Intentemos dar respuesta a la interrogante: ¿Quién manda en México? ¿El Presidente, el narco, las redes sociales, la cúpula empresarial? ¿Todos juntos? A primera vista, la respuesta parecería ser que es el Presidente de la República quien manda (no por casualidad se le llama “el primer mandatario”); sin embargo, sería simplista pensar que éste aglutina todo el poder, pues le circundan sectores poderosos cuya infuencia es capaz de mermar o incrementar —según del humor con que se encuentren los mandamás— el poder unipersonal del Jefe del Ejecutivo, y no porque representen una mayoría numérica equiparable o mayor de quien fue electo por la vía del voto, sino todo lo contrario: son personas o grupos sorprendentemente minoritarios.

Se supone que en una república democrática y representativa, como es la nuestra, quienes son votados por una mayoría de ciudadanos son, en estricto sentido, representantes de las voces, preferencias, anhelos, gustos y creencias de quienes los eligieron. Los elegidos, por tanto, reciben un mandato (una orden) de cumplir y hacer cumplir sus preferencias,

No obstante, en México —y como suele suceder en muchos otro países—, un político electo por la vía democrática, en un escenario de pocos o nulos controles constitucionales, entiende su empoderamiento como el libramiento de un cheque en blanco y muy poco, o nada, habrá de responder a la voluntad de quienes lo han elegido, salvo en aquellos casos que le reditúen un mayor control y poder político. Es por ello —al menos en parte— que vemos con mayor frecuencia que un presidente, senador, diputado o presidente municipal, se conviertan en un autócrata, dictador, vendedor de su voto cameral o de su área de circunscripción. ¿La recompensa?, casi siempre será el poder o el dinero, o ambos. Pocas veces será el inmenso privilegio de servir el mandato popular.

Si tomamos por bueno lo arriba expresado respecto al sector público, también le es aplicable -en su propia dimensión- a los sectores privado y social. Pero la pregunta subsiste: ¿Quién manda en México?, ¿cuántos son los que mandan?, ¿cómo lo hacen?, ¿en qué ámbitos se fragua el poder en México?.

Tal parece que para obtener una respuesta que convenza, se requeriría de un economista, un estadístico, un encuestólogo, una pesona ducha en la ciencia política y, además, abogado. Miguel Basáñez parece conjuntar tales atributos.

En su más reciente libro (¿Quién manda en México?, Basáñez, Miguel. Ed. MAPorrúa, 2023), Basáñez nos brinda un original  e inquietante punto de vista: agrupa los círculos del poder a la manera de las tarjetas de crédito (diamante, platino, oro, plata y bronce). Además, aunque tradicionalmente el poder lo detentan los sectores público, privado y social, el autor agrega algunos más recientes (insuficientemente entendidos y reconocidos), pero que sin duda ejercen buenas dosis de energía social; estos son, los trabajadores informales, los migrantes binacionales y los jóvenes digitales.

Entreverados en los sectores mencionados, pululan las fuerzas armadas y el narcotráfico, insuficientemente cuantificados y clasificados en la jerarquía del poder. Sin entrar en detalle, me limito a referir las cifras de este estudio sobre el crimen organizado: “A la fecha operan dos organizaciones nacionales (Cártel de Sinaloa y CJNG), apoyados por 44 grupos el primero y 42 el segundo y en conflicto con otros 57, además de 420 células criminales o mafias locales”. Como diría Brozo: ¡Órale!

En muy apretadas líneas (al fin y al cabo mi intención es provocar se acuda al libro citado), intentaré dimensionar el círculo diamante, representado —según el análisis de Basáñez— por el 1% de quienes ostentan el capital político, económico y/o social del país. “Este es el verdadero gobierno —nos dice—, constituido por poderes formales e informales… ( ) es el garante principal del statu quo”. Un 4% adicional irá degradando su tajada de poder, desde el círculo platino al bronce. El 95% restante será acompañamiento o, de plano, población marginada de los grupos de poder.

