Hace un siglo, cuando nació Heinz Alfred Kissinger en Fürth, Baviera, República de Weimar, Alemania, el 27 de mayo de 1923, en el seno de una modesta familia judía (el padre era un maestro de primaria y la madre, una ama de casa) la mayoría de sus contemporáneos no estaban seguros de llegar a los 30 años de edad. En aquellos momentos la hiperinflación marcaba para siempre la vida de Alemania. Como falsa solución a sus graves problemas económicos, derivados de su derrota en la Primera Guerra Mundial, el gobierno imprimió billetes de un billón de marcos; entonces un huevo realmente valía una fortuna. La comunidad judía en Alemania y en el resto de Europa no tenía la menor idea de que el Holocausto estaba a la puerta de sus hogares. No obstante, dos años antes un judío, Albert Einstein, había recibido el Premio Nobel de Física. El galardonado ignoraba que sus conocimientos lo incorporarían al programa que desarrollaría la primera bomba atómica. La misma que se lanzó en Hiroshima en 1945, y que obligó a la derrota del Eje, para finalizar la Segunda Guerra Mundial.

En aquellos días, nadie sabía que pocos años más tarde un joven emigrante alemán, llegaría a ser Henry Alfred Kissinger, un actor esencial de la diplomacia mundial como personaje de primer nivel de la política internacional de Estados Unidos de América, al grado de recibir en 1973 el Premio Nobel de la Paz —que infinidad de personas consideran inmerecido—, y, sobre todo, aunque desde 1977 no ocupa un puesto oficial, a los cien años de edad, al frente de su empresa Kissinger Associated —asesora de asuntos internacionales: públicos y privados—, es consultado por el gobierno de su país adoptivo y extranjeros. Simpatías y diferencias aparte, alejado de la diplomacia desde hace 50 años, el Doctor Kissinger es considerado en muchas partes del mundo un genio de la realpolitik. Hasta el desquiciado Donald Trump lo convocó a la Casa Blanca y no precisamente para tomar café. Es difícil citar otro caso semejante en el planeta.

Por el momento, decepcionando a infinidad de críticos y adversarios, así como a periodistas que desde hace más de una década tienen preparado su obituario tal y como corresponde a un personaje de esta envergadura, Henry Kissinger cumplió, el pasado sábado 27 de mayo, 100 años de vida en condiciones envidiables, con su esposa Nancy y sus descendientes. Posiblemente sus simpatizantes sean tantos o más que los que desean su muerte desde que salió de la Casa Blanca, donde se desempeñó como asesor de Seguridad Nacional y Secretario de Estado (número 56). Se cuenta como uno de los más célebres de la historia de Estados Unidos de América.

Jugando con los que ya han escrito su obituario y solo esperan el momento para publicarlo, el propio Kissinger escribió un tuit el 16 de mayo pasado que dice: Is Henry Kissinger Dead Yet?

Y él mismo se contesta: Not Yet!

Por lo que se ve, el hombre goza de buen humor.

De tal suerte, Lucas Proto, periodista de El Confidencial, en un artículo escrito sobre la larga vida de Kissinger, dice que “hace tiempo que escribir un perfil suyo se convirtió en una tarea absurda”.

Y agrega: “Bastan tres ejemplos de la más de una docena de libros escritos sobre él tan sólo durante la última década. ¿Quiere usted leer que Kissinger fue (es) un cínico inmoral, patrocinador de dictadores y directamente responsable de incontables matanzas en tres continentes? Lea usted Kissinger´s Shadow, del ganador del premio Pulitzer Greg Grandin.  ¿Le gusta a usted ir a la contraria y prefiere verlo como un Hombre de Estado obsesionado con hacer lo correcto a cualquier precio? Lea Kissinger, 1923-1968: The Idealist, la biografía autorizada escrita por el catedrático Niall Ferguson. ¿Está usted por encima de los juicios de valor y prefiere centrarse en su teoría política más allá de la moralidad? Lea Henry Kissinger and American Power: A Political Biography, del historiador Thomas Alan Schwartz”.

“A ellos toca sumarles medio centenar de reportajes periodísticos, entrevistas, artículos académicos y reseñas de los tres libros que a él mismo le ha dado tiempo a publicar desde su 90 cumpleaños. Cientos y cientos de horas de lectura tan sólo en la última década”.

“Kissinger el estatista, el diplomático, el despiadado, el genio, el académico, el carnicero, el maestro negociador, el realista, el criminal de guerra. ¿Cómo llegó un funcionario estadounidense que nunca se presentó a unas elecciones a desatar tal grado de interés, admiración y odio? La respuesta tiene tanto que ver con el periodo de la historia que le tocó navegar —el epicentro de la Guerra Fría y la etapa más activa de la política exterior estadounidense— como con su propia capacidad para presentarse, independientemente del papel que realmente estaba desempeñando, como la figura central de cualquier evento geopolítico”.

A las lecturas que recomienda Proto, agrego otra que demuestra las animadversiones que a lo largo de su vida ha suscitado el diplomático estadounidense que nunca pudo superar el tono germano al hablar inglés. Así, el diario mexicano al servicio de la Cuarta Transformación, editorializó el cumpleaños del personaje con el siguiente título: “Kissinger: un mal de 100 años”.  El primer párrafo del editorial dice todo: “Ayer cumplió 100 años Henry Kissinger, el más importante estratega e ideólogo del imperialismo estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial. En un mundo regido por la justicia, los múltiples crímenes de lesa humanidad perpetrados bajo sus órdenes o su consejo le habrían hecho pasar el onomástico tras las rejas, pero en el orden global que él ayudó a construir, sometido a los portaaviones, las bases militares, los bombarderos, los drones y los misiles de Washington, pudo celebrar su siglo de vida entre homenajes y elogios del establishment para el que trabajó de manera incansable…Se trata del símbolo de la excepcionalidad estadounidense, la creencia fundamentalista de que Estados Unidos es portador de una autoridad moral intrínseca y atemporal para dictar al resto del mundo la manera en que debe conducir sus asuntos, así como para usar una violencia ilimitada contra todo país que intente vivir bajo sus propios términos”…”Ante este aniversario sólo cabe desear…que en el futuro no haya nuevos Kissinger…”

En suma, dice Proto, “Cualquiera que haya leído a Kissinger —Diplomacy (publicado en 1994, es uno de los mejores libros del ex Secretario de Estado de EUA, recomendado para los estudiantes de lo que ahora se llama Relaciones Internacionales y antes era Diplomacia, por los catedráticos en la materia en las mejores universidades del mundo—, habrá podido detectar rápidamente su fijación por los grandes hombres de la historia”, (como lo hizo en su tesis doctoral, BGS).

En 2001, el historiador y polemista anglo estadounidense Christopher Hitchens publicó su interesante libro The Trial of Henry Kissinger (El juicio de Henry Kissinger), en el que abogaba por procesarlo judicialmente y lo describía como “un criminal de guerra” apelativo que lo acompaña hasta hoy.

Kissinger ha sido Kissinger hasta el final (que aún no llega). Su último libro, Liderazgo, publicado a los 99 años, consigue, por enésima vez, situarse en su lugar favorito: el centro. Cuando llegue la hora postrera el mito de Henry Kissinger continuará el rumbo hacia la eternidad que siempre deseó. Cien años, como los veinte del tango, “no son nada para la historia”. VALE.