Durante las vacaciones decembrinas muchos, para descansar, dejan de rasurarse diariamente; cuando llega el mes de enero, ya le han tomado cariño a la barba y al bigote, por lo que, ya entrados en gastos, deciden conservarlos. Lo mismo pasó durante la cuarentena y el home office por los que pasamos.

Los bigotes y las barbas son un buen pretexto para referir unas historias relacionada con la materia. Aclaro: se trata de hechos reales.

 

Don Feliciano Abundis es abstemio y no usa bigote

Don Feliciano Abundis, siendo adolescente, se enroló en el ejército zapatista; lo hizo desde sus inicios, cuando comenzaba; fue una decisión irresponsable; no sabía de lo que se trataba. ¡Qué se va a saber de las cosas de la vida en esa etapa de la existencia! Conforme fue madurando (en la bola se madura pronto), fue adquiriendo noción de la naturaleza del movimiento y de lo justo de sus reivindicaciones. No pasó de sargento primero. Con orgullo refería haber participado en la toma de Chilpancingo, en el estado de Guerrero.

Afirmaba haber estado en el fusilamiento del general Luis G. Cartón, en la población de Tixtla, en marzo de 1914. Respecto de este hecho refería que antes de la celebración del sumario militar que debía juzgar al mencionado general, estando el general Emiliano Zapata, acompañado de su estado mayor, sentado en una de las bancas del centro de ese lugar, bajo la estatua levantada en honor del insurgente don Vicente Guerrero, se le acercó un grupo de personas a las que en el lugar se conocía como Los notables de Tixtla.

Refería don Feliciano que, tanto el general Zapata, como su estado mayor, supusieron que la comitiva tenía por objeto gestionar el indulto del detenido. Ante esa posibilidad, los revolucionarios presentes se pusieron en sobre aviso para negar cualquier solicitud en tal sentido, habida cuenta los crímenes cometidos por las tropas federales que estaban bajo el mando del reo.

Al hallarse el grupo de notables ante la presencia del general Zapata, éste, con gesto hosco, preguntó respecto del motivo de su presencia. Hizo uso de la palabra el más viejo del grupo; él, por serlo, lo encabezaba y asumía el papel de ser su vocero. La petición que formularon era simple: “Mi general, por respeto a la memoria del héroe insurgente representado en esta estatua, le pedimos que no se fusile al general Cartón en esta plaza, sino que se haga en el cementerio que se halla a las afueras de la población”.

Sorprendido por lo inusitado de la solicitud, el general Zapata se limitó a sonreír ligeramente. Enseguida dio instrucciones para que se apresurara el sumario militar; también dispuso que el fusilamiento se hiciera afuera de la población. Después de agradecer el “favor”, los notables se retiraron con la satisfacción del deber cumplido.

Los notables de Tixtla, como una autoridad de usos y costumbres, todavía existía en la década de los cincuenta del siglo pasado. No sé si aún exista y funcione. También ignoro quienes lo integran.

Don Feliciano, ya viejo, exhibía con orgullo el bigote al estilo de su general Zapata. Por ser sobreviviente de la gesta revolucionaria, junto con otros antiguos revolucionarios, encabezaba los desfiles del 16 de septiembre de cada año; también ocupaba un lugar preferente en las ceremonias que se celebraban en la población.

Lo que tenia que pasar, pasó. La noche de un 15 de septiembre, después del grito, don Feliciano, junto con algunos camaradas veteranos, festejaron la independencia por su cuenta. Tomaron más mezcal del que su edad aconsejaba y su condición de veteranos permitía. No supo qué pasó con sus compañeros de parranda; lo cierto es que él cayó frente a la entrada de una casa que no era la suya. Totalmente perdido pasó ahí el resto de la noche.

Despertó al escuchar el barullo que hacían los escolares que, portando banderas en sus manos, se dirigían al lugar en donde daría comienzo el desfile patrio. Don Feliciano, tirado en el suelo, lo primero que hizo fue alisar su bigote derecho para darle forma alacranada; la tragedia comenzó cuando intentó alisar el bigote del lado izquierdo; por más que lo buscó, lo único que tocó fue unos pequeños troncos rebeldes que se negaban a tomar la forma que pretendía darles. Alguien se lo había cortado. Al darse cuenta de su tragedia corrió a su casa, no a esconder su vergüenza, como todos lo hubiéramos hecho. Hizo lo contrario; buscó un viejo machete; con él en la mano salió a castigar el autor de su deshonra. Nunca lo encontró y nadie le dio razón. Por su acción irresponsable todos nos enteramos de su tragedia. Algunos, poco prudentes, al ver su carencia, se reían de él en su cara.

Don Feliciano no participó en el desfile de ese día; tampoco lo hizo en los sucesivos. No volvió a tomar mezcal ni usó bigote el resto de su vida.

Estos hechos sucedieron en lo que era el pueblo de Jiutepec, en el estado de Morelos, por el año de 1950.