La violencia en sus países de origen, la falta de oportunidades laborales y una búsqueda por un mejor nivel de vida siguen siendo los motores que impulsan la migración hacia los Estados Unidos, más allá de las restricciones legales que se anuncien.

Es cierto que los cruces han caído más de un 50% tras el levantamiento del Título 42, según datos del secretario de Seguridad Nacional Alejandro Mayorkas…”nos hemos estado preparando para esta transición durante meses y meses y hemos ejecutado nuestro plan de forma consecuente”.

Tras el fin de la emergencia sanitaria y la aplicación del Título 42 que permitió expulsar a migrantes indocumentados sin posibilidad de pedir asilo con el pretexto de la pandemia, pero se instauraron otras restricciones en la frontera y se comenzó a deportar mediante otra normativa conocida como Título 8.

Lo cierto es que, a pesar de todo, la ola migrante pierde fuerza, pero no se detiene. Las barreras naturales y sobre todo las prefabricadas y la actitud de la patrulla fronteriza sin duda que han tenido un impacto en las marchas que provienen principalmente de la frontera sur.

Una línea de 1,000 pies (poco más de 300 metros) de largo de barreras flotantes fueron colocadas en el Río Bravo el pasado 7 de julio cerca de la zona de Eagle Pass. Cada boya mide unos 4 pies de diámetro (1.2 metros) pero ni esto los detiene.

Los más de 50 cruces legales en la línea fronteriza han redoblado sus tareas de vigilancia.

Los discursos presidenciales de Joe Biden y de Andrés Manuel López Obrador en poco han impactado en las caravanas, la distancia entre el decir y el hacer es más que evidente pero el actuar de ambos Congresos que simplemente no han superado el protagonismo y los migrantes, bueno, eso es lo de menos.

El Houston Chronicle reportó que como parte de una iniciativa del gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, para combatir la inmigración indocumentada se habría ordenado a agentes del Departamento de Seguridad Pública (DPS) a “empujar niños y bebés de vuelta al Río Grande” si los interceptaban en la frontera. Pero no sólo eso sino a no dar agua a los migrantes, incluso en medio del intenso calor.

Esta nueva crueldad se vendría a sumar a la ya larga lista de inmorales ataques contra los migrantes en los últimos años que harían avergonzar por completo a una sociedad civilizada y sensible ante el dolor humano. Pero, basta darse cuenta de que tiene tanto eco entre un importante segmento de la población el discurso de odio para concluir que lamentablemente hay quienes festejan tal barbaridad, sobre todo, quienes tienen en la supremacía blanca, el principal refugio para su cobardía.

Las historias son muchas, muy varias y en su mayoría toda ellas difíciles, tristes y con fantasma de la muerte rondando. En efecto, si suena inhumano y en extremo cruel es porque lo es, no hay más.

Digamos que se trata de lo que uno imagina que pasa precisamente por las mentes de políticos como Abbott y otros tantos de su calaña. Es decir, el trato a los migrantes como si fueran infrahumanos. Es como si la política de Donald Trump y su asesor Stephen Miller de separar familias en la frontera fuera llevada a su máximo nivel de crueldad, como el permitir que niños y bebés se ahoguen.

Permítame lector detenerme en lo dado a conocer por el periódico Houstoniano, donde esta historia cruel por donde se vea se basa en un correo electrónico que un agente del DPS envió a sus superiores donde dice en parte: “Creo que hemos cruzado una línea hacia lo inhumano”.

Y es que, si nos detenemos a analizar bien este correo, la línea se cruzó hace rato con el envío de migrantes y solicitantes de asilo en autobuses y vuelos desde Texas y Florida hasta ciudades gobernadas por demócratas, todo para explotar el tema migratorio políticamente. Se ha cruzado también esa línea en el caso de Texas cuando se coloca serpentina o alambre con navajas en el Río Grande para evitar que los migrantes crucen por tierra; o cuando se colocan unas inútiles boyas que sólo llevan a los migrantes a buscar otras rutas más peligrosas o donde el agua es más profunda.

Se ha cruzado también esa línea cuando mueren migrantes en custodia federal, y duele más cuando las víctimas son menores no acompañados, como los cuatro que han muerto tan sólo este año; o cuando se da comida podrida o agua contaminada a los migrantes en centros de detención de ICE, como si fueran menos que seres humanos; o cuando el color de la piel del migrante determina el trato que recibe; o cuando se separó a miles de niños de sus padres por una absurda política de “tolerancia cero” en la frontera durante el gobierno de Trump.

Ciertamente la ola migrante ha perdido fuerza, pero no ha desaparecido, ni desaparecerá en su intento de poder llegar a territorio estadounidense que, bajo su presión, principalmente por su número, pero el fin no se ha alcanzado.

@lalocampos