Emil Ludwig, en el año de 1939, escribió un opúsculo al que tituló Tres dictadores: Hitler, Mussolini y Stalin, (Acantilado, Barcelona, 2011). En esa obra, refiriéndose al dictador Adolfo Hitler, comenta algo que, al parecer, es algo común a todos dictadores o al inicio de una dictadura.

“Todo lo que se le repite constantemente a una multitud, escribe el también <<lo mismo si es verdad que si es mentira>>, estará dispuesta a creerlo; sólo hay que repetir lo mismo siempre. Domina magistralmente la técnica del orador de asamblea y puede aparecer según convenga, como cómico, serio, chistoso, trágico, cínico.” (p. 19).

“Hitler obtuvo sus éxitos gracias a la debilidad de sus vecinos, pero gracias también a la falta de escrúpulos de su conducta” (p. 32).

“En un país en que ya no se reconoce ninguna Constitución escrita; en un país en que el Ministerio de Justicia establece el postulado capital: <<Es Derecho lo que es útil en Alemania>>; en un país en que la policía es nombrada sólo por el partido dominante para permanecer cruzada de brazos allí donde el partido comete crímenes, nadie puede sentirse seguro” (p. 36).

“Hitler, que en sus discursos salta como en un baño de placer, se siente tan a gusto hablando que es muy difícil que termine, y así, ha pronunciado discursos públicos hasta de tres horas y media, sin fatigarse” (p. 40).

“Está, además, decidido a ser el más grande orador, y quiere demostrárselo a sí mismo a cada instante. … Con esto adormece su resentimiento doloroso por la pérdida de su condición de artista, y decreta la construcción de los mayores locales del mundo, de las pistas automovilísticas más anchas del mundo, de los aviones más rápidos del mundo. … De repente se siente de nuevo dominado por sus planes de construcción, y cuando un Ministro le representa los costes de la obra, se descarga diciendo que no está para ocuparse de pequeñeces. …”

“Hombre de tendencias extáticas, relampaguea de repente con sus decisiones como de entre las nubes. Entonces ninguna fatiga le parece demasiado grande; entonces puede, durante veinticuatro horas, ordenar, deliberar, volar, dictar sin dormir ni comer. Así, en un par de días, hace Historia universal.” (ps. 41 a 42).

“Eso no puede él soportarlo, y es el único hombre de gobierno que en cada uno de sus discursos se desata contra la prensa que le es adversa en el extranjero. Pues Hitler no anhela, como las auténticas almas de dominador, el poder, quiere como las almas de comediante, el constante aplauso, y por cierto, de todo ser viviente. … Los psiquiatras saben algo de este anhelo de olvidar un choque o dolencia sufrida en la juventud mediante representaciones gigantescas de sí mismo.” (ps. 40 y 41).

 

México, AMLO y su contexto

AMLO considera estar a la altura de Hidalgo, Morelos, Juárez o Madero; cuando habla se siente superior a Madero; cuando ordena; ve como inferior a Juárez; cuando incita a las masas y oye sus gritos, se estima muy por encima de Hidalgo y Morelos. Considera a su 4T como igual o superior al movimiento de independencia, a la gesta de la Reforma o a la Revolución iniciada en 1910. Esto es propio de quienes se sienten Mesías, o predestinados a cambiar todo sin importar la destrucción de las instituciones democráticas o republicanas.

Se negó a terminar el aeropuerto de Texcoco, a pesar de lo avanzado que estaba y de lo bien ubicado que se hallaba, para no tener que reconocer que lo había iniciado Enrique Peña Nieto. En cambio, inició y sigue construyendo el aeropuerto “más grande del Mundo: el Felipe Ángeles” que no es aeropuerto ni es el más grande del Mundo. Se ha propuesto construir el almacén de medicinas más grande del Mundo y que tenga todas las medicinas habidas y por haber. Para el caso no importan gastos, dificultades en el manejo ni caducidades. A nadie se le había ocurrido hacerlo; ningún humano podrá superar su empresa. A él no le vengan con pequeñeces como la falta de dinero. Eso es propio de los gobernantes comunes. Él no lo es.

AMLO ha dicho “A mí no me vengan que la Ley es la Ley”. Hitler: “Nadie antes que él ha hecho proclamar por su Ministro de Justicia <<Es Derecho lo que es útil a Alemania>>. Con él cesa, no sólo el Estado de Derecho, sino hasta la voluntad de vivir en un Estado de Derecho” (p. 43).

La capacidad de mentir de AMLO es casi infinita. Lo hace a diario. No hay fecha que se cumpla para las promesas que ha hecho. Una y otra vez va posponiendo el alcance de las metas que él mismo se fijó o prometió. Hay de él y de algunos mexicanos cuando pierda la capacidad de hablar, prometer y mentir.

Aun sabiendo que no cuenta con los votos suficientes para que se aprueben las reformas que propone al Poder Judicial Federal, que no prosperarán las reformas para suprimir los órganos autónomos, se atreve a prometer que lo hará. Todo eso tiene una explicación muy simple: no dejar que la gente lo deje de ver y oír; no puede permitir que alguien tome el micrófono y lo sustituya. Piensa en grande.

AMLO se duele de no contar con una mayoría calificada. Esa carencia le imposibilitó destruir las instituciones. Claudia Sheinbaum demanda a los electores le den esa mayoría, para concluir lo que su jefe se propuso. Ella no tiene un proyecto personal; sólo es continuadora de la obra y del proyecto de su mesías.

Sea quien resulte ganadora, lo cierto es que un voto diferenciado en el proceso electoral de 2024, es el que permitiría la permanencia y depuración de las instituciones públicas, impediría que un poder avasalle a los restantes y garantizaría la permanencia de las libertades e instituciones democráticas.

Llegado el momento en que AMLO tenga que rendir cuentas de su paso por el Poder, de su acción o inacción, dado su deterioro mental, pudiera resultar inimputable:

“La vinculación, con frecuencia investigada, de genio y locura en los momentos más fuertes de la vida de Adolfo Hitler. Le hace inimputable, y si después de una gran catástrofe hubiera de comparecer como acusado ante una Corte mundial de Justicia, se haría cuestionable si psiquiatras serios podrían declararle responsable. De aquí se deduce cuán poco significa un tratado con él o una promesa suya” (p. 12).

En México las instituciones públicas: Constitución, principio de no reelección, Poder Judicial Federal, sistema federal, gobiernos sexenales, entre otros, resistieron el embate de un gobierno que llegó a los linderos del absolutismo.

Los mexicanos fuimos afortunados; nuestro dictador tropical: AMLO llegó viejo y achacoso al poder, de otra manera hubiera tenido vida y fuerzas para destruir las instituciones públicas. De la que nos salvamos.