Así como sucedió al finalizar el primer milenio, la Humanidad se volcó, al término del siglo XX, en una serie de “profecías” catastróficas respecto al destino del planeta y la población mundial. Muchos medios de comunicación adelantaron infinidad de catástrofes —sismos y otros fenómenos naturales—, que devastarían todo lo imaginable. El segundo milenio empezaba con tan maléficos augurios. No todos opinaban así. Los menos pesimistas adelantaban que el verdadero talón de Aquiles de la comunidad internacional al comenzar el siglo XXI, sería la emigración, que se convertiría, en pocos años, en un fenómeno social explosivo que nada, ni nadie podría controlar. Tal parece que no estaban errados.

Según algunos teóricos sociales, el centro del imán migratorio se ubicaría en Estados Unidos de América (EUA), y en Europa, el viejo continente. Hasta el momento, las principales corrientes migratorias siguen buscando el “paraíso” del llamado “sueño americano” —que prácticamente es una entelequia—, y las “viejas glorias europeas” que para los “condenados de la tierra”, como calificó el revolucionario psiquiatra, filósofo y escritor francés-caribeño, originario de La Martinica, departamento de ultramar de Francia, Frantz Omar Fanon a los pobres de las Antillas y del mundo, es algo supremo, aunque la realidad indica que no es así.

La semana pasada, al finalizar una rápida visita al viejo puerto mediterráneo de Marsella, Francia, el papa Francisco ofició una misa masiva en la que llamó a Europa a la “responsabilidad” con los migrantes y denunció el “fanatismo de la indiferencia”. Como fieles católicos, estaban presentes en el estadio Velódromo —donde se montó el altar especial para la ceremonia eclesiástica— el presidente galo, Emmanuel Macron y su esposa Brigitte; y Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo. La visita papal, de dos días, obedecía a la clausura de los Encuentros Mediterráneos ente jóvenes y obispos de la zona mediterránea.

Poco antes de la gira del pastor de más de 1,300 millones de católicos en el mundo, a Marsella, arribaron a la isla italiana de Lampedusa tras cruzar el Mediterráneo, 8,500 migrantes. Desde 2014 a la fecha, en el histórico mar han desaparecido más de 28 mil desesperados migrantes en su intento por llegar a Europa procedentes de África, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones.

En su gira apostólica número 44 desde que llegó al Vaticano en 2013, el Papa argentino, descendiente de italianos, sigue con el propósito de lograr una de sus prioridades: alertar sobre la tragedia de los migrantes: sea en su aventura mediterránea, o cruzando las selvas centroamericanas o de Venezuela, partiendo de África, del Medio Oriente, o en busca de la Vieja Europa o de “América, la tierra del Tío Sam”, y pedir que se les reciba humanamente hablando.

Cabe señalar que desde 1533 ningún Pontífice había visitado Marsella. Francisco estaba al tanto de esta demora, por lo que en su visita al antiquísimo puerto y a uno de sus barrios más peligrosos, como el de Saint Maruront que lleva el nombre de un obispo del siglo VIII, tradicionalmente ha sido lugar de arribo para los flujos migratorios de todas partes del mundo, no solo es uno de los distritos más pobres de Marsella, sino uno de los más pobres de Francia incluso de Europa.

Los llamamientos papales en defensa de los migrantes cada vez se producen en un contexto más hostil para los exiliados en Europa. Por lo mismo, el arzobispo bonaerense Jorge Bergoglio Sívori, hijo de migrantes italianos a la Argentina, actual Pontífice de la Iglesia Católica, declaró en Marsella: “El fenómeno migratorio no es tanto una emergencia momentánea, siempre buena para la propaganda alarmista, sino un hecho de nuestro tiempo…;(este proceso debe gestionarse) “con una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas…Han resonado dos palabras que alimentan los temores de la gente: “invasión” y “emergencia”. Pero quienes arriesgan su vida en el mar no están invadiendo, están buscando hospitalidad” y “no deben ser considerados como una carga qué hay que soportar”. Lamentó que se hayan cerrado “varios puertos mediterráneos”.

Por su parte, Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea prometió el domingo 17 de septiembre la devolución rápida de migrantes sin documentos y una campaña contra el “negocio brutal” que significa el contrabando de personas, durante una visita con la primera ministra italiana a la isla pesquera de Lampedusa, sobrepasada por el arribo de ocho mil personas en un solo día la semana anterior.

Con claridad que molestó a propios y extraños, Von der Leyen advirtió en su visita insular: “Nosotros decidiremos quién llega a la Unión Europea y bajo qué circunstancias, no los traficantes”.

Sin consenso, varios gobiernos de la Unión Europea insistieron en controles más estricto frente el aumento de los flujos migratorios que saturan las fronteras europeas, lo que originó, como antes se dijo reproches del jefe de la Ciudad del Vaticano al abogar por una “postura de puertas abiertas”. De tal manera, ante el arribo masivo de migrantes en Italia, Francia y Alemania, los respectivos gobiernos se pronunciaron por medidas más radicales para tratar de controlar la dramática alza migratoria “ilegal” en el bloque de los 27 miembros de la UE, aunque ninguno propuso un modelo para encarar la crisis, tal y como lo planteó la Comisión Europea de la Unión.

En tales circunstancias, llamó la atención de todo mundo, la dura reacción del presidente de Francia, Emmanuel Macron al advertir la creciente oleada migratoria con destino a Europa, porque en su territorio “no podemos acoger toda la miseria del mundo”. Las fuertes palabras del jefe del Elíseo se tomaron como una evidente contestación al llamamiento del Pontífice católico para albergar a miles de desesperados migrantes.

Las críticas, nacionales y extranjeras no se hicieron esperar. El presidente Macron fue enfático: no fue parco en sus explicaciones: denunció a los grupos que se aprovechan del “generoso sistema europeo de asilo”, al dirigir sus críticas contra los tratantes no sólo contra los extranjeros irregulares y matizar su mensaje sobe la “miseria” que algunos sectores vieron como un acto de discriminación contra los originarios del África subsahariana, de donde proceden quienes rebasan sus fronteras en los últimos meses.

Pese a la dureza de sus palabras, Macron insistió que hay coincidencias con el Papa sobre la situación crítica de los migrantes. Incluso, presentó datos sobre la ayuda francesa al detallar que en Francia hay 100 mil solicitantes de asilo y que su gobierno invirtió 2.1 millones de dólares en alojamiento de emergencia, pues en territorio galo hay zonas críticas como Caláis.

En fin, el Papa Francisco recordó a los gobiernos de la UE que recibir a los inmigrantes debe considerarse como un “tesoro” y que “debería existir el derecho a no migrar”, Pero, ante crisis como la que actualmente sufren los pobres de África y del Oriente Medio no hay otro camino, por lo que volvió a señalar la “indiferencia” de varias capitales al afirmar que cerrarles las puertas a los indocumentados es dejarlos en manos de los traficantes. Una vez más, el Papa demostró que su “fuerza” no depende del número de tropas que comande, sino de su calidad moral. No hay que olvidar, que durante la última década, 2.6 millones de migrantes cruzaron el Mediterráneo con destino a Europa. Nada más, nada menos. VALE.