El mundo está encendiendo las alarmas ante la posibilidad de que Donald Trump sea candidato del Partido Republicano a las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos y derrote a Joe Biden, presidente y candidato demócrata a la reelección. En América Latina, además, el contundente triunfo, no exento de trampas, de Nayib Bukele en los comicios para presidente de El Salvador, causa alboroto entre sus compatriotas y en los países vecinos que lo muestran a sus gobernantes como el ejemplo a seguir. Ambos, el estadounidense y el salvadoreño son la muestra de una fiebre de antidemocracia que se extiende por todos los continentes. Son “demócratas semi-leales” que Steve Levitsky y Daniel Ziblatt, en su recién aparecido libro Tyranny of the Minority, muestran como “políticos respetables que, para perpetuarse no se valen de métodos violentos sino políticos y jurídicos”. Me refiero en este artículo a los dos mandatarios y a otros, algunos de “mundos más lejanos”.

 

Dictador solo el primer día

Trump, en una campaña arrolladora por la candidatura republicana a la elección presidencial de noviembre, dijo a Sean Hannity, presentador de Fox News Channel, que “sería dictador, solo el primer día de su mandato” para cerrar la frontera… y expulsar inmigrantes, pues, lo ha dicho en más de una ocasión, son “invasores que contaminan nuestra sangre”.

La posibilidad -real, porque hoy supera a Biden por algunos puntos en las preferencias de los votantes- de ser reelecto presidente, preocupa al actual mandatario, a republicanos destacados, como la excongresista Liz Cheney y a millones de estadounidenses que, justificadamente, lo consideran una amenaza “a la constitución, la democracia y la República”.

Trump es también una amenaza para el mundo: la Unión Europea se preocupa justificadamente por las declaraciones del norteamericano en las que anima a Rusia a hacer “lo que demonios quiera con cualquier país de la OTAN que no gaste lo suficiente en defensa”. A un Putin que se reelige de nuevo inhabilitando brutalmente a sus eventuales adversarios y hoy amenaza a Estonia, Letonia y Lituania, declarando “en busca y captura a la primera ministra estonia Kaja Kallas por profanar la memoria histórica rusa -ordenó retirar y en algún caso demoler, estatuas y otros símbolos soviéticos que permanecían en el país de cuando estuvo sometido a la URSS. Bien dice Ruth Ben-Ghiat, autora de Strongmen: Mussolini to the Present, en referencia a Putin,al húngaro Viktor Orbán de Hungría y a Xi Jinping que Trump los admira. Y, por el contrario, ha calificado al primer ministro Justin Trudeau, de Canadá como “débil y deshonesto”.

Por cierto, las elecciones norteamericanas registran una protagonista singular: Taylor Swift, la popular cantante, “la artista más famosa del mundo”, que aun en el reciente pasado era considerada un icono de la derecha, de los republicanos –“enviada de los valores de Trump”, dijo de ella en 2016 el diario británico The Guardian- hoy apoya la candidatura de Joe Biden, provocando furiosas reacciones que la acusan de ser “agente del Pentágono”. En todo caso, su apoyo a los demócratas  podría ser “un imán para el electorado joven.”

El dictador más cool del mundo

Así se autonombra, una y otra vez, eufórico, el presidente salvadoreño Nayib Bukele. Vencedor en las elecciones presidenciales del 4 de febrero con casi el 85% de los sufragios, recibe elogios en su país y en no pocos de los países vecinos por haber desarticulado las sanguinarias pandillas, las maras: MS-13 y Barrio 18, que aterrorizaban a El Salvador. Mediante redadas de jóvenes de las clases bajas, gratuitamente tildados de delincuentes, el gobierno tiene en prisión a uno de cada 45 adultos y ha instaurado la paz a través de la violación de los derechos humanos de los prisioneros, sometidos a torturas y exhibidos como animales de circo, en la Prisión Antiterrorista de Tecolula que puede albergar a 40,000 mil reclusos. “La mayor tasa de encarcelamientos del mundo” -se dice.

