El académico y el estadista

Henry Kissinger, quien, casi al concluir una larga entrevista al medio británico The Economist el pasado mayo y, diríase que apenas levantándose de la poltrona en su conversación con el presidente chino Xi Jinping en julio, falleció a la edad de 100 años, ha dado lugar a innumerables, interminables comentarios.

Su muerte dio, asimismo, lugar a múltiples expresiones de condolencias de gobernantes y gobiernos, entre los que menciono al presidente estadounidense Joe Biden, quien dijo admirar la agudeza del fallecido, “con quien, sin embargo, a menudo estaba en desacuerdo”. El ministerio chino de Relaciones Exteriores elogió “las contribuciones históricas” de Kissinger a las relaciones “sino-americanas”. Putin lo calificó de “hombre de Estado, sabio y visionario”. Según el presidente hebreo Herzog, Kissinger amaba a Israel. Y al lado de estas condolencias, las hubo también de Japón, Reino Unido, Francia y Alemania.

Kissinger podría decirse, como lo hace de sí mismo Don Quijote: “Caballero soy armado, que corre el mundo para desfacer agravios y enderezar entuertos”. Porque es cierto que enderezó entuertos, pero también los provocó en el largo medio siglo de su influencia en la política internacional, como hacedor de la Realpolitik del mundo: consejero de Seguridad Nacional y más tarde secretario de Estado del presidente norteamericano Richard Nixon y en este último cargo con Gerald Ford, (de 1969 a 1977). Por cierto, me permito una ociosa digresión al recordar que, en la presidencia de Luis Echeverría (1970 a 1976) llegó a compararse a su asesor -sin ser secretario de Estado-, el brillante y ambicioso Porfirio Muñoz Ledo, con el Kissinger asesor de otro presidente, Nixon.

Judío, nacido en Alemania durante la República de Weimar en marzo de 1923 y emigrado con su familia a Nueva York en 1938, huyendo de la persecución nazi, hizo una brillante carrera de ciencias políticas en Harvard como estudiante y como académico. De su etapa académica merece mencionarse su tesis doctoral titulada Paz, legitimidad y equilibrio, sobre Castiereagh, protagónico en la derrota de Napoleón y la restauración de Europa por el Congreso de Viena de 1815, y Metternich, enemigo jurado de Napoleón Bonaparte y restaurador igualmente de l’Ancien régime.

Lo que nos da pistas del pensamiento pragmático ¿legitimista respecto a Occidente y más específicamente Estados Unidos y no de Europa, sobre la que preguntó, burlista, cuál es su número de teléfono?, de este Kissinger universitario, pleno de talento, “mordaz y desdeñoso”, dicen sus críticos. Como también nos da pistas de un hombre de Estado que emplea, para bien o para mal, no solo el recurso de su talento, sino su cultura y una sólida formación y bagaje académicos.

Este hombre, que entiende la Realpolitik, la ejerce después de reflexionar sobre ella y nuevamente reflexiona después de practicar su política exterior.

El estadista que ha colaborado con el gobierno de su país: Estados Unidos y el académico que imparte cursos y escribe libros, también brinda asesorías a otros países, empresas, etc., seguramente a precios muy altos, a través de su influyente consultoría, en la que trabajó hasta el día de su muerte. Respecto a México, por cierto, el embajador Carlos de Icaza comentó este 4 de diciembre, en el diario El Heraldo, la visita cordial que Kissinger hizo hace más de 30 años, al entonces canciller Fernando Solana -Icaza era su secretario particular- “que fue el principio de una larga amistad entre dos hombres de Estado”, eficaces diplomáticos. Jorge Castañeda, también canciller a inicios del siglo, relató por su parte a Pascal Beltrán del Río en su reciente programa de radio Imagen Informativa, que, en el año 2000, en el marco de una reunión académica del Tec de Monterrey, el entonces presidente electo Vicente Fox y su canciller Castañeda, conversaron con Kissinger, lo que “dio legitimidad a Fox”. Castañeda añade que él tuvo más ocasiones de conversar con el norteamericano.

