Ritmo y suspenso

En otra parte de De principatibus, Maquiavelo da otra lección de cómo manejar el ritmo al escribir; es parecida a la técnica de exposición seguida en VIII, 21 que ya se ha comentado en la primera parte de esta serie:

E, perché conosceva le rigorosità passate averli generato qualche odio, per purgare gli animi de quelli populi e guadagnarseli in tutto, volle monstrare che, se crudeltà alcuna era seguita, non era nata da lui, ma dalla acerba natura del ministro. E, presa sopra questo occasione, lo fece a Cesena, una mattina, mettere in dua pezzi i sulla piazza, con uno pezzo di legno e uno coltello sanguinoso a canto. La ferocità del quale spettaculo fece quelli populi in uno tempo rimanere satisfatti e stupidi. (Y, puesto que conocía que el pasado rigor le había generado algún odio, para apaciguar los ánimos de aquellos pueblos y ganárselos del todo, quiso mostrar que, si alguna crueldad se había cometido, no provenía de él, sino de la acerba naturaleza del ministro. Y tomando de esto ocasión, una mañana lo hizo, en Ceceña, exponer partido en dos pedazos, en la plaza, con un leño y un cuchillo ensangrentado al lado. La ferocidad de ese espectáculo hizo aquellos pueblos, por un tiempo, permanecer satisfechos y estupefactos. (De principatibus, VII, vs. 28 a 30).

 

Los amores de Maquiavelo

En otra colaboración hice notar de que Maquiavelo fue un hombre que se dejó llegar por el Dios Amor; que a los 56 años de edad estuvo locamente enamorado de Bárbara Raffacani Salutati, una mujer casada, actriz, que actuaba en sus comedias (carta de Maquiavelo a Francisco Guicciardini de 16-20 de octubre de 1525, ob cit. p. 1222); también hice notar que ella hizo lo que quiso con el pobre de nuestro autor. Éste le dedicó dos poemas: A stanza della Barbera y Alla Barbera (Machiavelli, Tutte le opere, p. 1004 y 1005). Francesco Guicciardini, el gran escritor, diplomático e historiador, le decía que era su Bárbara (carta 285, de agosto de 1525, ob. cit. p. 1216). Su amigo Filippo de`Nerli la menciona como Barberia (Carta de 6 de septiembre de 1525, ob. cit. p. 1220). Maquiavelo llegó a reconocer que ella le daba más preocupaciones que el propio emperador (carta de 15 de marzo de 1526, ob. cit. p. 1230).

 

Una carta “erótica”

El 8 de diciembre de 1509, cuanto Maquiavelo contaba con cuarenta años de edad, se hallaba en Verona. Estando por algún tiempo alejado de su esposa y de su casa, escribió una carta a su amigo Luigi Guicciadini, quien se encontraba en Mantua. En la carta felicita al destinatario por la aventura amorosa que había tenido con una dama de ese lugar. Maquiavelo, por no quedarse atrás, también refiere una experiencia amorosa que había vivido. La carta comienza con un verbo y de inmediato se siente lo que los griegos llamaban el ritmo, los hechos se suceden unos tras otros de manera apresurada:

Affogaggine, Luigi: et guarda quanto la Fortuna in una medisima faccienda dá ad di homini diversi fin. …” (Ahógate, Luigi: y mira como la fortuna, en una misma empresa, da los hombres distinto fin. …).

En resumidas cuentas, Maquiavelo, en su carta, refiere que hallándose perturbado por carecer de mujer, se encontró con una anciana que le lavaba la ropa y que vivía en una casa que estaba soterrada, a la que sólo le entraba la luz que penetraba por la puerta de entrada. Ella lo invitó a pasar al interior a fin de mostrarle unas camisas por si le interesaba comprarlas. Al entrar a la casa, ella, haciéndose la vergonzosa, corrió a cerrar la puerta, por lo que quedaron totalmente a oscuras; cubriéndose la cabeza y la cara, tomando la mano de Maquiavelo, la puso sobre su cuerpo y le dijo: “Esta es la camisa que quiero venderle, pero quiero que primero la pruebe y después me pague”.

Él, a pesar de que le notó las nalgas flojas, la entrepierna húmeda y el aliento podrido, la fornicó en un momento. Terminada la aventura, tuvo interés en ver la mercancía. Tomó un leño del fogón; con él encendió el candil; tan pronto se hizo la luz, el candil estuvo a punto de caérsele de las manos: “La cosa era para quedarse muerto” por la fealdad de la mujer: en la cabeza calva, en un mechón de cabellos entre canosos y negros, se veían pasear algunos piojos. Lo pocos cabellos que tenía se le juntaban con los de la barba. En su cabeza, que era pequeña y rugosa, tenía una cicatriz de fuego, que la hacía parecer un animal herrado en el mercado.

En cada extremo de las cejas había un montón de cejas llenas de liendres; tenía un ojo más grande que el otro y párpados sin pestañas. La nariz se le metía en la cara; uno de los orificios nasales estaba cortado y lleno de mocos; de su boca chueca, como no tenía dientes, le chorreaba baba; el labio superior tenía pelos largos, pero ralos. El mentón estaba doblado hacía arriba y de él colgaba una bolsa de pellejo.

Maquiavelo, al ver ese espectáculo, quedó atónito. Ella, al observarlo perdido, de manera balbuciente, le preguntó: “¿Qué tenéis, señor? La vieja, al abrir la boca, soltó una bocanada de aliento hediondo y pestilente; esto afectó los sentidos de la vista y el olfato de Maquiavelo; el ataque llegó hasta el estómago, que se le revolvió todo y, sin poder contenerse, la vomitó. “Esa es la moneda con que merecía ser pagada.”

La carta termina con un juramento: “Por el lugar que me corresponde en el Cielo, juro que mientras permanezca en Lombardía no me volverá la calentura.” (Machiavelli, tutte le opere, Sansoni Editore, Firenze, 1971, p. 1112, carta 170).

 

Palabras finales

Es importante estudiar a los clásicos; Maquiavelo lo es en muchos sentidos y por muchas razones. Redacta siguiendo la tradición clásica; en algunos momentos su estilo se acerca al de Cicerón o Tito Livio; los giros de su prosa recuerdan a Salustio; en lo lapidario imita a Tácito; en lo profundo y original de su pensamiento a Aristóteles y Platón; y en cuanto a la claridad de su exposición a Demóstenes. No se puede exigir más.