costosos lo que impide la inversión, así como el desarrollo de la industria y el crecimiento de las empresas.

Existen diversas formas de corrupción, muchas de ellas imperceptibles; en la cultura de los mexicanos la mentira, la corrupción y la simulación como prácticas nacionales difíciles de erradicar, actos como aceptar un cargo para el cual no se está capacitado ni se tiene experiencia, en las oficinas gubernamentales, la corrupción reviste distintos actos como el abuso de poder, tráfico de influencias, compadrazgo, amiguismo, soborno, cohecho, mal uso de los conocimientos, fraude, aceptación de obsequios a cambio de favores, entre otros que forman parte de lo que denomina  “prácticas administrativas”, muy difíciles de reglamentar o sancionar.

México ocupa la posición 124 de 180 países en el mundo que son evaluados por Transparencia Internacional  en materia de corrupción, nuestro país ocupa el lugar 38, último lugar de los países integrantes de la OCDE.  En la evaluación de corrupción del 2021, México fue calificado con un valor de 31 sobre 100 puntos,  en el mismo nivel que Nigeria Gabón Papúa y Nueva Guinea; y muy por debajo de Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelanda, que obtuvieron 90 puntos.

Varios estudios académicos que tratan sobre este tema, escritos desde distintas épocas y perspectivas, de una práctica cotidiana. Algunos autores señalan que  es un problema cultural, como José Juan Sánchez González en su libro “La corrupción Administrativa en México”  compila de manera histórica varios acontecimientos de la vida en México, en donde señala que desde la Colonia nació una corrupción institucional, tolerada, permitida, fomentada e incluso promulgada, llegando a decretarse  “Promúlguese pero no se acate”.

En nuestro país, a lo largo del virreinato, la Independencia y la  revolución mexicana, y en mucha proporción en nuestros días, se fomentó y se sigue fomentando la tolerancia a las prácticas vinculadas con desvíos de recursos, el uso discrecional del poder y la falta de ética de los servidores públicos. Los  intentos por disminuir la corrupción han sido muchos y se encuentran documentados en los planes de desarrollo, los discursos en las campañas políticas e incluso las políticas públicas instrumentadas para erradicarla, pero los esfuerzos han sido infructuosos.

La corrupción en México tiene más de quinientos años, en distintas modalidades, formas y grados. Las prácticas corruptas tienen un profundo arraigo que se llega a “institucionalizar”, lo que las vuelve muy difíciles de contener porque en las redes de corrupción se movilizan recursos, intereses financieros, familiares, político-partidista y de grupos.

Solo mediante la prevención, la cultura ética y la práctica de valores en el servicio público se podrá contener la corrupción institucionalizada que se vive en nuestro país; debemos insertar dentro de la cultura mexicana la cultura de la legalidad, cambiar nuestras formas de relaciones sociales y de negocios y luchar por erradicar la corrupción dentro de los tres ámbitos de gobierno y en la vida privada de las personas.