Casi al término del primer cuarto del siglo XXI, muchos creían que era cuestión del pasado la existencia de los mercenarios en conflictos internacionales. ¡Qué equivocados! Tan vigente como hace siglos, es la definición del diccionario de la Real Academia Española (edición 2006): mercenario, ria. Adjetivo, “Dicho especialmente de una tropa: que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero”. Por si alguien lo dudaba, Vladimir Vladimirovich Putin (7 de octubre de 1952), el “poderoso y temible” presidente de Rusia, en el poder desde hace 23 años, dijo el martes 27 de junio, en Moscú, que el financiamiento del Grupo Wagner —un ejército privado de mercenarios ilegales según la legislación de ese país, que se rebeló contra la cúpula militar el pasado fin de semana—, corría plenamente a cargo del presupuesto nacional, y que en un año el fisco les transfirió más de mil millones de dólares. Estos estipendios han sido muy altos.

En una reunión del gabinete militar en el Kremlin, Vladimir Putin afirmó: “El mantenimiento del grupo Wagner corre plenamente a cargo del Estado, del Ministerio de Defensa y las arcas estatales. Nosotros financiamos completamente ese grupo…entre mayo de 2022 y mayo de 2023, el Estado asignó 86,000 millones de rublos (aproximadamente 1,014 millones de dólares), para el mantenimiento del Grupo Wagner”. Mientras, el propietario de la compañía Concord y jefe de Wagner, Yevgueni Prigozhin, ganó en un año 80,000 millones de rublos (casi 945 millones de dólares) por el suministro de alimentos al Ejército ruso, señaló el propio mandatario ruso.

En la misma reunión, el mandatario también reconoció la actuación del ejército nacional —faltaba menos—, que según él, impidió una “guerra civil” durante la rebelión del grupo paramilitar, a pesar de que los mercenarios llegaron a 200 kilómetros de Moscú y volvieron a sus bases por órdenes de su jefe, Prigozhin, y prácticamente sin encontrar resistencia, salvo por unos helicópteros que intentaron frenar el avance de la columna de vehículos mercenarios. “En la práctica —dijo el presidente—, evitaron una guerra civil”. Con el semblante serio y la cabeza gacha, el dirigente ruso pidió un minuto de silencio por los pilotos del ejército abatidos durante el motín “cumpliendo con honor su deber”.

Mientras se aclaran todos los puntos oscuros de la supuesta “rebelión” del grupo Wagner en contra de la cúpula militar rusa, que ordenó atacar a los mercenarios, y la “blanda” respuesta de Putin ante los “sublevados”, la generalidad de los analistas internacionales coincide en que este rocambolesco episodio bélico entre Rusia y Ucrania marca el principio del fin de la invasión rusa en territorio ucraniano.

Más allá de peras y manzanas, en Occidente la rebelión, la revuelta o el motín del Grupo Wagner —cuyo nombre deriva de la supuesta afición de Yevgueni Prigozhin por la música de Richard Wagner—, puso a la defensiva a Putin, debilitado, para continuar su aventura bélica en Ucrania. El acto de Prigozhin y sus mercenarios podría haber terminado ya, pero las consecuencias todavía están por revelarse. Los adversarios del antiguo espía ruso no deben brindar con champaña antes de tiempo. Pudiera ser este el principio del fin de la aventura militar, pero también podría ser al contrario. Ya se ha comparado con el intento de golpe de Estado del ala dura comunista en 1991, pocos meses antes de la caída de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas de Rusia (URSS).

Como sea, el daño está hecho. La revuelta mercenaria fue tan efímera como su propia aparición, pero las réplicas continuarán como las de un fuerte temblor. Todavía es una incógnita por qué Prigozhin y sus huestes desistieron, en el último momento, de llegar a la capital rusa para tomar revancha contra el secretario de Defensa, Sergei Shoigury y el jefe de ejército, Valéry Gerasimov, por haberlos atacado en el frente ruso. La revuelta de los Wagner provocó que el siempre férreo Vladimir Putin perdiera algo de su fuerza esmerilándole su poder —casi omnímodo—, de casi un cuarto de siglo. La rebelión,  o lo que haya sido, fue decapitado sin mayores consecuencias. Y, lo novedoso, la guerra en Ucrania ya no será lo que era hasta hace pocos días.

Al inicio de la semana posterior al aborto, en extrañas circunstancias, del motín del Grupo Wagner, Vladimir Putin reapareció con dos discursos —en menos de 72 horas—, contradictorios. El primero agradeciendo al ejército “su resistencia, solidaridad y patriotismo”, aunque advirtió que la “rebelión armada habría sido reprimida de todas formas”. Y, el segundo dirigido a los miembros de Wagner que “tomaron. La decisión correcta, no cometiendo un derramamiento de sangre”. Y, en un gesto no usual de Putin, les ofreció “…la oportunidad de continuar sirviendo a Rusia al firmar un contrato con el Ministerio de Defensa u otros organismos encargados de hacer cumplir la ley, o regresar con sus familiares y amigos. Quien quiera puede ir a Bielorrusia. La promesa que hice se cumplirá”. O sea, que los que pretendían que Rusia se ahogara en sangre calcularon mal.

En pocas palabras, los dramáticos momentos del fin de semana, “solo habían sido una truculenta pesadilla”. Solo en algunas partes de Moscú y otras ciudades sufrían la resaca de lo sucedido. Los moscovitas paseaban por la Plaza Roja como si nada. Solo comentarios de vecinos. De no creerse.

Y, 48 horas después del conato de insurrección, el líder del grupo, Yevgueni Prigozhin, adicto a las redes sociales, publicó en Telegram un audio de más de once minutos en el que justifica su rebelión como respuesta al ataque con misiles lanzados por las tropas rusas contra los mercenarios de Wagner. Por cierto, hasta el momento de escribir este reportaje, se desconoce el paradero de Prigozhin. El mercenario aseguró que el propósito de su avance planificado hacia Moscú, no era el de “echar del poder al régimen existente y al gobierno legalmente elegido”, sino la de “no permitir la destrucción de Wagner y exigir responsabilidad a aquellos cuyas acciones no profesionales causaron un enorme número de bajas”. Agregó que quería dar una “masterclass” sobre cómo tenía que haberse llevado a cabo la operación bélica en Ucrania”.

Por otra parte, se sabe que entre el líder mercenario y el presidente de Bielorrusia, Aleksander Lukashenko, hay un diálogo que Putin le niega. Fuentes oficiales aseguran, al mismo tiempo, que pese a las palabras conciliatorias del mandatario ruso, hay una investigación contra el jefe del Grupo Wagner que no se ha cerrado, por lo que en el futuro podría haber  novedades. Fuerzas especiales hicieron registros en las oficinas del Grupo Wagner en San Petersburgo, donde encontraron cajas con fajos de billetes de alta nomenclatura para el pago de los mercenarios, así como pasaportes falsos con el nombre de Prigozhin, y lingotes de oro y drogas. Se buscan pruebas por todo el país.

En sus primeras declaraciones públicas sobre el asunto, el presidente de Estados Unidos de América, Joe Biden, aseguró desde la Casa Blanca, que ni Occidente ni la OTAN estuvieron involucrados en el intento de sublevación del líder de Wagner. En respuesta, el canciller ruso Serguéi Lavrov investigará el aserto del estadounidense. Y, la Unión Europea, reconoció que es muy pronto para sacar conclusiones. Lo único claro es que, pase lo que pase en Rusia, la ayuda a Ucrania no puede suspenderse. En español, esto significa que el conflicto no terminará mañana y que los mercenarios no han desaparecido, siguen vivos. VALE.