Desde el 15 de abril pasado, en la República de Sudán, cuya extensión es casi la misma de México, pero con una población de poco más de 46 millones de habitantes, los combates entre el ejército y los paramilitares (que ya han roto un alto el fuego de 72 horas y otros intentos), ya han provocado la muerte de más de 528 personas y más de tres mil 700 heridos, en apenas dos semanas. En el espacio aéreo de Jartum, la capital del país, los aviones del general Abdel Fatah Burhan, de facto el líder nacional desde el golpe de Estado de 2021 y jefe de las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF), tratan de imponerse al fuego de los blindados de los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), comandadas por el general Mohamed Hamdan Daglo, alias Hemedti. En la ciudad capital, los países extranjeros se apresuraron a evacuar a sus ciudadanos y a sus diplomáticos. En los alrededores de Darfur, al oeste del país, se informó de saqueos masivos, y hombres armados disparaban cohetes en enfrentamientos urbanos.
Los combates provocaron un éxodo masivo en todo el país, que por cierto es uno de los más pobres del mundo; asimismo, centenares de reos escaparon de tres prisiones. Además, la Organización de Naciones Unidas (ONU), interrumpió sus actividades tras la muerte de cinco trabajadores humanitarios, y advirtió que ya no podía prestar ayuda en la zona donde “50 mil niños sufren de desnutrición aguda”.
En dramáticas operaciones de evacuación, convoyes de personal del servicio exterior, profesores, estudiantes, trabajadores y familias de docenas de países pasaron frente a los combatientes en las líneas de la capital, hacia los puntos de escape. Otros caminaron cientos de kilómetros hasta la costa este del país. Innumerables aviones militares europeos, del Oriente Medio, africanos y asiáticos despegaron el domingo 30 de abril y el lunes 1 de mayo para sacar a centenares de sudaneses y extranjeros. Para muchos nacionales, el puente aéreo era una aterradora señal de que las potencias mundiales, después de fracasar repetidamente en negociar un cese al fuego, sólo esperan combates más cruentos.
Y, peor aún, Antonio Guterres, el diplomático portugués, secretario general de la ONU, declaró que la violencia en un país que bordea las regiones del Mar Rojo, el Cuerno de África y el Sahel (término árabe que significa “borde, costa”, que describe la aparición de su vegetación como una línea que delimita el mar de arena del Sáhara), “genera el riesgo de una conflagración catastrófica…que podría engullir la región”. Asimismo, decenas de miles de personas —alrededor de 800,000–, incluidos sudaneses y de países vecinos, han huido en los días recientes a naciones cercanas como Egipto, Chad y Sudán del Sur.
Por otra parte, para los que aún permanecían en el tercer país más grande de los 54 que forman el continente africano, donde una tercera parte de sus 46 millones de habitantes depende desde hace varios lustros de la ayuda humanitaria, priva una grave escasez de alimentos, agua potable, medicinas y combustible, aunque el país cuenta con riqueza petrolera; las comunicaciones y la electricidad son limitadas, mientras los precios de mercancías y servicios se han disparado, según informes del portavoz adjunto de la ONU, Farhan Haq. La población de Jartum —cinco millones—, no cuentan con agua ni electricidad desde hace varios días. Y la mayoría solo tiene el propósito de abandonar la ciudad en cuanto puedan, pues todo es un caos.
Según la ONU hay 75,000 desplazados internos y hasta 300 mil personas podrían huir de los combates en 12 de los 18 estados que conforman el país. Y la ONG, Médicos sin Fronteras (MSF), anunció que tuvo que “suspender casi la totalidad de sus actividades” debido a la violencia en el país africano.
Periodistas especializados en el tema. Como Fran Ruiz, explican que el general Abdel Fattah Burhan está desafiado directamente por su antiguo aliado el general rebelde mejor conocido como “Hemedti”, cabeza del grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido surgido de la brutal milicia Janjaweed (los Jinetes Negros), acusada de genocidio étnico en la región separatista y petrolera de Darfur, en los primeros años del presente siglo, con 300,000 muertos y miles de casos de violación de mujeres y niños, según informes de la ONU.
Cuenta Ruiz que el 11 de abril de 2019, Burhan y Emedti hicieron mancuerna para dar un golpe de Estado contra el dictador Omar al Bashir, después de un cuarto de siglo en el poder, y “El único sátrapa del norte de Africa que parecía haberse haberse librado de la Primavera Árabe —que se llevó por delante a los dictadores de Túnez, Ben Alí; de Libia, Muamar Gadafistas; y de Egipto, Hosnim Mubarak—, cayó gracias a la traición del general rebelde Hemedti, a quien puso de líder de los temibles Janjaweed y encargó que aplastara la rebelión separatista en Darfur, en el este del país”…”Hemedti, quien para esquivar la justicia internacional convirtió la milicia genocida Janjaweed en la organización paramilitar FAR, pronto dejó claro que no tenía intención de devolver el poder al pueblo y que éste eligiera democráticamente a sus gobernantes. Reprimió con dureza las protestas callejeras, dejando decenas de muertes y se negó a disolver su formación paramilitar dentro del Ejército al mando de Burhan, quien se vio forzado a mantener una frágil tregua con su aliado, cada vez más poderoso y bien armado. Lo que queda aún por saber es que llevó a Hemedti a romper la tregua y declararle la guerra al líder “de facto” de Sudán, el general Burhan, pero lo que cada vez está más claro es quién está detrás del empoderamiento de las FAR y de que los paramilitares sobre quienes pesan las acusaciones de genocidio se hagan con el poder en Sudán: el presidente ruso Vladimir Putin”.
¿Qué le picó a Putin en Sudán? Al parecer lo mismo que le picó con otros dictadorzuelos de la zona, que le sean leales no sólo a él, sino a Rusia. Dice Ruiz: “Fue exactamente lo que ocurrió con el dictador sirio Bachar al Asad, quien se echó en brazos de Putin en el momento en que vio peligrar su poder y el de su familia, por un pueblo harto de miseria y décadas de represión. Y fue lo mismo que le dijo el dictador sudanés Omar al Bashir, quien le llegó a decir que Sudán “era la puerta de entrada de Rusia en África”.
Y, agrega Fran Ruiz, “Y así fue como Putin envió a su brazo armado paramilitar en la guerra de Ucrania, para que se infiltrara no solo en Sudán, sino en la vecina República Centroafricana, en Mali, en Chad y en Libia, donde entrenaron al señor de la guerra que no reconoce el liderazgo del gobierno apoyado por la ONU y tiene a ese país petrolero en guerra civil desde la caída de Gadafi”.
Pero no solo eso. Aparte del interés militar y estratégico en la República de Sudán y en medio continente africano, está la principal riqueza del país: sus minas de oro. Explica Samuel Ramadi, autor del excelente libro Russia in Africa, al canal de televisión Al Jazeera: “Lo primero que hicieron fue ocupar las minas de la compañía Meroe Gold –cuya sede matriz está en Moscú—, y pronto pasaron a cumplir mandatos del gobierno de Jartum”.
De último momento, los bandos en disputa por la supuesta imposición de un gobierno civil retomaron las negociaciones para otro cese al fuego del 4 al 11 de mayo, lo que sería la regla más larga en Sudán. Para ello intervino el gobierno de Sudán del Sur, pero no hay planes para frenar permanentemente los combates, mientras la ONU aseguró que el país está en una grave inseguridad alimentaria. Lo único seguro es que la situación en Sudán es más incierta que nunca. VALE.