Mientras la diplomacia china está construyendo consensos en Medio Oriente entre enemigos jurados por sinrazones de religión y de poder: Irán y Arabia Saudita, el Estado hebreo se está despeñando en el fundamentalismo y es víctima de intentos dictatoriales, de un gobierno de extrema derecha y fundamentalistas religiosos.

Secuestrado por el primer ministro Benjamín Netanyahu, corrupto, políticamente longevo, el que ha ejercido más años el poder en los 75 años de historia del actual Israel, el país es el escenario de un intento de golpe de Estado legaloide contra la Corte Suprema y de la violencia de fundamentalistas religiosos lanzados contra quienes —incluso de religión judía— no lo son y, desde luego, contra los fieles de otros credos.

El gobierno de Netanyahu está, además, masacrando jurídicamente —me permito esta expresión— al proyecto de dos Estados, el de Israel y el palestino, vecinos conviviendo en paz y armonía, avalado por Naciones Unidas, aprobado por múltiples gobiernos y por los propios Estados hebreo y palestino. Un atentado, el del gobierno Netanyahu, que se traduce en despojo territorial a través de la creación de colonias judías en territorios palestinos. Todo ello en una atmósfera de violencia armada y asesinatos, de lo que ambas partes: israelíes y palestinos son igualmente responsables; y que hoy 10 de mayo que escribo este artículo, celebra asesinatos selectivos y exige “una ofensiva militar más dura y larga.”

 

Contra la Corte Suprema

El más alto Tribunal de Israel está sufriendo los embates del gobierno Netanyahu, que pretende supeditarlo al Gobierno y al Parlamento (la Knesset), primero, disponiendo que sus decisiones puedan revocarse por mayoría simple en el propio Parlamento y, en segundo lugar, modificando al comité que selecciones a los ministros de la Corte, integrándolo mayoritariamente por miembros del Parlamento. En otras palabras, la Corte dejará de ser el contrapeso de los otros poderes, “la válvula de garantía —dice Pedro Salazar, director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM— para la vivencia del Estado constitucional”. Una reforma que, por otro lado, libraría a Netanyahu de un eventual desafuero para responder a las innumerables acusaciones de delitos de corrupción y otros.

La pretensión de Netanyahu de someter a la Corte Suprema la semeja —como lo hizo notar el famoso periodista Moisés Naim, colaborador de publicaciones europeas, estadounidenses y latinoamericanas— a lo que estamos viviendo en México, donde el presidente está lanzado contra el INE y otros órganos que protegen la democracia y actualmente enfoca sus baterías contra nuestra Suprema Corte.

Tanto Bibi —Netanyahu— como AMLO enfrentan la oposición de quienes defienden la democracia y el Estado de Derecho. En México las manifestaciones de cientos de miles —y más— a lo largo del país, el 13 de noviembre de 2022 y el 26 de febrero de este año mostraron elocuentemente la disposición de la ciudadanía de defender nuestra democracia.

En Israel las protestas han sido interminables y multitudinarias: sacaron a la calle a militares y reservistas que se oponen a la reforma y han producido enfrentamientos entre estos y los ultraortodoxos partidarios del gobierno ultraderechista de Netanyahu, que tildan de izquierdistas y traidores a sus adversarios y afirman que defenderán “a través de la Torá” a los diputados del régimen.

 

Contra la mafia en el poder, La “Vieja Élite”

Efectivamente, contra los “izquierdistas” que “les impiden remodelar Israel”, Netanyahu y su coalición pretenden someter a una Corte que no es en absoluto una guarida de izquierdistas —en México se hablaría de “guarida de neoliberales o conservadores”—. Corte que, por cierto, no pueda presumir de defender los derechos humanos de los palestinos —que son ya el 20% de la población de Israel— pero sí de ser la garante del equilibrio de los poderes y que goza de la confianza de los israelíes.

