En mi colaboración anterior hice notar el engroses que Maquiavelo hizo al capítulo XIX de De principatibus, a partir del versículo 16. “… l’altre voglio discorrere brevemente sotto queste generalità (… quiero tratar brevemente desde este punto de vista genérico). En la parte original de ese capítulo se observa cuidado en la redacción y orden en la exposición.

Lo mismo puede afirmarse del primer agregado que el autor hizo a su texto original (vs. 16 a 21). En esta primera adenda plantea un problema medular para la ciencia política: la división de funciones o lo que la doctrina conoce como división de poderes. Alude a la necesidad de que ese principio exista en la organización constitucional; no lo aconseja con vista a impedir el abuso del poder o con el fin de preservar las libertades; Maquiavelo es más realista; ve la conveniencia de incorporar el principio con el fin de dar seguridad de rey y estabilidad a su reino:

“Los estados bien ordenados y los príncipes sabios han con toda diligencia buscado no desesperar a los grandes y satisfacer al pueblo y tenerlo contento; porque esta es una de las más importantes materias que tiene un príncipe. Entre los reinos bien ordenados y gobernados de nuestros tiempos está el de Francia; en él se encuentran infinitas instituciones buenas, de las que depende la libertad y seguridad del rey; la primera de ellas es el parlamento y su autoridad. Porque quien ordenó aquel reino, conociendo las ambiciones de los poderosos y su insolencia, juzgando que era necesario un freno en la boca que los contuviese, y, por otra parte, conociendo el odio del pueblo contra los grandes, fundado en el temor, y queriendo asegurárselos, no quiso que esto quedase al cuidado particular del rey, para quitarle aquel peso odioso que pudiese tener con los grandes al favorecer al pueblo, y con el pueblo al favorecer a los grandes; y por ello instituyó un tercer juez, que fuese el que, sin carga para el rey, reprimiese a los grandes y favoreciese a los pequeños. No puede ser este orden mejor ni más prudente, ni haber mejor razón para la seguridad del rey y del reino. De aquí puede extraerse una observación notable: que los príncipes deben hacer administrar las cosas odiosas a otros, y las gracias a sí mismos. De nuevo concluyo que un príncipe debe estimar a los grandes, pero no hacerse odiar por el pueblo.” (De principatibus, XIX, vs. 16 a 21).

Los versículos 22 a 68 de ese capítulo son netamente narrativos, que ilustran, pero carecen de la fuerza, profundidad y originalidad de la primera parte (vs.1 a 15), Siguiendo con su práctica, comienza la adenda con un verbo: “Parrebbe forse a molti, …” Como lo hacemos notar en el aparato de notas de nuestra traducción de De principatibus, basándonos en Caprariis, que sigue a Burd, Maquiavelo, para elaborar la adenda, siguió la Historia de Herodiano, traducida del latín por Poliziano y publicada en Roma en 1493. (Nota 46, p. 263).

En la elaboración de ese apartado, Maquiavelo adopta el mismo procedimiento que siguió para elaborar sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio: en éstos, con vista a un apartado de la obra de Herodiano, formula comentarios. La influencia de ese historiador se advierte tanto en la narrativa como en el estilo.

Herodiano, a pesar de ser un escritor tardío (entre el 180 y el 238 de la era actual), conserva un estilo clásico: claro, lapidario y elegante; emito esta opinión a pesar de algunas opiniones en contrario (ver introducción a Historia del imperio romano, después de Marco Aurelio, Gredos, Madrid, 1985, p. 70 y siguientes).

Se nota la influencia de Herodiano en la redacción del capítulo 6, del libro III de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en el que se narra la conjura contra Cómodo.

Herodiano, refiriéndose al emperador Severo, dice: “Era un extraordinario maestro en el arte de simular e inspirar confianza, y no ahorraba ningún juramento, aunque fuera preciso violarlo con vistas a obtener alguna ventaja; su boca pronunciaba lo que no sentía su corazón.” (Historia, libro II, 9, 13, p. 161).

Maquiavelo, en su De principatibus, refiriéndose al papa Alejandro VI, padre del archi asesino César Borgia, mejor conocido como el duque Valentino y de la liviana e incestuosa Lucrecia Borgia dice:

“Mas es necesario saber ocultar bien esta naturaleza y ser gran simulador y disimulador; los hombres son tan simples y obedecen tanto a las necesidades presentes, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.

No quiero, de los ejemplos recientes callar uno: Alejandro VI no hizo jamás otra cosa, y siempre encontró sujetos con quienes poder hacerlo. Y nunca hubo hombre mayor eficacia en aseverar y con mayores juramentos afirmase una cosa, y que la observase menos, no obstante, siempre le resultaron los engaños según sus deseos, porque conocía bien este aspecto del mundo.” (cap. XVIII, vs. 13 a 15).

Herodiano, en su Historia, (libro I, 16, p. 130 y siguientes) refiere las crueldades del emperador Cómodo; también narra los vicios que lo distinguían y que llevó a Marcia, su cortesana, a Leto y a Eclecto a conjurar contra él y asesinarlo.

Maquiavelo, en su De principatibus, con base en lo que dice Herodiano, comenta lo siguiente:

“Pero pasemos a Cómodo, a quien le era de gran facilidad conservar el imperio, por tenerlo iure hereditario, al ser hijo de Marco, a él sólo le bastaba seguir las huellas de su padre, y a los soldados y a los pueblos habría satisfecho. Mas por ser de ánimo cruel y bestial, para poder ejercer su rapacidad sobre el pueblo, se dedicó a conquistar con favores a los ejércitos y hacerlos licenciosos; por otra parte, al no cuidar su dignidad, bajando a menudo en los teatros a combatir con los gladiadores y haciendo otras cosas vilísimas y poco dignas de la majestad imperial, se hizo despreciable a juicio de los soldados. Y al ser odiado por una parte y despreciado por la otra, se conspiró contra él y fue asesinado. (cap. XIX, 50 a 52).

Maquiavelo, en sus Discursos, refiere con detalle la conjura llevada a cabo por Marcia, Leto y Eclecto para eliminar al emperador Cómodo (libro III, cap. 6, vs. 9 y 95).

A lo largo de estas notas he aludido a la obra de Maquiavelo El príncipe, con el título de De principatibus, en razón de que este fue el título que pretendió darle, según se desprende de la famosa carta de 23 de noviembre de 1513, que dirigió a Francesco Vettori. (Machiavelli, Tutte le opere, ob. cit. p. 1157). Ciertamente, como lo han hecho notar algunos comentaristas, Maquiavelo también pretendió darle como títulos a esa obra De principati: de De los principados (Discursos, libro II, cap. 1); o De Príncipe: Del príncipe (Discursos, libro III, 42). Terminó por imponerse el titulo: El príncipe, que le fue asignado por Antonio Blado, primer editor de la obra, en Roma, en 1532, cuando Maquiavelo ya había muerto.

Las circunstancias anteriores han llevado a los estudiosos a sostener que De principatibus, fue escrita antes que los Discursos y que mientras estaba redactando esta obra, cayó en sus manos la Historia de Herodiano, lo que motivo que se engrosaran algunas partes de sus obras, concretamente las adendas que aparecen en el capítulo XIX de De principatibus.