Todos concebimos —incluso los más desafectos a las concepciones— planes, proyectos, horizontes. Más todavía cuando se avecinan sucesos que pudieran traer consigo un cambio de vida o un cambio de época, sea para el individuo, sea para la nación. Ahora vivimos esa circunstancia, al calor de las futuras elecciones federales y en medio de los preparativos para realizarlas  —aunque la ley nos dice que aún no hemos ingresado en el calendario electoral, propiamente—, que están desplegando el presidente de la República, diligente participante en el proceso electoral, que para serlo quebranta sin pudor disposiciones constitucionales y legales; los aspirantes que el mismo mandatario ha calificado como “corcholatas”, y los pretendientes que navegan en estas aguas bajo las banderas del Frente Amplio por México, que por fin despertó, con brío, de un prolongado letargo.

Dijo el recordado maestro Jesús Reyes Heroles en una coyuntura similar a la que ahora enfrentamos, que es necesario presentar primero el “plan” y luego al “hombre” (palabra que por supuesto abarca también a la mujer). Este dicho, bien anclado en la razón estricta, no tuvo traslado a la realidad, más estricta e imperiosa que la razón. Nos hemos acostumbrado a dejar para después el debate sobre las ideas y las propuestas y abismarnos primero en la animada selección de los candidatos. Todo hace ver que así ocurre ahora mismo y así ocurrirá en el inmediato porvenir.

México ha sido, desde el alba del Estado independiente, gran proveedor de planes y programas, principios y proyectos, ofertas y esperanzas. A la cabeza figuran los “Sentimientos de la Nación”, que no fueron rigurosamente un instrumento jurídico normativo, pero alimentaron a los que sí lo fueron. Cada pronunciamiento, cada rebelión, cada movimiento civil o militar ha enarbolado una justificación —detallada o general— a partir de pretensiones que operasen como exposición de motivos y pendón para el combate. En el alba del siglo pasado destacó el Programa del Partido Liberal Mexicano, una propuesta admirable que cubrió la más amplia imaginación de los ciudadanos de su tiempo.

Cuando formalizamos la vida de nuestros partidos políticos, en la era de la institucionalidad que siguió a la era de los caudillos —jamás agotada—, estas organizaciones políticas adoptaron medios para elaborar los programas que ofrecerían a la nación. El Partido derivado de la Revolución y de la poderosa voluntad de Plutarco Elías Calles siguió esta ruta y trazó propuestas que atrajeran el gusto, la esperanza y la decisión de los electores. No olvido el Plan Sexenal del cardenismo, ni dejo de lado la eficaz criatura priísta que muchos añoran denominada Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES), que no ha tenido relevo eficaz.

En estos días, los movimientos políticos en curso han comenzado la elaboración de planes y programas que colmen el gran vacío que en esta materia está dejando  —otra herencia oscura—  el actual gobierno, desdeñoso de la planeación y animoso de las ocurrencias. En el ya lejano 2018, muy doloroso, fluyeron algunas sugerencias que llevaron el nombre de planes, aunque jamás calaron en la indómita realidad. Uno de ellos, del que me he ocupado en estas y en otras páginas, fue el Plan Nacional de Paz y Seguridad, enarbolado unos días antes del inicio del nuevo gobierno, al que siguieron el Plan Nacional de Desarrollo y la Estrategia Nacional de Seguridad Pública. En estos documentos —a los que acompañó una copiosa reforma constitucional promovida por el partido MORENA—   se ofreció el oro y el moro, a cambio del paisaje de muerte y desolación que dejó el gobierno precedente.

Obviamente, no culminaron en la práctica las promesas de los gobernantes que plantaron su imperio en el 2018. No hubo la ofrecida pacificación, no se retrajo el crimen, no se devolvió al país el “paraíso perdido”. Hoy, más que nunca, prevalecen la violencia y la delincuencia, que han penetrado en todas las regiones del país y en todos los quehaceres de la sociedad, cobrando vidas y haciendas. Lo mismo podemos decir —fracasos y frustraciones— con respecto a otros “trabajos de planeación”, que no merecen este nombre, en diversos ámbitos de la vida nacional. ¿Qué ha ocurrido con la educación, decaída? ¿Qué ha pasado con la salud pública, abatida hasta extremos insospechables? ¿Qué ha sucedido con la política de desarrollo, relevada por la captación de clientelas y la atracción de votos? Y así sucesivamente.