La verdadera Mafia en el poder no son los izquierdistas ni la “Vieja Élite” como llama el segmento de ultraortodoxos a quienes representan al Israel laico, culto, sino la coalición a cuya cabeza hoy gobierna Netanyahu, la más derechista de la historia del país, integrada por más de un personaje racista y homófobo; y, por supuesto antiárabe, es decir, anti-palestino. Precisamente cuando la violencia desbocada —2022 ha sido el año con más palestinos muertos en Cisjordania (165) desde 2007 y más israelíes (31) desde 2014— requeriría de un gobierno moderado.

Aunque el comentarista B. Michel considera a Netanyahu un líder moderado presionado por radicales y dice con ironía en el diario Haaretz, que debe apoyarse a Bibi “porque solo Bibi puede salvarnos de todo aquello en lo que nos ha metido”. Lo cierto es que Netanyahu cuenta en su equipo con un civil conocido por su ultranacionalismo y su violento discurso antiárabe, Bezalel Smotrich, ministro de Hacienda, pero con competencias específicas en la administración civil de Cisjordania, para facilitar la colonización israelí.

También se apoya en Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, con amplios poderes de intervención sobre la policía. Un activista impenitente que multiplica las provocaciones pavoneándose por los barrios árabes de Jerusalén Este y apareciendo junto a las milicias de autodefensa judías. Ambos personajes provocan, agreden y aseguran el asentamiento de colonias judías en tierrras de Cisjordania´

Respecto a Ben Gvir, designado por su gobierno para pronunciar el discurso oficial en la recepción diplomática de la representación de la Unión Europea en Israel —en Tel Aviv—  con motivo del Día de Europa, dio lugar a que tal representación —embajada— cancelara el evento, “para no ofrecer una plataforma a alguien con puntos de vista que contradicen los valores que defiende la UE”. Como lo ha indicado en un comunicado la delegación comunitaria, al que se habrían opuesto los gobiernos ultraconservadores de Polonia y Hungría.

Paralelamente a tal falla diplomática del gobierno israelí, que está siendo, por otro lado, subsanada, lo que sí resulta chocante, por decir lo menos, es que Netanyahu siga sin recibir la invitación, tras cuatro meses y medio en el cargo, por parte de Joe Biden. Desde 1969, todos los primeros ministros de Israel han sido invitados a Washington durante los tres primeros meses de legislatura.

Fiel a su sectarismo, el actual régimen acosa no solo a palestinos —musulmanes— sino a fieles de otros credos, para los que Jerusalén es también patria religiosa e Israel es Tierra Santa, tierra de Las Religiones del Libro: judaísmo, cristianismo e islam. En Jerusalén, en la que desde siempre las autoridades israelíes han sometido a innumerables restricciones.

Católicos, ortodoxos, protestantes, armenios y fieles de otros credos cristianos están siendo objeto de violencia, incluso de agresiones blasfemas de parte de integristas judíos que se sienten protegidos por el régimen, sin que el gobierno actúe más allá de expresar “escasas y tebnes condenas” a las agresiones.

 

¿Dos estados o Apartheid con Palestina?

La propuesta onusiana de Israel y Palestina como dos Estados vecinos, conviviendo en paz —y armonía— es, según los expertos y lo que está sucediendo en la realidad, letra muerta. Lo que tiene sin cuidado, en absoluto, a los judíos y, aunque supuestamente interesa, por justicia y solidaridad religiosa a Estados musulmanes, la verdad es que nada hacen en favor de sus correligionarios palestinos.

La cruel realidad es que Israel está pareciéndose a la Sudáfrica del apartheid, en donde los árabes —el 20 por ciento de la población, como dije, creciente— son los marginados.

Hay, sin embargo, ideas interesantes y que se antojan realistas como la de crear una confederación jordano-palestina, que es más natural, dice Shomo Ben Ami, canciller israelí durante las negociaciones de Camp David el año 2000, que publicó el libro Profetas sin Honor y propone opciones a la ya fenecida solución de dos Estados. Que, por cierto, critica ese autor, la Unión Europea sigue proponiéndola.