El líder de la disidencia rusa, Alexei Navalny, estaba totalmente consciente de cuál era su destino a corto y mediano plazo; su frase recurrente era la siguiente: “Si deciden matarme, significa que somos increíblemente fuertes y necesitamos usar ese poder para no rendirnos”. Palabras del gran luchador de la oposición de la Federación de Rusia que murió el viernes 16 de febrero pasado, a los 47 años de edad, en una cárcel de máxima seguridad en la región ártica de Yamal-Neneta, muy cerca de los Montes Urales, a 1,900 kilómetros de Moscú. Los servicios médicos carcelarios comunicaron el fallecimiento, sin precisar las posibles causas de su muerte, aunque la televisión pública rusa difundió que murió víctima de un aneurisma. Familiares, amigos, simpatizantes y mandatarios extranjeros aseguran que Navalny fue asesinado por órdenes del presidente ruso Vladimir Putin. De hecho, ya lo había intentado anteriormente. Las autoridades del Kremlin le niegan a Liudmila Navalnaya, la madre del líder opositor, el cadáver con la excusa de que se le practican análisis químicos que duran por lo menos 14 días.

Navalny siempre pensó que el régimen de Putin lo consideraba más peligroso muerto que vivo. Hasta que un día sintió que moría y acto seguido entro en coma. Fue el 20 de agosto de 2020, poco después de tomar un vuelo desde Siberia. Una dosis de veneno Novichok había sido colocado en su ropa interior en el hotel que pernoctaba. Navalny finalmente fue tratado en Berlín y a su regreso a Moscú fue detenido por la policía. No volvió a pisar la calle.

La inopinada muerte del líder opositor fue un golpe devastador para buena parte de la sociedad rusa, que había depositado sus esperanzas para el futuro en el enemigo más acérrimo del presidente Putin. Navalny no dejó de criticar abiertamente al Kremlin, incluso tras sobrevivir a un envenenamiento y recibir varias condenas de prisión.

Como era previsible, la noticia de su muerte corrió por todo el país y el mundo. Centenares de simpatizantes en docenas de ciudades rusas acudieron viernes 16 y sábado 17, a lugares de homenajes improvisados y monumentos a las víctimas de le represión política para rendir homenaje a Nalvany con flores y velas.

En tales circunstancias, en más de 15 ciudades la policía detuvo a 401 personas el sábado 17 por la noche, según informó el grupo de derechos OVD-Info, que monitorea las detenciones policiacas y proporciona ayuda legal.

El fallecimiento de Navalny tiene lugar un mes antes de las elecciones presidenciales rusas, en las que se espera que Vladimir Putin logre otro mandato de seis años, o sea hasta 2030. Así las cosas, al tiempo que la indignación por la muerte del líder se extiende por todo el planeta, Putin, el ex agente del KGB —Komitet Gosudárstvennoi Bezopánosti (Comité de Seguridad del Estado)—, hace oídos sordos a las reclamaciones de Occidente, se prepara para extender su gobierno de 24 años en los comicios y la policía sigue conteniendo cualquier intento de protesta.

Asimismo, pese a la prohibición oficial, Lynne Tracy, embajadora de EUA en Rusia, visitó el domingo 18 un altar improvisado en Moscú, en homenaje al opositor fallecido, cuya muerte en prisión incitó que muchos ciudadanos hicieran lo propio sin importarles las disposiciones policiacas. La diplomática estadounidense visitó la Piedra Solovetski, monumento erigido en memoria de la represión soviética, que se ha convertido en un sitio de peregrinación para los seguidores de Navalny. “Lloramos por la muerte de Alexei y por las otras víctimas de la represión política en Rusia”, indicó la embajadora en sus redes sociales.

Por su parte, Yuliana Navalnaya, la viuda de Navalny, la también abogada, como lo era su esposo, el lunes 19 de febrero, se declaró heredera de la lucha del opositor fallecido contra el Kremlin: “A mi marido no era posible doblegarlo y justo por eso Putin lo mató. De manera cobarde, sin decidirse a mirarle a los ojos o mentar su nombre… Continuaré su causa y les llamo a estar a mi lado… Alexei amaba a Rusia más que nada en el mundo…En mi lugar debería estar otra persona, pero esa persona fue asesinada por Vladimir Putin. Hace tres días Putin mató a mi marido”, en un video difundido en el canal que tenía Navalny en YouTube.

