¿Pacto de malvados?

Una de las últimas noticias sobre Medio Oriente, y, de impacto, es la del inminente establecimiento de relaciones diplomáticas entre Saudi Arabia e Israel.

Este habría sido uno de los temas de la reunión del presidente estadounidense Joe Biden con el primer ministro de Israelí Benjamín Netanyahu, en un hotel de Nueva York el 20 de septiembre, aprovechando la parrticipación de ambos en la Asamblea General de Naciones Unidas.

Por cierto, Netanyahu, que encabeza un gobierno de ultraderecha, con aliados impresentables y e intenta reformas a la Corte Suprema que la debiliten -el intento nos suena familiar- y él se libre de ser juzgado por corrupción, ha recibido por ello un grave desaire diplomático de Biden, que no lo ha invitado a Washington. Cortesía obligada entre gobiernos amigos.

Además de que ambos -según fuentes estadounidenses- abordaron el tema de la reforma judicial y Biden habló con su interlocutor de “los valores democráticos, entre ellos el equilibrio de poderes”, que comparten Estados Unidos e Israel.

El inminente pacto que están por suscribir Riad y Tel-Aviv (y no Jerusalén, que el gobierno hebreo pretende apropiarse como su capital, en flagrante violación de resoluciones de la ONU y de los derechos de las tres religiones: judaísmo, cristianismo e islam, que la tienen como capital espiritual), fue propiciado por los llamados Acuerdos de Abraham, hechura de Trump, que allanaron el camino de las relaciones diplomáticas entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahrein, Sudán aún sin ratificar, y Marruecos.

Sin embargo, falta el pacto saudita, el más importante, porque Saudi Arabia es la potencia regional, que lideró en 2002 una importante iniciativa de paz avalada por la Liga Árabe y se encuentran en su territorio La Meca y Medina, los dos lugares más sagrados del Islam. Esta otencia, Riad, del mundo islámico, motivará a otros países de su mundo a entablar relaciones con Israel; y, no solo eso, también dará lugar a que lo hagan “seis o siete” países africanos y asiáticos, dice Eli Cohen, el centrista ministro hebreo de Asuntos Exteriores.

El inminene “pacto de los malvados”: Mohamed Bien Salam, asesino del periodista Jamal Khashoggi y represor de opositores, y Benjamín Netanyahu, represor de palestinos, es visto, además, con buenos ojos y apoyado entusiásticamente por Estados Unidos.

 

Lucha de Hegemones

Las negociaciones con vista al establecimiento de relaciones entre Israel y el Reino del Desierto están teniendo lugar ya hace varios meses -con claras señales de que las reticencias de Ryad a dar el paso podrían estar superadas- y cuentan con el claro respaldo de Estados Unidos, quien afirma tener un “verdadero interés de seguridad nacional” en el reconocimiento mutuo de dos aliados clave de Washington en Medio Oriente,

Expertos en la región, como el analista Steven A. Cook, señalan, por una parte, que el interés de Estados Unidos en la concresión de una “alianza” de dos amigos de Washington, busca contrarrestar la creciente influencia de China -y en menor medida rusa- en Oriente Medio; y, añade Cook, el mutuo reconocimiento de Ryad y Tel-Aviv, sería un enorme logro para el gobierno de Biden.

China, recuérdese, está presente en el escenario de Oriente Medio. Sin ir más atrás, en enero de 2016 Xi Jinping realizó visitas oficiales a Egipto, Arabia Saudita e Irán, firmando numerosos acuerdos con esos países, a los que incorporó al ambicioso proyecto de inversiones internacionales de las “Nuevas rutas de la seda”. Este año, además, el mismo 10 de marzo en el que Xi renovó su mandato como presidente de China, se anunció que la diplomacia de Pekín había logrado reconciliar a Irán y Arabia Saudita, enemigos jurados por motivos de religión -estos, musulmanes sunitas, consideran herejes a los iraníes, también musulmanes, pero chiíes- y enfrentados por el poder en Medio Oriente. Ello, fruto de negociaciones secretas bajo la batuta china,

