Me valgo de la generosa hospitalidad de Siempre, que me otorga Beatriz Pagés Rebollar, para exaltar el talento, las virtudes y el ejemplo de algunos compatriotas excepcionales que se han distinguido en las ciencias y las artes. Honran a nuestro país. Es grato hacerlo ahora mismo, no sólo por los méritos de los personajes a los que me referiré, sino por las arremetidas con que se les ha ofendido o por el menosprecio con que se les ha ignorado por quien debiera ser el principal impulsor de nuestros compatriotas dentro y fuera de México: el presidente de la República, que lejos de exaltar a sus notables conciudadanos ha procurado ignorar sus merecimientos o denostarlos públicamente en un ejercicio de malicia e ignorancia.

Por supuesto, no pretendo referir la “vida y milagros” de las muchas mexicanas y los numerosos mexicanos que en estos días han recibido distinciones dentro y fuera de México y que son ejemplo de valor para los compatriotas que los conocen y celebran y para los conciudadanos que deben volver hacia ellos sus miradas, distraídas por las renuencias y el olvido del presidente de los mexicanos. Ya es costumbre que este ciudadano, constituido en caudillo plagado de amarguras y rencores, ofenda a quienes merecen exaltación y empañe, por acción u omisión, los méritos de ilustres ciudadanos. Las conferencias mañaneras de nuestro presidente, que escuchamos con pena y asombro, exhiben resentimientos y ocultan u ofenden la valía de ilustres compatriotas.

Hace algunos meses, Eduardo Matos Moctezuma, maestro de la arqueología mexicana, ampliamente celebrado más allá de nuestras fronteras, recibió una distinción singular de manos del rey de España: la presea Princesa de Asturias. Inmediatamente reaccionaron los enterados —y se enteraron los que no conocían a este arqueólogo eminente— con legítimo orgullo por la distinción merecida, que no sólo exalta la vida y la obra de Matos Moctezuma, sino también el desarrollo de la ciencia en México. Recordemos el papel señero de Matos en la recuperación del Templo Mayor   —y otras joyas de nuestro pasado indígena— en el centro de la ciudad de México. No obstante, la importancia de la presea, no hubo eco en Palacio nacional.

Sigamos en este camino de reconocimientos. Días atrás, la notable presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ministra Norma Lucía Piña Hernández, fue galardonada con un reconocimiento que otorgó la Asociación Internacional de Mujeres Juzgadoras —juristas de gran prestigio— en presencia de sus colegas de numerosos países, México entre ellos, que respetan y aprecian la trayectoria de la jurista mexicana. Vale subrayar que esta ministra, profesional del Derecho, con larga carrera en la que destacan los méritos propios de un buen juzgador, se ha distinguido por sus conocimientos, su experiencia, su independencia y su entereza. Virtudes mayores cuando se trata de quien imparte justicia. Tampoco llegó la complacencia del Palacio Nacional, que recibió la noticia con un comentario equívoco.

Adelante, pues, con otros mexicanos descollantes. Tocó el turno al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, doctor Enrique Graue Wiechers, que ha conducido con acierto y firmeza la vida de la Universidad de la nación en una época poblada de problemas que acechan a esa institución y ponen piedras en el camino de su autonomía y buen desempeño. El doctor Graue, médico notable, recibió de la Universidad de Sevilla un reconocimiento del mayor nivel: doctorado honoris causa, con el que se distingue a quien ha sabido ejercer su profesión con excelencia, atraer el respeto y el aprecio de sus pares y servir con dignidad a la institución que representa. El comentario del Ejecutivo fue sarcástico y devaluatorio.

En fecha muy reciente, el Seminario de Cultura Mexicana —organismo que cuenta con ochenta años de labor fecunda, ejemplar— concedió la Medalla José Vasconcelos a la doctora Juliana González Valenzuela, quien forma filas en la vanguardia de la filosofía mexicana y ha sido directora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, miembro de la Junta de Gobierno de esta casa y receptora de múltiples preseas concedidas por el gobierno de la Republica y por la propia Universidad. La doctora Juliana González, autora de numerosas obras notable, ha aplicado su gran talento a la formación de muchas generaciones de filósofos y al buen servicio a la Universidad Nacional. La reacción del Ejecutivo fue el silencio.

En otras trincheras se hallan diversos artistas, relevantes en el ámbito de su desempeño, de quienes se han publicado obras de gran calidad que dan cuenta del desarrollo de las artes en México y, por supuesto, de la jerarquía de esos compatriotas. Uno de ellos, con relevancia nacional e internacional, es Carlos Prieto, violonchellista excepcional, que ha destacado en múltiples foros de numerosos países de América, Europa y Asia. Padre de otro músico notable —Carlos Miguel Prieto— ese personaje es autor de una bella obra que debe ser leída y seguramente será disfrutada por muchos amantes de las música y conocedores del desarrollo de las bellas artes en nuestro país: Mi vida musical.  Conviene que llegue a la biblioteca de Palacio Nacional.

Mencionaré también, para cerrar esta breve nota con broche de oro, a otro artista extraordinario, cultivador de la plástica: Arnaldo Cohen, pintor de gran vuelo, miembro de lo que se llamó la “generación de la ruptura”, que sucedió en el tiempo y en el gusto de muchos devotos de la plástica a la famosa generación de los grandes muralistas mexicanos. También en estos días se ha publicado una magnífica obra sobre Cohen: Reflejo de lo invisible. Brilla su talento, que enriquece al paisaje de las artes en nuestro país y pone de manifiesto la calidad de ese pintor que tiene en su haber una obra nutrida y admirable.

¿Cree usted, amigo lector, que alguno de estos personajes excepcionales ha recibido desde las infaustas “mañaneras” las expresiones de respeto, admiración y elogio que merecen? Es doloroso para México y los mexicanos que las palabras proferidas en esas matinées cotidianas se dirijan sobre todo a ofender y menospreciar.  Esas palabras no honran a quien las difunde, olvidando que en nuestro país hay mexicanos excepcionales que pueden servir como ejemplo a los compatriotas que ahora se forman en el cultivo de las artes y las ciencias y que escuchan insultos y difamaciones en la tribuna donde se debiera ofrecer ejemplos de vida y obra que iluminen el porvenir.