Hemos visto en la información de prensa que las asociaciones políticas en pie de contienda comienzan a formar equipos a cargo de la elaboración de planes: la hoja de ruta para construir el futuro de la nación, o mejor dicho, para emprender la reconstrucción de México, devastado en cinco años  —y lo que falta—  de mal gobierno, más preocupado en arrojar culpas sobre el pasado, intentando justificar su propia esterilidad y sus desvíos, que en generar condiciones inmediatas de desarrollo, asumir responsabilidades y emprender tareas que culminen en ganancias para el pueblo, no en derrotas económicas y morales.

En el grupo constituido y anunciado para apoyar a la 4T, una experiencia desastrosa, figuran algunas personas competentes que pueden aportar ideas plausibles, aunque también hay portadores de la ira y el odio que han dañado a la nación en esta etapa tormentosa. Un futuro programa de gobierno debiera cimentarse en el avenimiento de los grupos sociales, la concordia entre los mexicanos, la tolerancia y la pluralidad, jamás favorecidas en el curso del sexenio que agoniza. Todo invita a suponer que los errores persistirán, agravados, y que no habrá concierto ni conciliación como bases para emprender tareas en las que coincidan la sociedad civil y los grupos políticos, comprometidos en lo que debiera ser una “salvación de México”.

En la trinchera de enfrente también han comenzado las tareas de planeación del futuro, cuyo reto primordial será reconstruir sobre las cenizas que deja el sexenio del autoritarismo y la ocurrencia. Desde hace algunos meses, prominentes académicos, exfuncionarios, políticos, expertos en diversas disciplinas comenzaron a proponer planes y proyectos sustentados en datos duros y esperanzas firmes. Son muchos estos promotores. Vayan como ejemplos José Narro, exrector de la UNAM y exsecretario de Salud (un espacio devastado por epidemias de diversa naturaleza), y Diego Valadés, eminente universitario, jurista, miembro de El Colegio Nacional. Ha habido, lo sabemos y nos beneficiamos, otros empeños en “arreglar la casa”, sobre los que finalmente se instalará la deliberación de los mexicanos.

Últimamente, el Frente Amplio decidió encomendar la coordinación de sus propios afanes a un mexicano del más alto nivel, que para ello hizo de lado otras aspiraciones y comprometió su talento y su actividad en la forja de un proyecto que será excelente, si tomamos en cuenta la competencia de ese compatriota, su ciencia y experiencia. José Ángel Gurría, coordinador con encomienda del Frente Amplio, ha sido funcionario de primera línea durante muchos años, como titular de las secretarías de Hacienda y de Relaciones Exteriores. También se ha desempeñado como secretario de la OCDE. Conoce bien los laberintos de nuestra economía y de nuestras relaciones internacionales —en cuyo estudio seguramente recibirá el apoyo de otro mexicano distinguido, Ildefonso Guajardo—. Ojalá que en esta reunión de talentos figuren más expertos en tareas de varia naturaleza, como sería Ernesto Enríquez, a la fecha uno de los más informados conocedores de los problemas de seguridad pública, zona negra del actual gobierno.

Por supuesto, el encargo que se ha hecho a Gurría, celebrado por muchos observadores —yo entre ellos— también ha suscitado cuestionamientos en algunos medios. Son disparos que se hacen desde la incompetencia y la mediocridad para poner más piedras en el camino de la recuperación del país. Quienes mueven esta nutrida artillería no han logrado dar pasos adelante en donde es necesario avanzar con las famosas botas de siete leguas. Ojalá que los nuevos empeños puestos en manos competentes tengan buen curso. Lo necesita México.