Tarsicio Castañeda Salgado

 

En nuestro anterior diálogo, estimado Patricio, tú calificaste de imperdonable la conducta de López Obrador por haber dividido al pueblo mexicano. Conozco tus convicciones y la religión que profesas, entre cuyas enseñanzas se encuentra la virtud del perdón: ¿eso no contradice lo que tú sostienes, en el sentido de no perdonar a López Obrador?

No sé si tú eres un incondicional adepto que apoya y justifica todo lo que hace el tabasqueño, quien se ha guarecido en Palacio Nacional para usarlo como casa habitación y para sus regodeos mañaneros con sus seguidores, no obstante que se trata del bien de dominio público de la Federación de máxima jerarquía y admirable emblema de nuestra nacionalidad, además de ser una valiosa joya arquitectónica; y del cual nuestro poeta jerezano dice en la Suave Patria: “TU IMAGEN, EL PALACIO NACIONAL”; hay que enfatizar que los bienes de dominio público deben destinarse al uso para el cual fueron adquiridos o construidos, pudiéndose cambiar el uso únicamente por causa justificada y previa autorización, lo cual no se dio en este caso, ya que existe la Residencia Oficial de los Pinos como casa habitación del Presidente, siendo así indudable que todo obedeció a un antojo y a una fantasía para colmar sus ínfulas de poder.

En cuanto a tu pregunta, me gustaría que no volvieras a involucrar, en los temas de nuestros diálogos, cuestiones atinentes al credo religioso, en aras del respeto que mutuamente nos debemos en el ámbito de la religión, que atañe a lo más íntimo de nuestro ser; sin embargo, ya que tocas el tema, me parece oportuno aclarar dos o tres puntos de interés: En el afán de agredir a los católicos, no falta quien diga que de nada les sirve su religión cuando son los primeros en abusar de sus empleados, engañar a su cónyuge y cometer toda clase de actos reprobables; en lo que toca a la política, he podido constatar que varios de ellos (católicos) se oponen a participar en política aduciendo que están dedicados a su trabajo en forma honrada; y como los políticos sólo van tras el dinero, rehúsan el desempeño de toda función pública, al grado de que desdeñan colaborar en la Administración Pública; más aún, algunos de manera expresa prefieren abstenerse de votar en las elecciones.

A lo anterior, estimo necesario replicar que lo primero es una burda falacia y sólo revela una infundada animadversión a la religión, la cual per se, no convierte al creyente en un santo, aunque le ayuda a su perfeccionamiento como ser humano, puesto que lo trascendental son las buenas obras, la justicia y el amor a los semejantes; en lo que respecta al desinterés por la política, debo decirte que por desgracia algunos años atrás yo pude percatarme de que muchos jefes de familia consideraban casi una afrenta participar activamente en la política, pues como acabo de señalar, se justificaban diciendo: “yo soy honrado, vivo de mi trabajo, no me meto en política”; craso error, digo yo, atribuible quizás a ignorancia o a una mentalidad víctima de la confusión o del desencanto. La política, en su sentido más genuino, es el arte de la justicia, del buen gobierno y el mejor instrumento de servicio a la sociedad de la que formamos parte; actuar en política, lejos de un deshonor, es motivo de orgullo, respeto y pundonor. Los malos políticos no pueden destruir ni enturbiar la calidad y grandeza de la política, y cuando anteponen sus mezquinos intereses, devienen en pésimos políticos, y los ciudadanos pueden, mediante el sufragio, expulsarlos.

No todos los políticos son deshonestos ni corruptos; también los hay honrados y con acrisolado espíritu de servicio a la sociedad. No es, no debe ser motivo de deshonor o inhibición, desempeñar un trabajo en la política; por fortuna han quedado superados, en general, los medios violentos, trátese de revoluciones o golpes de Estado, para hacerse del poder, predominando ahora la democracia, a través del voto, para poder gobernar. En su libro La Sucesión Presidencial, Francisco I. Madero declaraba, sin ambages, que ante la dictadura, como la de Porfirio Díaz, el pueblo, los ciudadanos, resultaban también culpables por no oponerse y permitir los atropellos del dictador; Demóstenes, en Atenas, reprochaba e increpaba a los atenienses por su indolencia ante la invasión de Grecia por parte de Filipo, rey de Macedonia, recriminándoles su falta de patriotismo: “Si no existiera Filipo, decía, seguramente inventaríais otro”.

En los tiempos actuales, el sufragio es el arma más poderosa de los ciudadanos; abstenerse de votar, es renunciar al título más honorífico que se llama ciudadanía ; no es exagerado decir que un ciudadano justo y honorable que no vota, o que rechaza un cargo de elección popular, se conduce en contra de los intereses de su Patria, y permite que gobiernen los ineptos o los deshonestos.

Refiriéndome al cuestionamiento que hacías, relativo al perdón, te contesto: El perdón se otorga a quien te ha inferido un agravio, te ha causado un daño patrimonial o moral, o ha mancillado tu dignidad o la de tu familia, ya sea de manera física o verbal. Toda relación entre humanos se sujeta a ciertas peculiaridades incluso para que, en su caso, se pueda otorgar el perdón; el autor de la infracción está constreñido a reconocer su culpa en la ofensa irrogada, con la consecuente promesa de no repetirla y a resarcir, en su caso, el daño causado; en este supuesto, es claro que el sujeto pasivo vulnerado es una persona o una familia, por lo que en congruencia con sus convicciones morales y religiosas, el perdón es procedente.

En cambio, si los actos realizados por el Presidente lastiman y ofenden directamente al Estado Mexicano como sujeto pasivo en dos de sus elementos esenciales, como son la Población y el Gobierno , provocando una grave división en la primera y agrediendo soezmente mediante burlas e injurias turbulentas y despiadadas a uno de los integrantes del Gobierno, como es la Suprema Corte de Justicia de la Nación, es inconcuso que se trata de ataques gravísimos que atentan contra la esencia, la paz y la estabilidad del Estado; por ende, dada la gravedad de los actos y de la conducta del jefe del Ejecutivo Federal, no pueden ser perdonadas tales insolencias y agresiones, por las nocivas consecuencias que se siguen de tal proceder, por lo que es acertado afirmar que esa forma de actuar es imperdonable.

Me parece muy claro y preciso lo que has dicho, gracias.

Y solamente quiero pedirte que no te vayas a confundir con lo que he dicho acerca del perdón, pensando probablemente que lo expuesto se opone a las enseñanzas evangélicas. Para normar tu criterio, debes recordar que en la ortodoxia pura de la Teología, también existen pecados que Dios no perdona, como son los que se cometen en contra del Espíritu Santo, porque es incuestionable que eso constituye una clara soberbia, hostilidad y rechazo a la propia divinidad y la esencia de la religión, O dime, Carlos, cómo reaccionarías si uno de tus hijos, con plena consciencia y sin que tú dieras motivo alguno, se muestra contigo como tu enemigo acérrimo, te rechaza, te maldice, te odia y dice que jamás quiere volver a saber nada de ti, y se va de la casa agregando que lo mejor que te puede desear es que cuanto antes te mueras. ¿Qué harías tú?

No, pues no quiero ni pensarlo.

El autor es latinista y jurista.