La agenda nacional se encuentra secuestrada por la inseguridad, la violencia física, moral, política y por el agudo y punzante dolor en los bolsillos de los mexicanos que un día sí y al otro también ven disminuir su capacidad adquisitiva. Al mismo tiempo, los productores de carnes se declaran en quiebra, los de maíz se ven amenazados por usar semillas transgénicas y hasta los productores de tortilla están en la mira del gobierno y de quienes quieren cobrarles derecho de piso.

Mientras, el inquilino de Palacio, siempre con su información a modo, prefiere mirar a otro lado para insistir en lo que considera sus victorias, sus apoyos sociales, el incremento salarial, aunque ello implique despidos laborales o alza en alimentos; o bien en atacar a quien no esté bajo sus reales deseos, a quien tenga otros datos. Todo en medio de una efervescente marea preelectoral.

En este momento de desconcierto, el sector agropecuario debe mantenerse en pie con o sin apoyos gubernamentales, sin programas, sin capacidad para solicitar créditos (ya ni la Financiera Rural existe), porque lo que no desaparece es el imperativo y titánico compromiso de producir y distribuir suficiente comida para los mexicanos. Hay quienes simplonamente sugieren que se pueden importar alimentos de otros países y otros aseveran que se puede solventar el abasto mediante el fomento a la producción de traspatio.

Ninguna de las dos visiones remedia la problemática. En el primer caso se atenta contra los productores mexicanos, contra el trabajo de nuestros compatriotas, algo así como cuando el presidente recibe a las madres buscadoras de Argentina, al tiempo que soslaya a las mexicanas. El segundo, simplemente no es opción para alimentar a una nación como la nuestra. Y así, la prometida y cacareada soberanía alimentaria, tan exaltada en los programas y labios presidenciales, se encuentra en un lugar muy distante de México. De la autosuficiencia alimentaria, mejor no hablamos.

El sector agropecuario, como todo lo que ha tocado la cuatroté -algo así como un Rey Midas a la inversa-, necesita que lo rescaten, ponerlo en orden, rediseñar los programas (que en el 2020 fueron eliminados) y la reponer la estructura administrativa que cada vez es más endeble – ¡no puede ser que haya una Secretaría de Agricultura sin Subsecretaría de Agricultura!-, que los recursos dejen de limitarse a sólo unos cuantos, que fluyan los apoyos para capacitación, comercialización, inocuidad, usos tecnológicos, de semilla, fertilizantes, precios justos y tantos y tantos otros. No se puede olvidar bajo ninguna circunstancia que es el sector de donde salen los alimentos y el que contribuye a la paz y estabilidad social.

Bien valdría que, quienes aspiran a una candidatura presidencial desde la oposición, pongan la lupa sobre el sector agroalimentario y abandonen definitivamente la miope visión de que el campo es solo un botín de votos. Ahora, cuando se puede ver al desnudo el fracaso de las políticas alimentarias cuatroteras, es el momento propicio para que el Frente Amplio por México, replantee de manera realista la visión sobre el sector y tome como punto de partida, no los yerros del gobierno en curso, sino las oportunidades que hay en el horizonte para potenciar la generación de alimentos de manera organizada,  acorde a las exigencias del consumo y del cuidado ambiental, con infraestructura y tecnologías.

Es la oportunidad para que el acompañamiento cultural y educativo proyecte al campo como una alternativa de vida digna y productiva, puesto que en pleno Siglo XXI prevalece la percepción de un México rural bucólico y habitado por una sociedad condenada a sobrevivir del autoconsumo y de subvenciones gubernamentales siempre insuficientes para potenciar la productividad.

Es evidente que el campo requiere subsidios, pero no limosnas populistas, para tirar hacia adelante y unir los eslabones de la compleja cadena productiva, en la que cada componente responde a un gremio organizado, trabajador, que a su vez genera empleos, paga impuestos y mantiene familias.

El campo mexicano también es el espacio donde muchos proyectos productivos son encabezados por mujeres, mujeres jóvenes, mujeres indígenas que además de contribuir a fortalecer la vida y la cultura en el espacio rural, se sabe que la mujer productora es la mejor pagadora, no obstante han sido de las más afectadas por la varita destructora de la cuatroté que decidió desaparecer la Financiera Nacional de Desarrollo, Agropecuario, Rural, Forestal y Pesquero bajo el argumento de que no aportaba nada y sólo complicaba la dispersión del crédito entre los productores. De allí provenían los financiamientos para sus proyectos, ¿Será que podrían venir mejores cosechas para la mujer rural? Esta columna en la Revista Siempre! es cobijada por la sensibilidad de una mujer que ha sabido entender la relevancia del sector agropecuario.  Se necesitan más como ella.

El campo también atraviesa tiempos violentos, donde las huertas son expoliadas, expropiadas y los jornaleros son reclutados por la delincuencia organizada, los líderes de organizaciones campesinas son asesinados, los campesinos toman carreteras, cierran aeropuertos, toman calles o centros públicos para exigir estrategias para la siembra de grano básico, el cumplimiento en los precios de garantía, pero sobre todo, seguridad.

Y desde el Palacio la respuesta a las demandas de los productores del campo se limita a repetir arengas huecas de que el gobierno no sucumbirá a la presión ni a politiquerías. Sería bueno que un día el señor de palacio se ensuciara los zapatos en las huertas o recorriera las líneas de producción para que al menos tuviera una rudimentaria visión de lo que tanto desdeña. Como dijo Cecilia Flores, líder del Colectivo Madres Buscadoras de Sonora, cuando invitó al presidente a una jornada de búsqueda para que vea si es politiquería.

Tan mal está la cosecha que incluso Ricardo Monreal -la corcholata incómoda que renegó de su genoma de sector campesino del PRI- en su búsqueda por cachar simpatías, ya le lanzó un guiño al “voto verde”. En una de sus giras ponderó que “los campesinos de México requieren mayor apoyo y respaldo institucional, mayor esfuerzo del gobierno para sobrevivir”, con lo que implícitamente reconoce el abandono presidencial. Del otro lado, Enrique de la Madrid, quien conoce a fondo los problemas de financiamiento al sector, acusó que “la del actual gobierno no es simplemente incompetencia acumulada, es un plan mezquino y perverso para empobrecer al campo y a toda la población”.

El abandono al campo, a la producción de alimentos, al desarrollo del espacio rural es una emergencia nacional que no pueden ignorar quienes buscan la silla presidencial. Relegar al campo y su vocación productiva es condenar a un sector, a una generación de productores jóvenes a abandonar sus proyectos y sueños, a tirar el esfuerzo que algunos funcionarios comprometidos, que sí los hay, claudiquen en su interés por aportar su conocimiento y experiencia, y obligar a una sociedad a consumir alimentos de origen dudoso. ¿Quién dijo yo? ¿Quién le entra a salvar al campo que ya no aguanta más? ¡No lo digo yo!