Los nuevos libros de texto oficiales representan la última puñalada a nuestro agonizante sistema educativo nacional. El gobierno de la Cuarta Transformación se ha empeñado, por todos los medios posibles, en destruir conquistas históricas en materia de política educativa. La contrarreforma constitucional dejó fuera de la Carta Magna a la calidad como criterio orientador de la educación y canceló de forma definitiva las evaluaciones estandarizadas nacionales, que permitían medir el logro de los aprendizajes y determinar los avances en el aula.

La edición de los nuevos materiales se da después de la cancelación de las escuelas de tiempo completo, en el peor momento para nuestro país. Muchos y grandes son los retos que actualmente presenta el sistema educativo: el rezago educativo, o sea, la población de 15 años y más que no ha terminado sus estudios es superior a la población total de Guatemala y Honduras, con una escalofriante cifra de 30 millones de personas en esta situación. A este rezago hay que sumar la lamentable cifra de más de 4 millones de personas analfabetas

Además, el sistema educativo actual reproduce las desigualdades, lo que obligaba a hacer inversiones prioritarias en infraestructura educativa y apoyo con las y los mejores docentes en las escuelas de las comunidades más apartadas y marginadas. La educación nacional presenta también graves rezagos de cobertura en preescolar, educación media superior y superior, esta última con una oferta concentrada en la Ciudad de México. En lugar de atender estas graves carencias, el gobierno prefirió dilapidar inmensos recursos en su proyecto estrella del final del sexenio: el control ideológico de la infancia mexicana.

En medio de un entorno mundial profundamente retador, y ante la ventana de oportunidad que se abre con la atracción de cadenas de valor después de la pandemia, el gobierno ha apostado por mermar las capacidades, habilidades, conocimientos y talentos de las nuevas generaciones. Hacia el futuro tendremos autómatas que podrán repetir interminables consignas a favor de la Cuarta Transformación, pero que serán incapaces de comunicarse asertivamente y de realizar las operaciones aritméticas elementales.

Los libros presentan un problema grave de diseño: fueron elaborados por un esotérico grupo de supuestos especialistas, quienes no consultaron a expertos en pedagogía, filosofía de la educación o a la comunidad docente, la cual fue excluida, de forma dramática, del proceso de elaboración de los materiales. Los nuevos textos imponen a los docentes cargas adicionales y los obligan a entrar en un proceso formativo que no se dio previamente y que era necesario para asimilar los nuevos métodos y el paradigma educativo que se pretende generalizar.

El modelo de la mal llamada “Nueva Escuela Mexicana” copia metodologías que estuvieron vigentes en el siglo pasado e importa una serie de supuestos que desvirtúan por completo los procesos que se dan en el aula, destruyendo la interacción entre docentes y alumnos para construir una nueva relación basada en el folclor de las comunidades. No se desarrolla una pedagogía acorde a las necesidades del país, sino que se importa un modelo caduco que destruye las interacciones en el aula y promueve un difuso y absorbente comunitarismo. Esta vuelta a la comunidad sería saludable, si no se acompañara también de un desprecio generalizado a las ciencias y las técnicas. El saber científico, acumulado después de siglos de innovaciones e invenciones es dejado de lado para retroceder un par de milenios a las viejas cosmovisiones mágicas. En suma, se trata de un auténtico regreso a la barbarie, que deja de lado los conocimientos más elementales de matemáticas, lengua y tecnologías.

A esta destrucción de la llamada “ciencia neoliberal” se suma la demolición del sistema de investigación científica, el ataque artero y el control sobre instituciones públicas de educación superior y la crítica acerba y desafortunada a la cultura del mérito y del esfuerzo.

La deformación ideológica que se opera en el lenguaje se pretende generalizar a todo el país, así como una sexualización temprana de la infancia. Estos componentes del modelo convierten al Estado mexicano en un aparato de propaganda, en lugar de un facilitador de procesos de enseñanza-aprendizaje, basados en la adquisición de conocimientos significativos y relevantes para la vida cotidiana y para enfrentar los retos futuros. El descontento de padres y madres de familia es inocultable: nunca fueron consultados y ahora se les impone una visión con la que muchos no están de acuerdo.

En lugar de enseñarles a los educandos cómo aprender, los libros proponen contenidos dogmáticos que pretenden generalizar la muy particular visión presidencial de la historia patria. Además de crasos errores como la fecha del natalicio del Benemérito de las Américas, la “historia” que “enseñan” los libros es una vasta apología del actual gobierno y una denostación abierta de lo logrado anteriormente, lo que nutrirá la polarización y promoverá la confrontación en un país ya de por sí confrontado.

El modelo de educación laica por el que se luchó durante décadas es dejado de lado en aras de sesgos ideológicos inducidos por los contenidos educativos. Los libros de texto llevan la huella inconfundible de este gobierno: la destrucción de lo antes logrado, la abierta manipulación de la ciudadanía, la mentira interminable en sustitución de la verdad y la negación de la ciencia y la técnica en aras de un lamentable regreso a la barbarie, que para México representará una de las grandes tragedias de nuestra historia.

Si los libros se distribuyen en todo el país, contra las determinaciones de jueces, el daño a nuestra infancia será considerable: estaremos ante una generación perdida y desorientada que dependerá de ideas mesiánicas, apoyos clientelares y propaganda demagógica. La educación es la mayor apuesta de cualquier nación de cara al futuro retador Hoy, México está retrocediendo, de forma lamentable, a un pasado de barbarie y confrontación, aniquilando así el futuro y las esperanzas de toda una generación.

La autora es senadora por Baja California y presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores América del Norte.

@GinaCruzBC