El presidente de la República ha dado el banderazo de salida a lo que ya se prefigura como una elección de Estado. Los tiempos marcados desde Palacio violan abiertamente la ley, al fomentar actos anticipados de campaña con el uso ostentoso y criminal de recursos públicos, pero eso es irrelevante para quien se burla de la ley, día a día.

La vieja tradición del tapadismo, propia de los tiempos del partido hegemónico, ha vuelto ahora bajo el eufemismo de las llamadas corcholatas. Estamos ante la reedición de un auténtico circo romano en el que tapadas y tapados se lían interminablemente, ante las miradas divertidas del César, quien al final decide quién será el o la ganadora.

El inicio del proceso sucesorio no marca, como en otros tiempos, el declive del poder presidencial: el intento de restauración del Maximato de Plutarco Elías Calles es evidente, con la instauración de López Obrador como Jefe Máximo del Movimiento.

El presidente busca garantizar la cohesión de sus leales e incondicionales, en torno a su figura, al ofrecer jugosas rebanadas del pastel político a quienes no sean favorecidos por su dedo decisorio: están en subasta la Secretaría de Gobernación, eje neurálgico de la vida política del país, la capital de la República y las coordinaciones en las Cámaras de Diputados y Senadores.

Con la repartición del pastel del poder, el presidente pretende evitar fisuras y garantizaría un sexenio más de impunidad para una clase política que pretende llegar al poder para quedarse. Muchos de los seguidores del presidente, provienen de lo más viejo y rancio de un sistema político autoritario, que creíamos que había caducado.

Durante décadas vivieron bajo la sombra del resentimiento y del odio, esperando largamente su oportunidad para tomar el poder por asalto. Este grupo se ha apropiado de todos los espacios y ha vivido del delirio sin fin de recursos presupuestales que se administran a discrecionalidad.

De poco han valido las revelaciones de ostentosos escándalos de corrupción, de evidentes actos de nepotismo y de desvíos interminables de recursos públicos. En todos los casos existen justificaciones banales que muchas personas se creen a pie juntillas.

Las grandes obras presidenciales, más que proyectos que generen riqueza, empleo y que abonen a la productividad, son inmensos distractores para una ciudadanía que cree que estamos dando pasos acelerados hacia la modernidad, cuando en realidad caminamos como cangrejos a un precipicio sin fin de opacidad, saqueo indiscriminado y violación del Estado de derecho.

Los cambios en el gabinete son ya irrelevantes. No importa ya quienes ocupen áreas estratégicas como la Cancillería o la Secretaría de Gobernación. Bien sabemos que el presidente ha retomado la vieja lógica del presidencialismo autoritario, con un gabinete sometido y silencioso, que sólo acata órdenes, so pena de el inminente ostracismo. Detrás de la operación del gabinete encontramos la voz solitaria de un solo hombre que decide sobre los destinos de México a título personal, sin importar que estemos bajo el asedio de un tsunami destructor de instituciones.

No habrá giros trascendentales hacia el final del sexenio. La Secretaría de Gobernación seguirá siendo una instancia de persuasión, disuasión e imposición de decisiones autoritarias. La Fiscalía General de la República no dejará de ser una oficina encargada de exonerar a los secuaces del movimiento y a perseguir a las y los opositores. La Cancillería será la caja de resonancia del habitante solitario de Palacio, quien con sus ideas rancias y su incongruencia ha causado crisis diplomáticas históricas e incluso la ruptura de relaciones diplomáticas.

La reciente reunión con las autoridades del INE no vaticina nada bueno. La actual presidencia del máximo órgano electoral está cruzando un límite peligroso que puede conllevar la subordinación al poder presidencial, o al menos la aplicación de la política del avestruz ante violaciones graves a nuestra legislación electoral, como ha ido sucediendo con ostentosos y vulgares actos anticipados de campaña, que han inundado el país de basura propagandística.

Y mientras, las instituciones, las organizaciones de la sociedad civil, la prensa independiente, las mujeres, las madres buscadoras y los empresarios independientes padecen el asedio diario orquestado desde las mañaneras, convertidas en un monólogo que dicta la agenda pública y pretende controlar conciencias.

Todos los días vemos a cuadrillas de los llamados “siervos de la Nación”, quienes son en realidad promotores electorales que actúan para ganar adhesiones y doblegar voluntades. Esta dinámica territorial, se complementa perfectamente con una marejada de programas sociales clientelares, que en cada elección se ponen en juego para amenazar a beneficiarios y nulificar votos opositores.

El camino hacia la dictadura transexenal ha sido trazado ya por el banderazo inicial. El anuncio anticipado de la estrategia para ganar la presidencia y colonizar la mayoría calificada en ambas Cámaras es una clara señal de alarma: las últimas instituciones autónomas, las que no han sido doblegadas o se les ha dejado inoperantes, están ante el riesgo inminente de aniquilación

El inicio del proceso sucesorio es también el de un aberrante presidencialismo exacerbado, que provocaría una espiral de declive que acabaría de nuestra incipiente democracia y pondría fin a nuestras aspiraciones de vivir en un país de libertades, respetuoso de los derechos humanos, controlado por reglas de transparencia y acotado por poderes autónomos. Ante este escenario el reloj de arena para que la oposición actúe, con determinación y valor, se está agotando de forma acelerada.

La autora es senadora por Baja California y presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores América del Norte.

@GinaCruzBC