La candidata que ganó en el Estado de México no fue Delfina Gómez. La competidora que volvió a arrasar en las casillas fue la abstención. Ella, con su apatía e indiferencia es la que decidió el resultado y el avance de un régimen destructor.

La oposición pierde el tiempo echando la culpa a otros. No fue solo un Alfredo del Mazo, ausente y entregado, el responsable. Tampoco un Movimiento Ciudadano o un Dante Delgado –alérgico a la alianza– los únicos culpables.

El abstencionismo del 50 por ciento tiene varios autores. Los opositores haríamos bien en mirarnos a los ojos, en sentarnos ante el espejo y hablarnos con honestidad.

Es cierto que López Obrador financió una elección de Estado. Es verdad que mandó a 25 mil servidores de la nación a entregar 5 mil o 7 mil pesos por voto. Está demostrado que hubo casas encuestadora usadas como propaganda política para hacer creer que Delfina ganaría por 20 puntos.

Todo eso es cierto y más. Pero la única verdad es que la oposición debe aceptar y corregir sus debilidades.

¿Cuáles? El Estado de México arrojó importantes lecciones. La insuficiente participación nos dijo que el candidato o candidata a la Presidencia de la Republica tiene que ser alguien “fuera de caja”. Fuera del perfil partidista, conservador y tradicional. El elector dio con su ausencia en las urnas un grito: ¡No quiero más de lo mismo!

Y este reclamo tienen que escucharlo los partidos políticos. La alianza tendría que estar dispuesta a dar respuesta a esta demanda. Aceptar que el futuro candidato o candidata a la Presidencia podría y debería ser un ciudadano que conecte con la clase media para que con su voto eche a Morena de Palacio Nacional.

Ese grito de advertencia tiene que ver con el método para seleccionar candidato (a). La fórmula tiene que tener objetivos muy claros: que la ciudadanía participe, que lo haga suya la candidatura para que le genere entusiasmo y compromiso.

Los mexiquenses nos dijeron algo más. Las marchas y las concentraciones deben continuar, han servido para conmover conciencias, pero no son suficientes para ganar elecciones. Llenar plazas no significa necesariamente llenar urnas. Necesitamos mucha más ciudadanía para ganar el 24.

A doce meses de las elecciones presidenciales urge darle al voto un valor y un significado social que no tiene y en esa tarea tendrían que estar involucrados sociedad y partidos.

Delfina no ganó, porque no fue candidata. El candidato fue López Obrador. Ni gracia, ni talento. Mujer anticarismática, políticamente sumisa, cocinada al calor presidencial al igual que Claudia Sheinbaum.

Tampoco será gobernadora, sólo una correa de transmisión de lo que decida su amigo el presidente. El Estado de México será el primer experimento a un Maximato. La maestra no gobernará. No sabe. Hará las veces de una actriz que representará el papel asignado con ayuda de su coordinador de campaña Horacio Duarte.

Ojo con esto: Delfina no arrasó. No entusiasmó. Los electores no votaron por ella ni siquiera en su tierra natal Texcoco. De los 12 millones 665 mil 223 ciudadanos con credencial de elector sólo votaron por ella 3 millones. Y lo hicieron a fuerza de ser amenazados y chantajeados.

Delfina es el producto más puro de una elección clientelar. Su gobierno no será resultado de un proceso democrático, sino de haber tomado como rehenes a los ciudadanos más pobres.

7 millones de mexiquenses se quedaron en casa sin votar. La enseñanza es clara: derrotar a Morena pasa por derrotar la abstención y para derrotar la abstención habrá que replantear mucho o todo.

@PagesBeatriz

 

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