Dos rasgos singularizan su literatura, el primero es evidente: sus protagonistas son adolescentes, incluso bajo el título de su primera novela, La tumba, aparece el subtítulo de Confesiones de un adolescente. El libro que yo tengo, que se ostenta como primera edición (julio de 1966) dice Organización Editorial Novaro. (Me destantea que los hijos del escritor, digan que la primera vez que se publicó esta novela fue en la editorial de Jiménez Siles).

Los adolescentes eran, entonces, un sector que, como se dice hoy, comenzaba a visibilizarse, y lo más importante para el capital, un mercado emergente, el de los teenagers (por la terminación en inglés de los 13 a los 19 años). En la literatura, descendían de El guardián en el centeno, de J. D. Salinger y porque también Gustavo Sáinz y otros la invocan, de Lolita, la “ninfeta” de Vladimir Nabokov.

El otro rasgo no menos importante que identifica a estos autores es que recrean el habla, vale decir la de todos los días y en su caso, la de los adolescentes.

Respecto de la lengua hablada, en oposición al modelo literario, muchos críticos mencionan como el origen de esta tendencia, al Ulises de Joyce; en lo personal, pienso en la generación Beat, para mí, es el no más allá de la lengua hablada, como lo corrobora el maquinoescrito sin interrupciones de Jack Kerouac de On the Road (En el camino) con el añadido de las drogas que distingue a Allen Ginsberg, William Burroughs y al mismo Kerouac. (No pases esa puerta tiene, a modo de epígrafe, una canción del Nobel Bob Dylan, a quien algunos suman a esta generación). Además, como la literatura del siglo XX suele tener soundtrack, todo mundo se refiere al ritmo de la prosa de Jose Agustín.

 

Su nombre sin apellidos

Siempre supe que su nombre en corto era para que no lo confundieran con su famoso tío, el compositor guerrerense José Agustín Ramírez, autor de Acapulqueña, la Sanmarqueña y Mariquita (que cantaba mi padre). Pero sólo cuando leí el libro de Pável Granados (Por los caminos de José Agustín Ramírez) conocí el nombre de su otro tío, que es Alejandro Gómez Maganda, padre de Alejandra a quien mi hermana Magdalena le entregó el título de “reina” de la Universidad Femenina. En una entrevista, por cierto, el escritor menciona que su tío Alejandro fue quien le recomendó que leyera Lolita.

 

El taller de Arreola

Ahí surgieron René Avilés Fabila, Roberto Páramo y nada menos que Elsa Cross. Nunca escuché a José Agustín quejarse, pero la llamada Mafia Literaria se les echó en montón para cerrarles el paso. Como siempre, la oposición literaria no era sólo para arrebatar la estafeta: era ideológica. Parece que la relación de Agustín con José Revueltas fue casual al encontrarse presos en Lecumberri, pero hay que recordar que el joven escritor, recién casado con Margarita Dalton para adquirir la mayoría de edad, había sido brigadista en la heroica campaña de alfabetización de la Cuba revolucionaria. (Margarita Dalton publica Larga Sinfonía en D. que por sus siglas alude a la droga de entonces LSD)

Cuando Jiménez Siles publica en dos tomos la obra narrativa de José Revueltas, el mismo autor escribe el prólogo (que migró a la edición de Era a Los muros de agua) y el epílogo fue responsabilidad de José Agustín. A Gustavo Sáinz nunca le escuché una opinión política, pero es autor de esa invaluable antología de entrevistas que se titula Conversaciones con José Revueltas, y a  los discípulos de Gustavo, (unidos, por cierto, en las páginas del Siempre) a veces se les llama generación a la sombra de José Revueltas.