El círculo platino del sector público lo componen, básicamente, los titulares de los poderes Ejecutivo, Judicial, expresidentes, presidentes de las cámaras del Congreso, los titulares de las Secretarías más importantes, entre los más destacados. En este segmento, la posición dominante de López Obrador acapara buena parte del poder público; lo novedoso del caso es la observación del encuestólogo Basáñez al advertir que los presidentes acaban tomando el consejo de unas cuantas personas cercanas (señala, por ejemplo, a Miguel de la Madrid, con Emilio Gamboa; Salinas, con José Córdoba; Zedillo, con Liébano Sáinz; Enrique Peña, con Luis Videgaray). Sin embargo, AMLO abandona el consejo de los especialistas y acude más a las leales y afines voces de Beatriz su esposa, Lorenzo Meyer, “El Fisgón”, Paco Ignacio Taibo, Epigmenio Ibarra, entre otros. Como se puede apreciar, el núcleo del poder en este caso es un poco más amplio, pero también más locuaz e imaginativo. De aquí, considero, la diáspora de desatinos y ocurrencias presidenciales. Pero veamos la estructuración del poder de los sectores privado y social que propone Basáñez.

En el sector privado, “las 35 familias que componen el círculo diamante, cada una con una fortuna superior a los un mil millones de dólares,… sólo tres superan los 12.5 miles de millones (Slim, Larrea y Salinas Pliego)”, con una diferencia abismal entre el primer lugar (Slim) y los dos que le siguen. Dice Basáñez que de los 10 millones de unidades productivas, el 0.6% tiene entre 30 y 50 empleados, “por esa razón, las reglas se establecen para el beneficio de los 350 miembros del círculo platino”, y, de entre ellos, tres personajes acaparan el grueso del poder económico. Salinas Pliego y Larrea, a diferencia de Slim, poco han podido transformar su poder económico en influenciadores del poder presidencial, por lo que –como dicen en el box—… “¡el ganador de esta pelea es…¡” (¿Le atinó?)

Una breve referencia al sector social (después de una compleja disección que Basáñez hace del sector), nos dice que, finalmente, son los opinadores del círculo diamante, el 1% constituido por comentaristas radiofónicos y televisivos y columnistas, quienes construyen la realidad objetiva de todo México, ignorando la otra realidad del 99%. “Sólo dialogan entre sí esos minúsculos círculos diamante y platino de la fracción intelectual”. Y decir “dialogan” —añadiría yo— resulta en un eufemismo, pues cuando lo hacen es para agredirse, acusarse y descalificarse mutuamente; además, los de un bando y otro, rara vez frecuentan las mismas fuentes de información. El diálogo, por tanto, es una falacia. La premisa es la confontación, iniciada en México por… (¿Le atinó?).

Por cierto, esta moda de la polarización como herramienta político-electoral, utilizada hasta el extremo por Donald Trump, surge del triunfal cabildeo de la familia Murdock, dueños de Fox News, con la abolición en 1987 de la Ley de Equidad Informativa (réplica del modelo de la BBC, que obligaba a presentar los dos lados del argumento de cada noticia), convirtiendo a Fox News en la herramienta de la derecha más recalcitrante de los EUA, y su contraparte de izquierda, MSNBC, polarizando también a gobernadores, senadores, diputados y alcaldes. (¿Y sabe —lector— en qué otro país ha pasado esto?… ¿Le atinó? Conste que ya lleva tres oportunidades para pertencer al círculo platino. Si no, allá usted y su desinformada cabeza. No sabe de lo que se pierde).

Concluyo con una inferencia de Miguel Basáñez: “el 1 por ciento más influyente de cualquier sociedad encuentra la forma sutil o en unas ocasiones de forma ruda o brutal en otras, para mantener su liderazgo y dominación sobre el 99 por ciento restante”

¿Tiene usted —lector— un puesto dentro del círculo platino de AMLO; tiene más de mil millones de dólares; tiene un periódico, cadena de TV o radiofónica; tiene un puesto de alto rango militar o encabeza usted un cártel delincuencial? ¿No? Pues me apena decirle que pertenece usted al poco selecto grupo del 99 por ciento del México actual.

Allá usted y su desafortunada existencia.