En la antigüedad los juramentos eran algo serio. Como que derivaban de una solemnidad. Se debían cumplir sin importar que se hubieran prestado voluntaria, inadvertidamente o de manera forzada. Los mitos dan razón de algunos que se pronunciaron involuntariamente y que, a pesar de ello, por haberse hecho ante la presencia de un Dios o de una Diosa, obligaban en sus términos. Invoco dos casos.

Antonino Liberal refiere lo siguiente; no me atrevo a decir que es mito o historia:

“Ctesila, hija de Alcidamante, era oriunda de Ceos, de una familia de Yúlide. En cierta ocasión, el ateniense Hermócares la vio danzar en las fiestas píticas, en torno al altar de Apolo en Cartea, y sintió deseos de ella; escribió unas palabras en una manzana y la arrojó dentro del santuario de Ártemis. Ctesila la tomó en sus manos y leyó las palabras en voz alta. Estaba escrito: <<Juro por Ártemis que me casaré con el ateniense Hermócrates,>> “(Las metamorfosis, I, p. 181, Gredos).

El juramento, a pesar de haber sido pronunciado involuntariamente, era válido y debía cumplirse. Su inobservancia tuvo graves consecuencias para la perjura a pesar de que la falta no era atribuible a ella.

El mismo Antonino Liberal alude a una historia similar: la de Aconcio y Cidipe. Zeus era el responsable del cumplimiento de los juramentos y él mismo castigaba a los perjuros. En la mitología se refieren casos de estratagemas para no cumplir un juramento

 

Los juramentos en Roma de la antigüedad

Maquiavelo, refiriéndose a los romanos de la antigüedad escribió lo siguiente

“Y examinando infinitas acciones, del pueblo romano en su conjunto o de muchos de los romanos individualmente, se ve cómo aquellos ciudadanos temían más romper un juramento que la ley, como quien estima más el poder de Dios que el de los hombres, como se pone de manifiesto por los ejemplos de Escipión y de Manlio Torcuato: porque después de la derrota que Aníbal había infligido a los romanos en Cannas, muchos ciudadanos se habían reunido y, desesperando de la salvación de la patria, habían convenido en abandonar Italia y refugiarse en Sicilia, y enterándose de esto Escipión, les fue a buscar y con la espada desnuda en la mano les obligó a jurar que no abandonarían la patria. Lucio Manlio, Padre de Tito Manlio, que luego fue llamado Torcuato, había sido acusado por Marco Pompeyo, tribuno de la plebe, y antes de que llegase el día del juicio, Tito fue a buscar a Marco, y amenazándole con matarle si no juraba retirar la acusación contra su padre, le obligó a prestar juramento, y él, por respeto a lo que había jurado, retiró la acusación.” (Discursos sobre la primera década de Tito Livio, libro primero, cap. 11, Alianza Editorial, Madrid, 1987, ps. 63 y 64).

 

Los juramentos en la trova

Los poetas son dados a formular juramentos; lo hacen a la más mínima provocación. Éstos están referidos a prometer amor eterno. Son palabras que se lleva el viento:

La canción Juramento de Agustín Lara dice:

Juré quererte siempre con locura,

Amarte con frenética pasión

Y ver en la expresión de tu hermosura

La imagen sacrosanta de mi amor.

 

Juré que tu amor de virgencita

Había de ser perfume de mi edén,

Y no pensé jamás que tú me dieras

En cambio de mi vida, tu desdén.

 

Hay otra canción: Juramentos. Ignoro quién la compuso, por eso la califico de autor anónimo; dice:

Si el amor hace sentir hondos dolores

Y condena mi vida entre misterios

Y te diera, mi bien por tus amores

Hasta la sangre que hierve en mis arterias.

 

Si es un rigor de místicos pesares

El que hace al hombre arrastrar largas cadenas,

Yo te juro arrastrarlas por los mares

En lo infinito y negro de mis penas

En lo infinito y negro de mis penas.

 

Una bomba yucateca dice:

Al pie de un árbol muy frondoso

yo vi a la virgen del Carmen;

y te juro, ángel hermoso,

si no llegas a amarme,

me echó de cabeza a un poso,

pero siempre a no matarme.

 

En la Tierra Caliente del estado de Guerrero, allá por los años veinte del siglo pasado, se cantaba un verso que se atribuía a don Juan Bartolo, el máximo compositor calentano, que dice:

“Que me gusta una de aquí,

¿Qué santo me hará el milagro?

Salió a bailar y la vi

y luego me hice yo este cargo:

Como me diga que sí,

hasta la que tengo, largo.

 

Juramentos en el lecho de amor

Entre los griegos y los romanos todos los juramentos debían cumplirse. Hacerlo y exigirlo garantizaba el estado de derecho y la tranquilidad social. El juramento se rendía antes de comenzar un juicio. Se hacía ante el Dios Apolo y tocando una rama de laurel o por el nombre de ciertas plantas.

En la antigua Roma todas las promesas formuladas bajo juramento debían cumplirse, lo eran, incluso, aquellas que se formulaban bajo coacción. Existía el principio: coacta voluntas, voluntas est (la voluntad forzada es voluntad). Para evitar abusos existía una acción por virtud de la cual se obtenía su anulación.

El cumplimiento de un juramento tenía una excepción: nadie estaba obligado a cumplir los formulados o hechos en la cama, en el lecho del amor. La razón era simple: quien lo formulaba en ese lugar y en circunstancias extremas, no tenía voluntad; estaba ausente el consentimiento; al no existir éste, no había juramento válido.

Atendiendo a esa razón, en mis clases en la Universidad, dirigiéndome a las alumnas, les digo: “Cuídense de estos baquetones, a lo lejos se ve que no tienen cara de ser cumplidores de sus promesas o juramentos.”

Los juramentos han pasado de moda. No se hacen; los pocos que se llegan a formular tampoco se cumplen. En México han desaparecido. Los servidores públicos, al tomar posesión de sus cargos prometen guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan (artículos 78, frac. II, 84, 87, 97 y 128).

Como muchos somos testigos alguien nos prometió: regresar al ejército a los cuarteles, acabar con la corrupción, nunca autorizar sobreprecios una vez ganada una licitación, meter a la cárcel a los expresidentes que habían delinquido, controlar a la delincuencia organizada y desorganizada, no recurrir al dedazo, retirarse a su finca una vez concluido su mandato y otras promesas. Fueron palabras que se llevó el viento. Parecieron juramentos formulados en el lecho del amor, cuando no hay voluntad válidamente expresada.