Yuliana transmitió su decisión por medio de un video desde Europa, donde asistió como invitada de la conferencia de Múnich y el lunes 19 de febrero se reunió en Bruselas con los cancilleres de la Unión Europea. Y con Josep Borrell, el español encargado de la seguridad y política exterior de los 27 miembros de la UE, a quienes dirigió un mensaje que no se hizo público. El video se vio seis horas después de publicado, más de 3 millones 200 mil veces.

“Hay que luchar por nuestro país, contra la guerra (en Ucrania), contra la corrupción y contra la injusticia…Sabemos por qué razón Putin mató a Alexei…y sin falta lo vamos al contar. Vamos a revelar los nombres de quién y cómo cumplieron la orden de cometer ese crimen. Vamos a decir sus nombres y a mostrar sus rostros…Al matar a Alexei, Putin mató la mitad en mí, la mitad de mi corazón y de mi alma. Pero tengo la otra mitad y siento que me dice que no tengo derecho a rendirme. Por eso voy a continuar la causa de Alexei Navalny y seguiré luchando por nuestro país…Los invito a ponerse a mi lado. A compartir no solo la inmensa pena y el dolor interminable que sentimos, sino la rabia, la ira y el odio hacia aquellos que se atrevieron a matar nuestro futuro: una Rusia libre, pacífica, feliz y maravillosa con la cual soñaba mi marido”.

La viuda abogada recordó varias palabras de su esposo, pensando en sus compatriotas: “No debe dar pena hacer poco. Da pena no hacer nada…Es una vergüenza tener miedo. Yo no tengo miedo. Y ustedes no deben tenerlo”. Al concluir el mensaje, dijo: “Se que parece imposible hacer más, pero tenemos que hacerlo: unirnos en un puño fuerte y golpear con él a este régimen desquiciado, a Putin, a sus amigos y sus bandidos uniformados, a estos ladrones y asesinos que han paralizado nuestro país”.

En Rusia, mientras tanto, la radio y la televisión pública solamente difundieron la noticia del “gran éxito” en el frente de guerra que significa la conquista de la localidad ucraniana de Avdiivka que, tras cuatro meses de asedio y a un presumible alto costo de vida humanas (el alto mando ruso no da a conocer el número de bajas, y publicar cualquier cifra se considera un grave delito), se confirmó el pasado fin de semana. De la muerte de Navalny, ni media palabra. Putin jamás menciona el nombre de Alexei.

Desde que el viernes 16 se conoció la muerte del líder opositor más famoso de Rusia, varios expresidentes de Estados Unidos de América (EUA), e importantes parlamentarios de ambos partidos en el Congreso denunciaron el papel de Putin, aunque Donald Trump, inexplicablemente había permanecido callado. Después de tres días de mutismo finalmente se pronunció sobre el fallecimiento de Navalny, pero no para culpar a Putin, sino para lanzar un delirante ataque a los demócratas.

En un mensaje en su red social Truth, el ex presidente republicano escribió: “La repentina muerte de Navalny me ha hecho cada vez más consciente de lo que ocurre en nuestro país…Es una progresión lenta y constante con políticos, fiscales y jueces de izquierda radical que nos llevan por el camino de la destrucción. Las fronteras abiertas, las elecciones amañadas y las decisiones injustas de los tribunales están destruyendo a EUA. Somos una nación en decadencia, una nación que fracasa”.

Trump, como se sabe, declarado admirador del presidente ruso, motivó la ira de los aliados europeos de la Unión Americana, al declarar que permitiría a Putin “hacer lo que quiera con los países de la OTAN” que no cumplan puntualmente con sus obligaciones financieras con la Alianza Atlántica.

El mismo viernes 16 del mes en curso, el presidente Joe Biden culpó directamente a Vladimir Putin de la muerte de Navalny en la colonial penal al norte del Círculo Polar Artico, al igual que la principal rival republicana de Trump, Nikki Haley, ex embajadora de EUA en la ONU durante la administración del magnate.