Quienes han comentado la reciente entrevista de más de ocho horas, a la revista británica The Economist, que concedió Kissinger, aluden a sus comentarios sobre la guerra entre Rusia y Ucrania -en los que Kissinger habría dicho que Rusia debe retirarse a las fronteras previas al 24 de febrero de 2022, día de la invasión, y que los territorios del Este: Donetsk, Lugansk y Crimea, «podrían ser objeto de negociación después del alto el fuego”. El entrevistado también expresa su preocupación sobre las relaciones de su país con China y el futuro de la Inteligencia Artificial (IA).

 

El legado de Kissinger

El personaje, laureado con el Premio Nobel de la Paz en 1973, cuando se consumaba el sangriento golpe de Estado de Pinochet en Chile con la muerte de Salvador Allende, ha recibido, al lado de juicios tolerantes, comprensivos y hasta de admiración y elogio, críticas al “diplomático identificado con la inmoralidad, el cinismo y la impunidad, contratado no solo por Estados Unidos sino por todo tipo de regímenes, más de uno tiranías.” Una, entre las muchas, sarcástica, que, ante su muerte, dice: Some men improve the world only be leaving it (Algunos hombres mejoran el mundo sólo abandonándolo).

Al margen de estas y otras críticas, podría reconocerse a este pragmático ajeno a la moral o defensor del Equilibrio de Poder (Balance of Power) el valor por excelencia que evita la tragedia irreparable, la destrucción total -ahora por una guerra nuclear mundial- las relaciones de Estados Unidos con China Popular, a través de una diplomacia inteligente e impactante, que llevó al Nixon que más tarde tendría que dimitir por el caso Watergate, a Pekín para sellar el reencuentro de ambas naciones con un decrépito Mao. Igualmente, se debe a la diplomacia Kissingeriana la distensión con la Unión Soviética de Breznev -con el rédito complementario para Estados Unidos del “divide y venceras” a las dos potencias comunistas.

Los análisis y comentarios sobre la diplomacia kissingeriana en la guerra de Yom Kipur son en general positivos, reconociéndole como mérito el alto el fuego y la retirada de Israel de la península del Sinaí.

Pero ahí terminan los méritos, y, en cambio, abundan las críticas, primero, por su responsabiilidad en prolongar la guerra de Vietnam, en los bombardeos sobre Camboya, y ante la guerra de Pakistán contra Bangladesh, verdadero genocidio.

Queda por comentarse la participación de Kissinger en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile, por el que el general Augusto Pinochet derrocó al gobierno elegido democráticamente de Salvador Allende. Y tres años después el apoyo que seguramente habrán tenido los generales argentinos que derrocaron a Isabel, la viuda del generla Perón.

En Chile está claro que desde que en 1970 se hizo evidente que el socialista Allende triunfaría en las elecciones, la estrategia golpista de Kissinger estaba en marcha y que, al no conseguir su cometido intentó por todos los medios -y logró- derrocar a Allende. Contando son los tontos útiles, en el caso, la extrema izquierda, el MIR, que propició el golpe de Estado.

La política kissingeriana en América Latina, además de perversa fue torpe, pues retrasó a la democracia en buena parte de la región, siguió cultivando la ponzoña de dictaduras y gorilatos, propició las guerrillas y dio lugar a la aparición tardía de izquierdas -algunas impresentables, como Nicaragua y ojalá que pronto deje de serlo Venezuela.

 

Colofón

Kissinger escribió un buen número de libros. Jorge Castañeda, en su entrevista radial de hace unos días recomienda, entre otros, On China. Se recomiendan, también, El Orden Mundial y su reciente, Liderazgo: “la visión del autor sobre grandes estadistas del siglo XX: Nixon (¿), De Gaulle, Adenauer, Thatcher, Anuar el Sadat y Lee Kuan Yew. Un libro que mucho se me antoja leer.