El reloj marcaba las 18.20 horas del miércoles 9 del mes en curso,  cuando Fernando Alcibíades Villavicencio  Valencia (11-10-1963, Sevilla, Chimborazo, a 200 kilómetros de Guayaquil), conocido popularmente como Fernando Villavicencio, candidato presidencial del partido Movimiento Construye (MC25), cuando salía de una escuela en Quito, Ecuador. Al abordar su vehículo, rodeado de escoltas, que al final de la historia no lo protegieron del artero ataque, un sicario se le acercó y le disparó aproximadamente “40 tiros”, que lo mataron en el acto e hirieron a nueve personas. Escenas de pánico, gritos y mensajes de auxilio en las redes sociales testimoniaron, por enésima ocasión, la impunidad con la que la delincuencia opera en Ecuador. País carcomido por una plaga violenta sin precedentes en su historia.

Para que la historia se repita, el asesino moriría minutos más tarde a manos de la policía, informó la Fiscalía. Viejo cuento. Nadie en Ecuador —el país andino cuyo nombre obedece al hecho de que por él pasa el paralelo máximo de la Tierra, la línea curva que divide al planeta en dos partes exactamente iguales: hemisferio norte y hemisferio sur— duda que el crimen no fue la acción de un criminal “iluminado” sino la de un asesino pagado por alguno de los grupos criminales que proliferan y extienden sus tentáculos por todo el país desde hace varios lustros, subvencionados por cárteles extranjeros, de Colombia e incluso de países más lejanas como México.

La víctima denunció, días antes de su sacrificio, que había sido amenazado de muerte por el delincuente conocido con el sobrenombre de “Fito” cabecilla de la banda de los “Choneros”, a quien acusó en público de diferentes actividades delictivas en connivencia con autoridades corruptas: “Si lo sigo mencionando, a Fito y los Choneros, me van a quebrar”, advirtió en televisión, pero no lo hizo: “Aquí estoy yo, dando la cara, no les tengo miedo”. El periodista vinculó al narcotraficante con el Cártel de Sinaloa. Algo sabría.  Por desgracia, los valientes viven poco.  Los delincuentes no “abrazan”, disparan. ¿Y las “autoridades? En la baba.

Villavicencio Valencia, de 59 años de edad, había tomado como bandera de su campaña la lucha contra la corrupción en las instituciones oficiales por la penetración del crimen organizado. No obstante, las encuestas no le daban esperanzas de alcanzar la presidencia. Si acaso, quedaría en tercer lugar. Antes de ingresar a la política, el asesinado desarrolló una larga trayectoria como periodista de investigación y activista anticorrupción. Como comunicador se volvió uno de los más conocidos azotes de la presidencia de Rafael Correa —ahora asilado político por el gobierno de Bélgica—; sus denuncias contribuyeron a que fuera condenado aunque logró fugarse del país a la capital de la Unión Europea. Por todo esto, no faltó quien en los medios periodísticos indicara que el expresidente podría estar inmiscuido en el asesinato, pero lo cierto es que la lista de sospechosos es muy larga. Hasta el momento, solo está claro que el asesinato del candidato de Movimiento Construye deberá ser investigado a fondo y que la criminalidad está infiltrada “hasta el tuétano” en la política de Ecuador.

No hay que olvidar, además, que el asesinato de Villavicencio no es el primero que sufre un político ecuatoriano en los últimos tiempos. El 23 de julio, a Agustín Intriago, alcalde la ciudad de Manta, le quitaron la vida otros sicarios con seis disparos en un ataque en que también fue asesinada una jugadora de fútbol local. En febrero de este año, le tocó la mala suerte a Omar Menéndez, candidato a la alcaldía de la ciudad costera de Puerto López.

A esta indignante lista hay que agregar al desafortunado Pedro Briones, dirigente del partido de izquierda Revolución Ciudadana (RC), que fue asesinado el lunes 14 del mes en curso frente a la puerta de su hogar en la localidad de San Mateo, provincia de Esmeraldas. El atentado tuvo lugar cinco días después del ataque mortal contra Fernando Villavicencio, del partido MC25, quien según algunos sondeos figuraba en el tercer lugar de preferencias electorales.

Los últimos informes indican que Briones fue muerto con un modus operandi parecido al que puso fin a la vida de Villavicencio, cuando dos hombres en motocicleta le dispararon. La reacción nacional fue de indignación, de propios y extraños. Por ejemplo, la abogada Luisa Magdalena González Alcívar, candidata presidencial del Movimiento Revolución Ciudadana, el partido que dirigía el asesinado, se manifestó en redes sociales donde reprobó el asesinato: “Ecuador vive su época más sangrienta. Esto se lo debemos al abandono total de un gobierno inepto y a un Estado tomado por las mafias. Mi abrazo solidario a la familia del compañero Pedro Briones, caído en manos de la violencia. ¡El cambio es urgente!”. Sin duda, ya que la tasa de homicidios en Ecuador se quintuplicó en el último lustro, al pasar de 5.8 por cada 100 mil habitantes en 2018 a 26.7 en 2022.

Como corolario de esta cadena incesante de asesinatos de políticos de diferentes ideologías en Ecuador, se advierte en el país un vacío institucional, por lo que la nación andina está sumida en una de las mas graves crisis de su historia, con un Ejecutivo, Guillermo Alberto Santiago Lasso Mendoza, del Movimiento CREO, carente de legitimidad que en mayo pasado disolvió el Congreso y desde entonces gobierna por decreto. El estado de excepción por 60 días, que va más allá de los comicios, hoy domingo 20, y la petición a la FBI (sic) de investigar el asesinato de Villavicencio, demuestra la tendencia autoritaria de la “democracia” ecuatoriana en funciones.

Como tantos otros, al ser asesinado, Villavicencio Valencia pronto pasará al olvido. Este domingo, 20 de agosto, feriado de San Bernardo de Claraval, los votantes ecuatorianos ya no votarán por él sino por Christian Zurita, también periodista y amigo del asesinado. Por cierto, Zurita y Villavicencio escribieron, a cuatro manos, un reportaje sobre una trama de sobornos, caso por el cual Rafael Correa fue condenado, en ausencia, a ocho años de cárcel.

El asesinato, a tan solo once días de las elecciones dominicales del 20 de agosto, casó conmoción en el país andino y preocupación en el resto de Hispanoamérica, sobre todo por las posibles conexiones del narcotráfico en el magnicidio. Según fuentes policiales, se han detenido seis sospechosos de nacionalidad colombiana inmiscuidos en el crimen. Aparte de un autor material que supuestamente murió tras el cruce de disparos mantenido con el personal que resguardaba al candidato presidencial.

Mientras se efectúan las averiguaciones de los distintos casos, queda en el aire el cantinflesco reproche del presidente Andrés Manuel López Obrador por el “sensacionalismo”, dijo, de que el Cártel de Sinaloa o el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), pudieran ser los responsables: “Acerca de las causas —del asesinato de Villavicencio—, no me atrevería a adelantar nada sobre los motivos, porque no hay elementos (sic). Son, si acaso, hipótesis, y pueden ser hasta conjeturas, no hay que olvidar que siempre, y más en tiempos electorales, se inventan cosas, entonces hay que actuar con mucha responsabilidad, con mucha seriedad, no culpar a la ligera a nadie… Me llama la atención que de inmediato empiezan a repartir culpas de manera muy sensacionalista y poca seria, poco responsable, en autoridades y medios de comunicación, que en la mayoría de los casos son de manipulación, no medios de información”. ¿A quién defiende el de Tepetitán, Tabasco? VALE.