El contexto ultra

Mi artículo anterior, en Siempre, se refería a la amenaza de la ultraderecha a los gobiernos latinoamericanos y mostraba ejemplos en Brasil, Chile, Colombia y Argentina; y, por contraste, la ominosa realidad de la ultraizquierda: Cuba, Venezuela y Nicaragua, ¿alguna redimible? Añado en Centroamérica, a El Salvador cuyo presidente Nayib Bukele, con el pretexto de librar al país del terrorismo de la Mara Salvatrucha, comete brutales violaciones a los derechos humanos de los maras, jóvenes del lumpen, delincuentes, a los que ha encerrado, hacinados, en cárceles construidas exprofeso: hoy, más de 58000 presos, el 2 por ciento de la población, 1 por ciento menores de edad, centenares muertos por tortura. Aludo, igualmente, a Guatemala en vísperas de elecciones con el poder político avasallando al judicial.

Europa también es territorio donde la ultraderecha está presente, después de que los gobiernos hicieron a un lado el “cordón sanitario”, un pacto entre partidos democráticos, de izquierda, centro y derecha, para aislar e impedir el acceso al poder de otro partido o ideología incompatibles con los valores de la democracia. Hoy parte de la derecha moderada abrazó el populismo y la ultraderecha gobierna Italia -con Giorgia Meloni haciendo florituras para no verse extremista, aunque ya con mal expediente por sus infames medidas antinmigrantes-, mientras en Suecia y Finlandia la derecha moderada comparte poder con los ultras.

El premier húngaro Viktor Orban comete permanentemente violaciones a los valores democráticos y guarda relaciones cordiales con Putin y China, lo que no hace feliz a Bruselas. Polonia, por su parte, aprobó una ley que intentaba inhabilitar políticamente a político y periodistas que hubieran tomado “decisiones favorables a Moscú”; un engendró que constituye un atentado a la democracia y llevaba como destinatario a Donald Tusk, ex primer ministro, ex presidente del Consejo Europeo y figura clave de la oposición. Afortunadamente, ante las graves dudas -en realidad críticas- expresadas por la Unión Europea y Estados Unidos, el presidente polaco Andrzej Duda pidió modificar la norma. Mientras Tusk se dirigía el 4 de junio, en Varsovia, a una multitud de medio millón de personas que marchó en su apoyo.

España también es escenario de la irrupción de la ultraderecha en el gobierno, en virtud del fortalecimiento de Vox, la formación de extrema derecha -por cierto, con tentáculos en México-, que, con más de millón y medio de votos obtenidos en las recientes elecciones municipales, consiguió el doble de su votación, en 4 años. Con ello, el Partido Popular -vale decir, la derecha española civilizada- tendrá que compartir agenda y gobiernos locales con los extremistas que comanda Santiago Abascal.

 

Revivir alianzas

En este escenario de presencia de la ultraderecha en Europa y Latinoamérica -y también Estados Unidos de Trump, DeSantis y el supremacismo blanco-, la Unión Europea se estaría decidiendo a reactivar relaciones con América Latina y el Caribe: dos espacios geopolíticos y económicos, ambos Occidente -recuerdo, por enésima vez- la atinada afirmación de Alain Rouquié de que América Latina es el Extremo Occidente. Unas relaciones de importancia económica, si se toma en cuenta, por una parte, que la Europa Comunitaria es el principal inversionista en América Latina, pero que está siendo superada no solo por Estados Unidos, lo que es comprensible, sino por China, presente principalmente en Sudamérica.

Pero si las relaciones económicas tienen importancia, la relación política -la geopolítica- tiene más y es apremiante reactivarla, después de que obvias urgencias de la Unión Europea con su vecindario: el Este, ante la guerra de Ucrania y los turbulento Balcanes, podría decirse que la han marginado. De lo que, felizmente, está tomando conciencia Bruselas al proponerse la creación de órgano permanente, institucional, que se encargue de las relaciones entre “ambas orillas del Atlántico”: Europa comunitaria y América Latina y el Caribe.

Tal proyecto debería ser aprobado en breve lapso por la Comisión Europea, y, simultáneamente, echaría a andar una vigorosa ofensiva diplomática con la visita, en este mismo mes de junio, de la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen a México, Brasil, Argentina y Chile. Todo esto en vísperas de la presidencia española de la Unión Europea (del Consejo de la Unión Europea) entre el 1 de julio y el 31 de diciembre de 2023. Lo que quiere decir que este organismo permanente de la Europa Comunitaria será dinámico, porque así conviene además a España, nuestro socio natural -Portugal lo es también- transatlántico.

Este vínculo renovado Europa – América Latina, prevé programas e inversiones europeos multimillonarios -solo en el caso de España se anuncia un apoyo de 9400 millones de euros y es previsible que otros Estados miembros asignen montos similares al de España. La Comisión Europea, por su parte, prevé, en la agenda de inversión del programa europeo llamado Global Gateway, una inversión cercana a los 10,000 millones de euros.

El programa Global Gateway, que la Unión Europea podría aplicar en sus relaciones con nuestra región, fue creado en 2021 por Francia para instrumentar sus relaciones con África, actualmente es una suerte de alternativa a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (la Nueva Ruta de la Seda) de China, criticada por sus riesgos económicos y supuestos abusos a los derechos humanos.

Las relaciones Unión Europea – Latinoamérica y Caribe tienen una agenda “ya para mañana”, comenzando con la cumbre CELAC – UE el 17 y 18 de julio en Bruselas y siguiendo con la nutrida agenda de acuerdos comerciales: el de México, que nos interesa y hay que revitalizar, el de Chile, el del Mercosur: Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, bloqueados por objeciones de Francia y otros países. Incluye, por último, los acuerdos firmados con Centroamérica y el Eje Colombia – Perú – Ecuador.

Podríamos continuar, “hasta el infinito”, pero concluyo con un comentario: el reciente viaje de Joseph Borrell, el alto representante para Política Exterior de la Unión Europea (ministro de Relaciones Exteriores) a Cuba, es un nuevo intento, loable, de “empujar” a la torpe burocracia de la Isla a fin de que se desembarace del trasnochado comunismo y entre a la economía de mercado y a la democracia. ¿Ilusa pretensión?, pero hay que intentarlo.