Mohamed Bin Salman, vedette de última hora

Ante noticias de alto impacto internacional, como las de los contactos chino-americanos: la visita a Pekín del secretario de Estado Antony Blinken para bien encausar las relaciones bilaterales, aunque incluya a última hora, el tonto comentario de Biden llamando dictador a Xi Jiping; los escándalos de Trump en este inicio de las competencias por la candidatura presidencial del partido republicano en la elección de 2024; o, incluso, la iniciativa de la Unión Europea de dar amplia relevancia política, económica y jurídica a sus relaciones con nuestra región, lo que debería interesar a México y los países latinoamericanos, la actual aparición en el escenario internacional del príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman (MBS), parecería de segunda importancia.

La historia reciente, desde el asesinato del periodista y disidente saudí Yamal Jashogyi el 2 de octubre de 2018, en el consulado de su país en Estambul, ha manchado al príncipe, quien habría ordenado la comisión de un crimen cuyos autores materiales destazaron el cadáver y lo sacaron del consulado en maletas. Tan infame y escandaloso hecho convirtió a MBS en un apestado internacional para gobernantes extranjeros, comenzando por el presidente Biden -pero no para Trump, por cierto. Pero, además, el asesinato del periodista no es el único en un régimen que, aplicando la pena capital a desafectos y otras víctimas, alcanzó ya un récord mundial, solo atrás de China y de Irán -las informaciones y críticas al respecto, provenientes de Amnistía Internacional y otras prestigiadas ONG’s son alarmantes.

Pero el realismo político -la real politik- se ha impuesto y si a inicios de su presidencia, en 2020, Biden se rehusó a conversar con el príncipe, no pasó mucho tiempo para que el “apestado” humillara al presidente del país más poderoso de la tierra: cuando el mandatario, ante la escasez de petróleo derivada de la guerra en Ucrania y las sanciones a Moscú, viajó en 2022 a Yeda y pidió en vano que Saudi Arabia aumentara su producción. Y hoy el heredero del trono del Reino del Desierto aparece, en vedette y poderoso, en las pasarelas internacionales.

Recuérdese, para empezar, que el Reino del Desierto, como se llama a Saudiarabia, no es solo la mayor economía del mundo árabe, sino que cuenta, además, según censos recientes, con una población de 32.2 millones de habitantes, de los cuales 18.8 millones son saudíes y dos tercios de su población son menores de 30 años. Un país, cuyo “bono demográfico” y el poder que acumula MBS desembarazándose de adversarios, reales o imaginarios, le está permitiendo, por una parte, “liberalizar” la religión en la vida diaria.

Por otro lado, echar a andar un ambicioso programa de modernización a marchas forzadas, “Visión 2030”, que se antoja de una fantasía futurista: Neom, megalópolis con taxis volantes y luna artificial, La Línea, ciudad cero carbono, internada 170 kilómetros en el desierto, Qiddiya, ciudad de vacaciones, tres veces más grande que París, Trojena, estación de esquí, más museo, una universidad de tecnología y diseño, un teatro inmersivo de usos múltiples y más de 80 lugares culturales y de entretenimiento. El proyecto, que prevé el tránsito de la economía del petróleo a la economía verde, debe estar concluido en 2030, año en el que Riad pretende albergar la Exposición Universal del 2030 -y en cuanto sea posible, la Copa del Mundo, de futbol; de ahí que los clubes saudíes contraten estrellas del nivel de Cristiano Ronaldo y Karim Benzema.

Mohamed Bin Salman llegó el 14 de junio a París en visita oficial, donde se ha reunido con su anfitrión, el presidente Emmanuel Macron y han hablado de negocios: por ejemplo, de la compra de armamento francés y, desde luego de contratos de empresas galas que participen en los multimillonarios proyectos sauditas de “Visión 2030”. Se dice que hablaron, asimismo, de la estabilidad en Oriente Medio (sobre todo de la situación en Siria, Irak, Líbano y Yemen) y de las repercusiones del conflicto ucraniano.

La estancia en París del príncipe saudita, invitado por Macron, tiene, además, como objetivo participar en la cumbre que organiza el presidente francés el 22 y 23 de junio, cuyo objetivo es alcanzar un pacto financiero mundial que alivie a los países pobres deudores -una suerte de nueva Bretton Woods- para luchar, a la vez, contra la pobreza y el calentamiento global.

Participarían en la cumbre alrededor de 50 jefes de Estado y de Gobierno, la ONU, instituciones financieras internacionales, expertos en clima, miembros de la sociedad civil: entre otros además del saudita, el premier chino, Li Qiang, la secretaria americana del Tesoro, Janet Yellen, más de diez presidentes, entre ellos Lula -pero no México, gracias a la diplomacia pueblerina de La Mañanera-, el egipcio Sissi, el sudafricano Ramaphosa, el secretario general de la ONU Antonio Guterres, Ajay Bange, director del Banco Mundial y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea de la UE.

Un tema prioritario de la agenda internacional en el que la participación de Arabia Saudita puede ser un apoyo importante, se refiere a las conversaciones que, de manera indirecta y con la mayor discreción, llevan a cabo el gobierno de Biden y el de Irán sobre el programa nuclear de este (y sobre prisioneros estadounidenses). El programa que, recuérdese, fue suscrito por Irán y China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia -miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU- más Alemania.

Tal acuerdo, concertado en 2015 y que inició su vigencia en 2016, garantizaba, a través de inspecciones periódicas de la OIEA (Organización Internacional de Energía Atómica) que Irán no produjera uranio enriquecido a niveles que le permitieran fabricar bombas nucleares, sino únicamente una actividad nuclear civil, y operó satisfactoriamente. A cambio de lo cual, se estaban levantando, gradualmente, las sanciones internacionales impuestas al régimen de los ayatolás.

Pero en 2018 Trump en su torpe y perversa arrogancia, animado por el premier israelí Benjamín Netanyahu, retiró a Estados Unidos del acuerdo, que murió, provocándose una situación grave, que pone en riesgo la paz no solo de la región sino más allá. Y como los intentos de reconducir el pacto de 2015 han fracasado -la actual nomenklatura iraní es retrógrada y fanática- la recentísima información sobre las pláticas irano-estadounidenses -de las que informan ampliamente los corresponsales de The Washington Post en Jerusalén, Estambul y Washington el 20 de junio- es buena noticia.

De acuerdo a la información que menciono, las conversaciones se vienen dando desde hace varios meses, pero no se intentan reactivar el acuerdo de 2015 ya mencionado, sino poner un alto a agresiones y tensión. Estas conversaciones, sin embargo, han producido críticas en el ámbito doméstico: líderes republicanos: el texano Michael McCaul, presidente de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, que, criticando a los demócratas hablan del levantamiento de sanciones y la autorización de “cuantiosos pagos” a Irán, lo que es falso, como lo aclaró el secretario de Estado Antony Blinken.

Tampoco podía faltar la crítica de Netanyahu, aunque parecería que el premier habla de que se está concertando es un “mini acuerdo nuclear” que Tel-Aviv (las notas de Israel hablan de Jerusalén sic,) consideraría aceptable. Y precisamente Arabia Saudí, hoy en buenas relaciones con Israel ¡y con Irán gracias a la mediación de China!, podría comentar favorablemente las negociaciones entre Washington y Teherán.

Concluyo haciendo notar que los imperativos de real politik han limpiado el sucio expediente del príncipe Mohamed Bin Salman.