Desembarazarme de errores y falsedades acumulados.

Conocer mis recursos, estar seguro de ellos.

Robert Bresson (Notas sobre el Cinematógrafo, Ediciones Era, 1979).

Hace un tiempo indeterminado le escribí a José Buil:

Tengo un pequeño libro que se titula “del arte de escribir para el cine y la televisión” de Emilio Villalba Welsh (EDICIONES CORREGIDOR, 1987, Buenos Aires, segunda edición), prólogo de Jorge Luis Borges.

No tiene nada de extraordinario. Efectivamente, José, la imaginación creadora viene de la realidad objetiva, de la propia vida, como tú dices. Lo abrí y encontré una nota pegada por mí que dice:

“C’mon, Priscilla, let me kiss your horse” (BOB STEELER en The rainbow ride de Lesly Selander).

Debajo de la nota viene una lista de nombres: John Ford, King Vidor, Raoul Walsh, Howard Hawks, Nicholas Ray, Anthonny Mann Allan Dwan. Kazan, Dmytryk, Zinnemann, Benedek, Robson.

He aquí lo insólito e inédito de la imaginación. A l final del pequeño libro escribí el siguiente poema. Lo transcribo, para ustedes:

Sensualizable ocioso pasar del tiempo.

Me mirabas y te miraba, al momento.

Nuestros cuerpos vibraron, lo sintió el campo.

Y a lo lejos, el mar; soplando el viento.

Cita en la noche, retocada en manto.

Me besabas y te besaba, lo estampo.

El vaivén de los cuerpos trocados en canto.

Giraba en ti, como desatado trompo.

Me viste y te miré, los dos sonreímos.

Tú leías yo componía, silencios.

Faltaba el diálogo y nos conocimos.

Viniste a inspirarme, sin largos suplicios,

oportunamente mujer de flores en racimos.

Toque de queda de amorosos inicios.

Y si de musicales se trata:

La La Land: una historia de amor (La La Land, Estados Unidos, 2016) de Damien Chazelle (19 de enero de 1985, Providence, Rhode Island, United States).

Enamorado del Jazz hasta el delirio, hasta casi convertir el género musical en la religión de su vida, más que realizar cine (ver Whiplash: Música y Obsesión, Estados Unidos, 2014), Damien Chazelle le da un nuevo impulso renovador (lo nuevo tiene algo de viejo) al musical hollywoodense, inspirado en la historia del género. Drama, romance, canciones, puestas en escena, magníficamente escenografiadas y coreografiadas, no son más de lo mismo, sino un deseo loable de trascender en el negocio del espectáculo y de la evasión, soñando en el triunfo por el esfuerzo propio, aunque se tenga que dejar a un lado el amor romántico. Por lo demás, sólo quiero decir que más que la ropita de moda, me encantan esas flacas glamourosas de mercadotecnia, lideradas por Emma Stone.

Y si de westerns se trata:

Volví a ver Los tres entierros de Melquíades Estrada (The three burials of Melquíades Estrada, Estados Unidos-Francia, 2005) de Tommy Lee Jones (15 de septiembre de 1946, San Saba, Texas, Estados Unidos), un moderno western, de manufactura clásica, aunque en su inicio hay cierta confusión narrativa que va aclarándose al punto de adquirir franca linealidad, con un intervalo en el que vemos a Pete Perkins (interpretado por Tommy Lee Jones) escuchar a Melquíades Estrada (interpretado por Julio César Cedillo) cuando le pide que si muere lo entierre en su lejano terruño mexicano. El tema, caro a los grandes maestros del género, es el de la amistad viril, reflejada en el cumplimiento del deber prometido.

No nada más de poesía, musicales y de westerns se trata:

La visión de Fausto (Rusia, 2011), de Aleksándr Sokúrov, el mismo realizador de aquel viaje, en una sola toma, sin cortes, de principio a fin, por el Museo Ermitage, incluida la puesta en escena ficcional de una fiesta aristocrática: El arca rusa (Rusia-Alemania, 2002), me ha permitido descubrir que la primera película forma parte de una tetralogía sobre el poder y su inevitable fin, ya sea de los individuos que lo sustentan, conduciendo el Estado, o el poder diabólico para obligar a vender su alma a quienes quieran tener el conocimiento absoluto, la inmortalidad y la posesión de la belleza y el amor. Las otras tres películas, anteriores a Fausto, son: Moloch (1999), sobre Hitler, Tauro (2001), sobre Lenin, y El sol (2002), sobre Hiroito. Películas que deben verse varias veces para entender el propósito del realizador.

La película Fausto (Faust, Rusia, 2011) de Aleksandr Sokúrov, basada en la obra literaria filosófica de Goethe (el guion es del propio Sokúrov, Marina Kóreneva y Yuri Arávov) es una variante estilística, en blanco y negro, de los mismos temas contrapuestos en la novela: religión vs ciencia, bien vs mal, cuerpo y alma, seriedad vs humor. A la venta del alma para lograr la iluminación intelectual se le añade la firma del contrato para poseer a una mujer sólo una vez. Las metáforas, el simbolismo visual, los diálogos detallados, a que alude la obra literaria, incluidos en la cinematográfica, son expresados con el permanente movimiento de la cámara, captando escenarios de la época. El bello rostro iluminado de Margarita convoca a la pureza mancillada y salvadora, en contraste con un Mefistófeles (el prestamista) que tiene sus genitales en la parte trasera de sus nalgas. Una película rusa hablada en alemán, en la que las bromas sobre las dos nacionalidades son las chispas de un humor escondido.