No hay que olvidar que durante su periodo presidencial en la Casa Blanca, entre 2017 y 2021, el extravagante mandatario —ahora acusado en varios juicios penales que están pendientes de sentencia y en otros ya se le encontró culpable—expresó en varias ocasiones su admiración por Vladimir Putin. De acuerdo con la agencia de noticias Reuters, Trump se negó a culpar al mandatario ruso de entrometerse en los comicios estadounidenses de 2016, poniendo en duda las conclusiones de sus propias agencias de inteligencia.

Además, el lunes 19, el octogenario presidente de EUA, afirmó que considera imponer nuevas sanciones a Moscú por la muerte de Navalny. “Ya tenemos sanciones (sobre Rusia) pero estamos considerando sanciones adicionales, sí”, respondió Biden a varios reporteros en la Casa Blanca después de su fin de semana en Delaware. Y, el líder demócrata declaró que espera que la muerte de Navalny impulse a los republicanos a levantar el bloqueo que mantienen en el Congreso a la aprobación de nueva ayuda militar a Ucrania. Además, Biden criticó que la oposición republicana se esté “alejando” de la OTAN y de los “compromisos internacionales” que tiene el Tío Sam. “Es simplemente impactante, nunca se había visto nada igual”, enfatizó.

En 2021, el residente de la Casa Blanca ya había adelantado, después de una reunión con Vladimir Putin en Ginebra, que habría “consecuencias devastadoras” para Rusia si Navalny moría en prisión. Llegó la hora de ver si el Presidente de EUA, no olvida sus “promesas”, y si realmente la memoria no le es tan infiel como sus adversarios le echan en cara.

Alexei Navalny no se hacía muchas ilusiones respecto a su futuro en la cárcel. Con frecuencia hacía alusión a un posible atentado que terminará con su vida, sobre todos desde que fue trasladado a la prisión en el Artico a fines de 2023. Por ello, en un documental que hizo circular clandestinamente, decía a sus seguidores: “Si me matan,  no se rindan”. El opositor regresó a Rusia en 2021, donde fue arrestado y condenado. Pesaban sobre penas por extremismo y desvío de fondos. En prisión, lo castigaron con el régimen de aislamiento. Cuando alguien le preguntaba por qué había  regresado a su patria, decía: “No quiero renunciar ni a mi país ni a mis creencias. Y no puedo traicionar ni al primero ni al segundo. Si tus creencias valen algo, debes estar dispuesto a defenderlas. Y si es necesario haz algunos sacrificios”. El viernes 16 hizo el último y el más grande.

La historia de Rusia contra los Navalny no terminó con la muerte (¿otro homicidio ordenado por Putin?) de Alexei. Mientras escribo esta EX LIBRIS, Putin desatiende la petición de la madre del héroe de la oposición rusa para enterrar a su hijo “como a un ser humano”; en plan de burla, el mandamás del Kremlin ascendió a Valery Boyarinov, subdirector de los servicios penitenciarios (FSIN), apenas tres días después del fallecimiento de Navalny. Boyarinov coordinó personalmente las torturas en contra del adversario de Putin. “Un claro premio por las torturas infligidas al mártir de la democracia rusa”, dicen los partidarios de Navalny.

En tal circunstancia, la familia Navalny está en el punto de mira del gobierno de Putin, que el martes 20 descalificó a la viuda del disidente. El Kremlin tachó de “infundadas y groseras” (sic) las acusaciones de Yulia Navalnaya de que “Putin asesinó a su marido”. Además, la agencia rusa TASS informó que se ha iniciado un nuevo caso penal contra Oleg Navalny, hermano de Alexei. No se precisó bajó que artículos del Código Penal se ha abierto el caso, pero sí se precisó que la policía estaba buscando a Oleg, que ya está en la lista de buscados en relación con otro asunto. En 2014, el “hermano buscado” ya fue sentenciado a tres años y medios de prisión por “fraude”, en un caso “inventado para ejercer presión sobre su difunto hermano”. Putin calla, pero en la sombra actúa contra sus enemigos. Esto no es el fin de la historia. VALE.