Francia enfrenta uno de los más grandes desafíos de gobernabilidad de la época reciente debido a las manifestaciones que llegaron a millones de personas con violencia y enojo, derivadas de la muerte de un joven musulmán por parte de la policía. El hecho se hizo viral y prendió la mecha, y entre los resultados hay más de 2 mil personas detenidas, una gobernabilidad frágil, pero, sobre todo, un incremento brutal entre los nacionalistas de derecha que crecieron en la elección de 2022 con Marie Le Pen y los ya ciudadanos franceses descendientes de migrantes que representan cerca del 30 por ciento de la población total.

Éste no es un hecho aislado, Francia ya se había paralizado por los chalecos amarillos y contra el aumento a la edad de jubilación y el alto costo de vida, con la presencia de 3.5 millones de manifestantes en las calles. Estas expresiones sólo se explican por un sentido de frustración acumulado y la falta de canales políticos y sociales para encausarlos, lo cual no es un fenómeno nuevo en Francia; en 1789, mientras en París estallaba la Revolución, en Inglaterra había pocos disturbios que no se generalizaron porque Londres contaba con mecanismos democráticos como la Constitución y el Parlamento, que dieron gobernabilidad, legitimidad y evitaron que las cabezas de los reyes acabaran en la guillotina. Pero la razón fundamental de las manifestaciones es la exclusión y la concentración de la riqueza, ya que mientras existen empresas de lujo como LVMH y Kering, que hoy por hoy son de las más ricas del mundo, por otro lado, está la marginalidad y la incapacidad de generar proyectos inclusivos e incluyentes, además de la devastación del modelo social para ser sustituido por políticas de derecha impuestas desde el gobierno sin tino, ni tacto, ni tono, haciendo de Francia un polvorín.

La dinámica demográfica hará que en el futuro Francia sea una república de población mayoritariamente musulmana que entiende y enfrenta aspectos esenciales de la cultura francesa; por ejemplo, el 42 por ciento de los musulmanes en dicho país se sienten discriminados por su religión. Esto no es aislado, como ya se vio en los casos del atentado de Charlie Hebdo, donde en enero de 2015 fueron asesinados los trabajadores de la revista reivindicados por el Estado Islámico; o la matanza de Bataclán el mismo año, que dejó 131 personas muertas y 415 heridos. Por otro lado, el camino de Europa a la intrascendencia en el panorama mundial puede ser el escenario de un conflicto mayor, por lo que la relación entre el estado francés y el islam será cada vez más tensa: ¿cómo manejarán los temas que son vistos como una progresión de derecho, pero vetados por el dogma religioso, como los derechos de las mujeres y la homofobia?

En este contexto, es fundamental valorar el papel de los programas sociales del gobierno federal, así como la política de atención a las causas de la violencia a través de la justicia social, como uno de los mecanismos de compensación frente a los daños causados por el neoliberalismo voraz, ya que han incrementado el margen de gobernabilidad en nuestro país.

@LuisH_Fernandez