Durante las últimas dos décadas, la expresión “soberanía alimentaria” ha cobrado mayor relevancia, y no es que antes no existiera, o los gobiernos la tuvieran contemplada en sus políticas públicas, sino que se popularizó entre propios y extraños ante una población cada vez más demandante. Se trata del derecho que tienen las sociedades a decidir cómo producen, comercializan y consumen los alimentos. El fin es que se disponga de métodos y productos alimentarios suficientes, sanos, nutritivos y sustentables.

Sin embargo, esta tarea es más que titánica porque nada se construye con discursos, buenas intenciones, promesas, anuncios espectaculares o presiones políticas. En mayo del 2022, el titular del Ejecutivo viajó a Jalisco donde convocó a productores locales a sumarse a una campaña que garantice la disponibilidad de alimentos; “Yo vengo a convocarlos para que entre todos ayudemos y podamos aumentar la producción; que todos los que trabajamos en el medio rural hagamos conciencia”.

En respuesta podríamos apuntar que el sector agropecuario es precisamente de los que más conciencia tiene a la hora de producir: conciencia ambiental, social y comercial, porque lo hace desde dos grandes perspectivas: uno, producir los alimentos sanos e inocuos que llegan todos los días a las mesas mexicanas, de otra manera no comercializan, y dos, la comercialización se traduce en el salario de miles de jornaleros y sus familias: aproximadamente 1.8 millones de jornales.

En este escenario aparece el tomate rojo, jitomate para el centro del país. Se trata de uno de los alimentos básicos de la dieta de los mexicanos: la mayoría de las sopas, guisos y salsas que comemos, lo contienen y lo requieren. De la accesibilidad ni hablar: lo encontramos en  mercados, supermercados, tiendas, tianguis… en todas partes. Se nos ha vuelto tan cotidiano y tan cercano que pocas veces el consumidor se detiene a cuestionar sobre su origen, en dónde y cómo se produce, quiénes lo procesan en su siembra, cosecha, empaque, traslado y comercialización, etc. Es tan normal tenerlo en las mesas que se vuelve común no reparar en todo lo que implica su producción.

México es el principal exportador de tomate rojo fresco a nivel mundial, por lo que es la hortaliza que más volumen y venta reporta al país, con números solo detrás de lo que generan otros productos del campo como el aguacate y las berries. De acuerdo con la Secretaría de Agricultura en 2021, el llamado jitomte reportó ventas por 2 mil 306 mdd a EU y ventas a Canadá, Japón, Emiratos Árabes, Emiratos Árabes Unidos, Bélgica y Singapur, entre otros mercados.

Además, es de los productos básicos más rentables y con mayor nivel de tecnificación: un tercio de la superficie sembrada se ubica en agricultura protegida, de donde se obtiene el 67 por ciento del volumen de producción. Al cierre de 2020 se obtuvo un volumen de tres millones 271 mil toneladas, en una superficie de más de 45 mil hectáreas y un consumo per cápita de 13.4 kilogramos.

Estas cifras dan cuenta de la importancia de los productores nacionales de tomate rojo. En casi toda América Latina, Europa y principalmente Estados Unidos se come tomate mexicano.

Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas: el ingeniero Manuel Cázares, vicepresidente del Consejo Nacional del Sistema Producto Tomate -que preside el Ingeniero Rosario Antonio Beltrán- nos puntualizó en entrevista, los retos diarios para lograr esa hazaña de lugar un lugar preponderante entre los exportadores y la preferencia de los consumidores que saben que los jitomates mexicanos son garantía de alimento nutritivo, sano y de calidad, resultado de un complejo proceso en el que se conjuntan el esfuerzo del productor, los avances tecnológicos presupuesto y las políticas públicas.

El Sistema Producto Tomate es una organización vinculante entre gobierno y productores. Concentra tomateros de los 10 principales estados que cosechan esta hortaliza en el país: pequeños, medianos, grandes. Para el sonorense Cázares, se trata de una rama productiva muy unida, que camina para el mismo lado.

Contundente, el Ingeniero Cázares no duda en precisar que el tomate mexicano cuenta con la preferencia nacional e internacionalmente somos número uno incluso en el mercado de Estados Unidos”.  Y es que el tomate nacional es inocuo, cumple con los grados Brix (azúcar) y se madura sin preparaciones químicas. Estas características también han sido motivo de presión por parte de los tomateros de Florida para fijarles un arancel. En contraste, al producto mexicano se le hacen reconocimientos como en Hong Kong, donde el tomate Saladett de Morelos impactó por su carnosidad y sabor.  ¡Ojo! No nos cuentan esos logros, muchos mexicanos lo ignoran.

Reflexivo, Cázares refiere que si bien esta rama productiva cumple con altos estándares de calidad, ha evolucionado en infraestructura, en innovación tecnológica, en responsabilidad social y trabaja siempre con buenas prácticas, por el lado del gobierno no ven una respuesta a estos esfuerzos. Precisa que no cuentan con los apoyos gubernamentales que les permitan recuperar la inversión, menos un margen de ganancia.  Esto se debe a la falta de créditos, de seguros agrícolas, al alto costo de los insumos y a la falta de políticas públicas dirigidas a estas necesidades, que precisa Cázares, no son exclusivas de los tomateros, sino cualquier productor de alimentos.

En una suerte de llamada de auxilio, el Ingeniero Manuel expone que entre los pequeños y medianos productores existe un sentimiento de desesperación e incertidumbre, porque anteriormente podían sembrar tomate en un pedazo de su tierra, sin embargo, ya no tienen apoyo de ninguna especie, particularmente en el centro y sur del país, por lo que optan por sembrar granos y así alcanzar los programas de fertilizantes, o algún programa de capacitación o para combatir plagas.

Sin perder la esperanza, el sonorense espera que el gobierno federal reaccione y proponga un plan estratégico, equilibrado, para el sector agroalimentario en general, porque plantea que “un país sin producción, no logrará la soberanía alimentaria”.

México atraviesa por tiempos complicados propiciados principalmente por el renglón político, social, cultural y productivo. El sector agropecuario pese a cualquier condición sigue adelante con su vocación: producir los alimentos que consumimos todos los días, lo que a su vez permite estabilidad social, y el sonorense aprovecha para invitar a todos los mexicanos a que “consuman tomates nacionales, ténganos confianza”. Cuando las políticas públicas están rebasadas, se necesitan más voces -como lo hace la Revista Siempre!- que hagan eco de las necesidades del sector agropecuario, finalmente es el que hace posible que haya alimentos en nuestras mesas.