Pero no solo eso, en la última reunión cumbre de los BRICS (Brasi, Rusia, India, China y Sudáfrica) , del 22 al 24 de agosto en Johannesburgo, este club, cuyos miembros originarios, con excepción de Sudáfrica, se encuentran entre las 20 potencias económicas del mundo, y  que se ostenta como Sur Global –“no” Occidente, por no decir “anti” Occcidente- admitió nuevos miembros, entre ellos a Emiratos Árabes Unidos (EAU), Saudi Arabia, irán y Egipto, aparentemente gracias a la intervención, a trasmano, de Pekín en la selección de nuevos miembros.

Por último, y por si fuera poco, China da “respiración artificial” a Siria, suscribiendo Xi Jinping y Bachar el Asad, el autócrata presidente de Siria, al que Occidente ha aislado, una “asociación estratégica” que lo auxilie frente a la crisis económica derivada de la suerte de guerra civil desde que sufre desde 2011, agravada por un reciente terremoto. En síntesis, una muestra más de la presencia poderosa, que desafía y se está imponiendo a la hegemonía de Estados Unidos, Europa: Occidente.

Bien hace notar el experto indo americano Fareed Zakaria, que Biden califica al ascenso de China como el mayor desafío geopolítico del siglo XXI.

 

¿Palestinos, de nuevo víctimas?

Los Acuerdos de Abraham y los países árabes que los aprovecharon beneficiándose del reconocimiento diplomático por Israel, como también se beneficia el Estado hebreo: ambas partes en seguridad  política, economía, comercio, turismo, etc., dejaron fuera del convite a los palestinos.

Las resoluciones de la ONU, que preveían la creación en Palestina de dos Estados, uno judío y otro árabe palestino, viviendo en paz, desde tiempo inmemorial ha sido olvidada y los derechos -en especial los de territorio y soberanía- de la comunidad palestina desaparecieron de las agendas de reconocimiento diplomático de Israel y sus contrapartes Estados árabes. De tal suerte que Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, habría de declarar con tristeza, que en todos estos arreglos, su pueblo había recibido “una puñalada por la espalda”.

La situación ahora parece ser diferente, aunque Netnayahu llegara a declarar no hace mucho que los acuerdos con los Estados árabes eran “paz por paz” y no “paz por tierras”. Porque Biden mismo, al referirse a su reunión con Netanyahu en Nueva York, , dijo: “abordaremos la solución de dos Estados con los palestinos”, el príncipe Mohamed Bin Salam, gobernante de Saudi Arabia en nombre  de su anciano padre, el rey, ha declarado  enfática y enérgicamente que se salvaguardarán los derechos del pueblo palestino.

La misma Autoridad Palestina afirma haber aprendido la lección de la debacle que significó para el régimen de Ramalah (el territorio, lleno de complicaciones, donde reside) los Acuerdos de Abraham, en los que los Emiratos, Bahrein, Marruecos -y de manera efímera Sudán- reconocieron en 2020 a Israel, sin tratar en absoluto la cuestión palestina.

Ahora el gobierno de Ramallah está en contacto con la administración saudí y la línea oficial relativa a la cuestión palestina es la del Plan Adallah de 2002, adoptado por la Liga Árabe, cuyo texto condiciona la normalización de relaciones con Israel a la creación de un Estado palestino sobre los territorios de 1967, desapareciendo las colonias judías y con Jerusalén Este como capital.  Sin embargo, el príncipe heredero, en declaraciones a Fox News el 20 de septiembre, no habló ni de Estado palestino ni de derechos de los palestinos.

 

El tema nuclear

El establecimiento de relaciones de Arabia Saudita con Israel contemplaría, además de concesiones a los palestinos, luz verde a un programa nuclear civil saudí y esto último es ferozmente criticado: Yair Lapid, ex primer ministro, dice; “Un acuerdo de normalización con Arabia Saudí es deseable, pero no al precio de que desarrolle armas nucleares. No al precio de una carrera nuclear en Medio Oriente.