Tal violencia, ostensible además en los abusos cotidianos de las fuerzas de seguridad del Estado, debería producir indignación, pero es soportada por la inmensa mayoría de una población que ha sido víctima, por largos años del terror de las maras y hoy observa “cambios positivos impresionantes”: por ejemplo, mientras en 2015 la tasa de homicidios era de 106 por cada 100,000 habitantes, el año que termina fue de 2.4, solo detrás de Canadá en la región. De ahí que el 63% de la población haya declarado que no le importa tener un gobierno antidemocrático si le resuelve el problema de la inseguridad y el 86% afirma que hoy vive segura.

Pero Bukele no se ha concretado a “sacrificar la democracia” en aras de la seguridad de sus compatriotas, sino que prescinde de ella para satisfacer sus inclinaciones insanas de dictador. Así, para imponer la aprobación de una ley de seguridad irrumpió en la cámara legislativa acompañado de militares, forzó, igualmente, una interpretación “con fórceps” de la Constitución para reelegirse como presidente, lo que está prohibido; gobierna, asimismo indefinidamente, bajo un régimen de excepción, a pesar de que la ley solo permite a un gobernante acogerse solo por un mes, a tal régimen. De suerte que nadie podrá asombrarse si el mandatario consigue reformas constitucionales que le permitan la reelección indefinida. Al fin este “dictador cool” ha declarado, pensando en sí mismo, que “quien salva a un país no viola la ley”.

El Salvador, desde el exterior no presenta la imagen exitosa de la que dragonea su presidente, celebran muchos de sus compatriotas y elogian otros países centroamericanos. Por el contrario, de acuerdo al último índice de democracia elaborado por The Economist, sufrió el cuarto mayor retroceso democrático del mundo; y, de acuerdo al más reciente informe de la CEPAL, la pobreza extrema en el país aumentó del 5.6% al 8,7%.

En síntesis, ¿habrá que incluir a Bukele y El Salvador -al margen de su tamaño- en el grupo de Chile, Brasil e incluso Colombia; o en el de Cuba, Nicaragua y Venezuela?

 

Tsunami de autócratas y dictadores

Empiezo por Europa, donde sería exagerado hablar de dictadores, aunque a veces algún político siente la tentación dictatorial. En Turquía, por ejemplo, el presidente Recep Tayyip Erdoğan se asoma a la dictadura. Similar comentario podría hacerse de Viktor Orban, primer ministro húngaro, en permanente conflicto en la Unión Europea por sus pulsiones dictatoriales, los obstáculos que pone a los acuerdos que se negocian entre los miembros de la Unión, por ejemplo en el tema de la inmigración en el que se revela racista e intolerante ideológico: solo admite blancos y cristianos; y, por si fuera poco, sus relaciones “sospechosas” con Putin, en feroz y peligrosa controversia con Bruselas. Y, para terminar con la Unión Europea, habría que aludir a los líderes políticos y gobernantes de ultraderecha, con una visión en el fondo euroescéptica, como es el caso del holandés Geert Wilders que intenta acuerdos a fin de gobernar su país. O el caso de la francesa Marine Le Pen, por hoy a de mayores posibilidades de suceder a Macron cuando este concluya su presidencia. O, en fin, Giorgia Meloni, conceptuada de ultraderecha. Aunque para mi la italiana se corrido al centro.

Concluyo con breves comentarios sobre otras latitudes: Sobre India y el premier Narendra Modi, cuyos adversarios lo acusan de debilitar la democracia. Sobre China, solo para referirme a su peligrosa controversia con Taiwán. Sobre Israel y su democracia, que, sin embargo, de la mano del corrupto Netanyahu, propicia crímenes contra palestinos “de a pie”. Y, sobre África dos informaciones: la de que los dictadores de Malí, Níger y Burkina Faso se retiran de la Cedeao, el bloque económico occidental, tras expulsar a los soldados franceses de sus territorios y estrechar sus relaciones con Moscú, “un error -dicen los expertos- tan grave como el del Brexit”.

La otra noticia es la de que Macky Sall, presidente de Senegal, con tal de no perder el poder difirió hasta diciembre las elecciones presidenciales, “rompiendo la imagen de estabilidad de un país que nunca ha sufrido un golpe de Estado y en el que la sucesión en el poder ha sido pacífica prácticamente desde su creación en 1960.” Lamento ambas noticias como Embajador que fui en Mali y Senegal.