Para Rusia, el resumen del miércoles 23 de agosto del año en curso es más que una ficha policiaca. Ese día, un Jet comercial, tipo Embraer, con placas RA-02795, propiedad de Yevgeny Prigozhin, de 62 años de edad, líder del grupo paramilitar de mercenarios conocido por el nombre de Wagner —acompañado por su lugarteniente de extrema derecha, Dmitry Utkin (antiguo oficial de la inteligencia militar rusa (GRU) y otros cinco compañeros de su estado mayor—, cayó a tierra cuando volaba aproximadamente a ocho mil metros de altura, sobre la región rusa de Tver, al norte de Moscú. Los siete pasajeros y los tres tripulantes, incluyendo una azafata que abordó de último momento, quedaron carbonizados. Las cajas negras de la aeronave ya fueron localizadas.

La turbulenta forma de vida de Prigozhin da pie para señalar a muchos posibles responsables por la caída del avión, pero nadie se responsabiliza del hecho. La versión generalizada es que Vladimir Putin sabe desembarazarse de sus enemigos de “manera expedita y fulminante”. Son tantos ya los casos de personajes rusos que han perdido la vida en forma, por lo menos misteriosa, en los últimos lustros, relacionados con el Kremlin, y que han enfrentado a Putin de manera frontal, en territorio ruso y en el extranjero, que más de un analista califica al país de los zares como “Estado mafioso”.

Característica fundamental del gobierno de Putin —que de una u otra forma ha estado en el poder desde el año 2000 hasta la fecha— tiene mensaje: “la oposición no será tolerada y tendrá consecuencias fatales”. Además, la estrategia del mandamás ruso —nacido en Leningrado (actualmente San Petersburgo), en 1952–, ha sido “muy eficaz”, como lo explica el especialista alemán, Stefan Wolff —catedrático de Seguridad Internacional y autor prolífico, con más de 34 obras publicadas y decenas de artículos periodísticos especializados; dicta cátedra en la Universidad de Birmingham—: porque le ha permitido “silenciar a la disidencia” y le ha permitido “sobrevivir a cualquier desafío interno”. La cita de Wolff la hace José Luis Valdés Ugalde, académico de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), en su artículo “Putin y sus enemigos”, en el que anexa una lista de supuestas víctimas (más de cien muertes de disidentes rusos) atribuidas al presidente Putin: “Todas las personas fallecidas en circunstancias sospechosas fueron incómodas para el gobierno: 16 envenenamientos, 10 caídas extrañas (desde edificios), trenes, incluso helicópteros), 22 por disparos, 14 golpeados o apuñalados. Y “suicidios”, “infartos” y accidentes de tránsito, no han ocurrido sólo en territorio ruso: 44 fallecieron en el extranjero, principalmente en el Reino Unido”.

Las causas del accidente del miércoles 23 de agosto último, no son claras, pero organismos de inteligencia de Estados Unidos de América (EUA) aducen que el “accidente” pudo deberse al estallido de una bomba colocada en la parte trasera del avión. Y el gobierno de Ucrania, niega cualquier participación en el tremendo caso. Nadie sabe, nadie supo.

En materia de muertes que no tienen explicación plausible, como es el caso de este “accidente”, mucho menos en los que tiene relación Vladimir Putin, hay que andar con pies de plomo. El trágico episodio tuvo lugar apenas dos meses después de que Prigozhin, líder de los mercenarios que aterrorizaron a los ucranianos durante muchas semanas, enfrentara al mandatario ruso al enviar a sus tanques de guerra con destino a Moscú, en protesta por el rumbo que llevaban los enfrentamientos bélicos en territorio ucraniano, deriva atribuible a los altos mandos rusos.

De acuerdo al diario de negocios ruso RBC, las autoridades descartan la versión de un sabotaje orquestado por los servicios secretos de Moscú, y se investigan tres posibilidades: falla humana por parte del piloto; falla técnica o una “intervención exterior”. Lo extraño es que ni el piloto ni el copiloto nunca activaron las señales de alarma y de socorro. Y, dada la hora del “accidente”, a plena luz del día, testigos oculares afirman, en las redes sociales, haber escuchado dos explosiones y que el potente avión estalló en el aire, por lo que los viajeros probablemente murieron durante la caída, antes de que el aparato se estrellara en tierra.

No es este caso en el que alguien piense inocentemente. Tampoco es momento de conceder el beneficio de la duda sobre la “posible” autoría intelectual del mandatario ruso. Y pensar que todo fue una falla humana o técnica. De hacerlo, es desconocer el comportamiento del antiguo espía de la KGB, e ignorar hasta dónde es capaz el mandatario ruso al momento de la venganza de quienes lo “traicionan” o “desafían”.

Abusando de su suerte o de la “bonhomía” del jerarca del Kremlin, el ex vendedor de “perros calientes” en San Petersburgo, lo que le permitió convertirse en chef del Kremlin, y posteriormente el jefe de los sanguinarios mercenarios  Wagner, hace casi   setenta días firmó dos sentencias de muerte que ahora se le cumplieron. El 24 de junio fue la primera, cuando sus “soldados de fortuna” tomaron sin misericordia la ciudad de Rostov, al tiempo que una gran parte de la población local lo aclamaba, y ordenó a una columna de tanques y 25 mil sicarios marcharan con destino a la capital de Rusia. La segunda la firmó el audaz Prigozhin el domingo 25 de junio, cuando reculó del gran desafío que hizo en contra del antiguo espía de la KGB en sus cuatro lustros en el poder, y ordenó a sus cipayos que dieran marcha atrás, a cambio de no ser castigado y de que sus mercenarios continuaran ayudando a dar golpes de Estado prorrusos en países africanos.

La confianza mató al gato. Parece increíble que una persona tan cercana a Putin como el dirigente del Grupo Wagner llegara a creer que el Presidente de Rusia le perdonara la vida, después de haberlo colocado en el vergonzante y humillante predicamento ante todo el mundo. Sin duda, esto fue más que un error, fue una lastimosa idiotez que al final de cuentas le costó la vida.

Hace algunos años, Vladimir Putin dijo en una entrevista que es “necesario poder perdonar, pero que no puede perdonar la traición”. Prigozhin dirigió en junio un motín contra la cúpula del ejército ruso, una rebelión que el Presidente condenó como una traicionera “puñalada por la espalda”. El dirigente mercenario no supo interpretar las señales que le envió el Jefe máximo. Putin lo recibió y aceptó su exilio en Bielorrusia y aceptó su nueva misión africana. Todo en aras de que la Gran Rusia acrecentara su poder en el mundo. Desactivada la leyenda, se ejecutó al “guerrero”.

Junto a la leyenda surgida de hervir salchichas, falleció la otra mitad de la historia de los modernos mercenarios, Dmitri Utkin, el comandante de cabeza rapada y tatuajes nazis que bautizó a los sicarios con el apellido de Wilhelm Richard Wagner, el compositor predilecto de Adolf Hitler, que saludaba a sus hombres al grito de Heil (¡Viva!) y los uniformaba como a soldados del Tercer Reich. Es decir el “tercer imperio”. En fin, en una reunión de trabajo, Putin no dudó en calificar a Prigozhin como un “hombre de talento” que “también cometió errores”, al tiempo que envió sus condolencias a la familia de los fallecidos en el siniestro. Joe Biden, presidente de EUA, sin acusar a nadie, comentó el “accidente” refiriendo que en Rusia no sucede nada que no se relaciones con Putin. Lágrimas de cocodrilo por todos lados. VALE.