Ha debutado impresionando al copiar los travellings de Ophuls y la violencia de Aldrich. Después se ha dejado embaucar por el comercio intelectual siguiendo por los senderos de la gloria (Phats of Glory) internacional a otro K, otro Stanley (Kramer) de más edad que también se tomaba a sí mismo por Livingstone. Pero, en tanto la pesada sinceridad de éste terminaba por triunfar en Nuremberg (Juicio en Nuremberg), Stanley junior zozobraba bajo el peso embarazoso de Espartaco sin llegar hacer la caricatura deseada. Lolita autorizaba el peor pesimismo. Sorpresa: es un film simple y lúcido, con diálogos justos, que muestra a Norteamérica y su sexo mejor que Melville y Reichenbach y prueba que Kubrick no debe abandonar el cine, a condición de filmar los personajes que existen y no las ideas que no existen sino en los basureros de los viejos argumentos que siguen creyendo que el cine es el séptimo arte”.

 

Jean-Luc Godard (1930-1922), sobre Stanley Kubrick

Como un enigma a descifrar, la película Europa 51 (Italia, 1952), de Roberto Rossellini, es un poema lírico en el que el autor, un materialista dialéctico convencido, se acerca a la auténtica moral cristiana, de manera sublime, para ofrecernos una memorable obra maestra que penetra en lo más profundo de los sentimientos y la reconversión, derivada de la tragedia que padece una mujer (interpretada por la insuperable Ingrid Bergman), hasta alejarla de su mediocre vida burguesa y alcanzar la pureza espiritual (una santa) que es confundida, por los representantes de la moral y el orden establecido, como enfermedad mental.

Lohengrin (Alemania, 1990), de Werner Herzog, ópera filmada, que nos remite a conocer y a reflexionar sobre las ¡actividades del realizador alemán como director de ópera!, citándolo, primero: “de ninguna forma veo mi trabajo con la música como un verdadero trabajo. Representa, en cambio, un período, un momento en mi vida mientras busco el equilibrio.” Pues, ¡qué admirable búsqueda del equilibrio! Trabajar como director de ópera, siendo realizador de películas, es un trabajo doble, aunque la puesta en escena cinematográfica se pone al servicio de la puesta en escena operística, digamos que la contiene y la amplía, la lleva a otros espacios y la conserva en el tiempo. Si la ópera Lohengrin, de Richard Wagner, estrenada en Weimar en 1850 con libreto del propio compositor, se convirtió en una representación efímera, irrepetible, la puesta en escena y filmada por Werner Herzog ha quedado registrada, en toda su dimensión y grandeza.

Cuentos de Tokio (Tokyo Monogatari, Japón, 1953) de Yasujiro Ozu (1903-1963).

En The Story of Film, An Odyssey (Reino Unido, 2011) de Mark Cousins, el narrador comenta al inicio de cada episodio (15 en total): “La industria del cine mueve ahora miles de millones de dólares, pero la que la mueve no es la taquilla o el ‘show business’ sino la pasión, la innovación. Vamos a viajar por el mundo para encontrar esa innovación por nosotros mismos. La encontraremos en las películas de Kyoko Kagawa que participó en la que es posiblemente la mejor película de la historia.”

Se trata, por supuesto, de Cuentos de Tokio. Comenté: “Siempre que la veo me vuelvo bueno.” Con un lenguaje lento y poético, compuesto de bellos encuadres fijos, de tomas de una pureza sin par, hechas, casi al ras del piso, con un cámara y lente de 50 mm, procedimiento innovador para filmar la vida cotidiana, los sentimientos y los últimos días de dos ancianos que descubren el cambio de la sociedad japones de la post-guerra, al visitar a su familia, Yasujiro Ozu se puso muy por encima, con su sencillez narrativa y el tema tratado (los sentimientos humanos), sin olvidar sus valores estéticos y temáticos de obras como los Potemkins, los Ciudadanos Kanes, los Vértigos, de Eisensteins, Welleses, Hitchcocks y demás, muy por encima de sus paisanos Akira Kurosawa y Kenji Mizoguchi, sin olvidar sus respectivas cualidades y particulares artísticas que conjugan lo singular y lo universal, al filmar los sentimientos y la soledad antes de la muerte.

En su documental Tokyo-Ga (Alemania, 1985) Wim Wenders redescubre a Yasujiro Ozu en su más noble esencia: la capacidad que tuvo para contrastar lo viejo y lo nuevo, quedando algo nostálgico y latente en ese pasar de trenes, tanto antiguos como modernos y en esa sobria actitud de ver pasar la vida y esperar la muerte con digno estoicismo.

Suponiendo que no haya visto ninguna película de Jim Jarmuch (aunque ya he visto varias, consideradas de culto) y que, de repente, me ocupara de ver Extraños en el paraíso (Strange Than Paradise, 1984) mi conclusión sería que no pasa nada en el relato, más que un total aburrimiento, compuesto de tomas divididas por constantes fade out y fade in, en el que un desempleado joven migrante húngaro, en Estados Unidos, recibe y hospeda a su prima, recientemente llegada de Hungría. Pero, luego leo que se trata de una aclamada, por la crítica, comedy-road-movie, aunque es de lo peor por su lentitud y de lo mejor por su originalidad narrativa (repito: constantes fade out-fade in) y su escondida gracia. ¿Será?

De Jim Harmuch he visto Bajo el peso de la ley (Down by Law, 1986), Noche sobre la tierra (Night on Earth, 1991), Hombre muerto (Dead Man, 1995), El camino del samurai (Ghost Dog: The Way of the Samurai, 1999), Café y cigarros (Coffee and Cigarettes, 2003), Flores rotas (Broken Flowers, 2005), Los límites del control (The Limits of Control, 2009), en las que, en verdad, permean el humor, las parodias, los homenajes al cine, y quién sabe cuáles fetiches culturales más. Sus últimas películas Only Lovers Left Alive (2013), Paterson (2016), Gimme Danger (2016) y The Dead Don´t Die (2019) son una clara muestra de cómo ha ido incursionando en el cine comercial, después de su heroica resistencia en el cine independiente, convirtiéndose en un realizador de culto.