Hay frases que nunca pierden su significado: “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!”, atribuida al ex presidente Porfirio Díaz Morí, cuyo nombre ha sido no solo citado, sino vilipendiado en infinidad de ocasiones desde Palacio Nacional, en las discutidas “mañaneras”, por el actual mandatario mexicano al que se le hizo “demasiado” (poco) vivir en la residencia de Los Pinos y prefirió cambiar de domicilio al histórico sitio donde el tlatoani Moctezuma Xocoyotzin tuvo sus Casas Nuevas y donde el conquistador Hernán Cortés construyó su propio palacio. Nada menos. El caso es que la casa de Andrés Manuel López Obrador está dentro de Palacio Nacional. El austero mandatario vive como aristócrata en un Palacio mantenido por el presupuesto nacional. Así se las gastan los modernos “servidores de la “nación”.

Por coincidencias de la vida, cada determinado número de años México y EUA realizan sus elecciones presidenciales con diferencia de seis meses; en junio en nuestro país y en noviembre en los dominios del Tío Sam. Esto sucederá en los meses señalados de 2024. A cada cambio de inquilino en la Casa Blanca, en Washington, en México —sociedad y gobierno—, manifiestan su esperanza de que los sucesores de George Washington no pequen de antimexicanos. Sueños guajiros. A los mexicanos se nos olvida que el presidente de EUA, es el mandatario de los estadounidenses, y ellos son su principal preocupación. Los mexicanos, cuando mucho, somos los “vecinos del sur”. Y nada más, o nada menos. Así es que no tenemos por qué esperar mucho de los “sobrinos del Tío Sam”. Sin embargo, presidente tras presidente, los mexicanos no perdemos la esperanza que por lo menos, los mandatarios del otro lado de la “border” no nos discriminen. Y en esas andamos.

Ahora, aunque todavía no hay candidatos oficiales, al parecer se disputarán la silla presidencial y la Casa Blanca, el “republicano” expresidente, Donald John Trump, y el demócrata, Joseph (Joe) Robinette Biden Jr., que todavía es el mandatario estadounidense en funciones que busca la reelección para su segundo y ultimo mandato. Dentro del bando republicano, aunque las “dichosas” encuestas “aseguran” que el abanderado resultará ser el extravagante (por decir lo menos de este personaje tan discutible en todos los sentidos), hay una excepcional mujer, la ex gobernadora de Carolina del Sur, Nimrata Nikki  Randhama Haley, mejor conocida como Nikki Haley, de 52 años de edad, descendiente de padres de la India, que fue gobernadora de su estado durante siete años, y embajadora de EUA ante la ONU, está consciente de que el rival a vencer es el empresario naranja y para lograrlo no sólo tiene que mostrarse lo necesariamente distante de él, sino lo suficientemente republicana para no asustar a los conservadores. Por esa razón, ha optado por el discurso de la necesidad de nuevo liderazgos que defiendan los valores del país.

“Necesitamos un nuevo liderazgo para este país”, dijo al criticar “el caos” que lleva Trump donde quiera que va —de su casa a los tribunales y de estos a su hogar-, enfrentando siete causas penales y 91cargos. Asimismo, compara al ex directivo de concursos mundiales de belleza con el octogenario Joe Biden, tratando de aprovechar la impopularidad del mandatario en turno, y advirtiendo que el republicano, de 77 años, tampoco es mucho más joven que el demócrata de 81 años. Además, después de que Trump aparentemente confundiera a Nikki con la anterior lideresa de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, de 83 años, por unos comentarios sobre el asalto al Capitolio, la ex embajadora cuestionó si Trump “es mentalmente apto para gobernar”.

En tales circunstancias, aunque las encuestas y muchos analistas adelantan que Haley no tiene la mayor posibilidad de ganar la nominación de su partido, la ex gobernadora afirmó que continuará en la contienda interna contra su ex jefe, decisión que obligará al magnate a seguir dedicando tiempo y dinero a las próximas primarias en los restantes estados en lugar de dedicarse por completo en lo que será la batalla política contra Biden en la contienda de la elección general.

El fondo del asunto es lo que reveló la primaria en New Hampshire con la “revolución” de Trump: aunque éste continúa convenciendo a una mayoría dentro del Partido Republicano, el ex mandatario probablemente tendrá dificultades en ganarse el apoyo de republicanos moderados que necesitaría, en caso dado, en los comicios del martes 5 de noviembre. Encuestas a boca de urna en New Hampshire indican que hasta 20 por ciento de los votantes que emitieron su sufragio en el estado dicen que no votarán por Trump en la final de noviembre. Los mismos sondeos registran que hasta dos tercios de votantes “independientes” (es decir, no afiliados con ninguno de los dos partidos nacionales), tampoco votarán por el magnate populista.

Por otra parte, la campaña de reelección de Biden ya se enfoca en la elección general contra Donald Trump. El demócrata se ha centrado en los peligros que representa el magnate para el país, si gana la presidencia. Esa estrategia, le está funcionando. Pero el problema aparente para ambos aspirantes al inicio de las primarias, es que una mayoría de los votantes no desean otra ronda entre Biden y Trump. Un sondeo nacional de Decision Desk HO/News Nation dado a conocer el lunes 29 de enero registró que 59 por ciento de los votantes empadronados no están “muy” o “nada entusiasmados” con una revancha entre estos dos candidatos.

Mientras el proceso avanza, en otro sondeo de Reuters/Ipso de fin de semana, se mostró que Trump aventaja al presidente Biden por seis puntos porcentuales y que los estadounidenses están descontentos con una revancha electoral que se hizo más evidente después de New Hampshire. La muestra, hecha entre 1,250 adultos de todo el país, indicó que el magnate aventaja al mandatario por 40 por ciento a 34 por ciento, mientras que el resto no está seguro o piensa votar por otra persona o por nadie. La encuesta tuvo un margen de error de tres puntos porcentuales.

La agenda de los líos judiciales de Trump, está bastante nutrida. Siete son los juicios que aun están pendientes de resolución en su contra. El primero —cuyo veredicto se tiene previsto para el miércoles 31 de enero—, es el caso por haber cometido fraude en el valor de sus activos: alterar el monto real de su riqueza para recibir mayores apoyo de los bancos y otros actos. El siguiente, que podría resolverse el lunes 4 de marzo, corresponde a un proceso criminal que tiene como centro el asalto al Capitolio por sus fanáticos el 6 de enero de 2021, así como otras acciones con el propósito de revertir su derrota en los comicios presidenciales de hace cuatro años. Si resultara culpable, la sentencia podría ser hasta de 20 años de cárcel, lo que ipso facto le  imposibilitaría ejercer un segundo mandato en el Ejecutivo nacional. Los restantes cinco cargos, tres de ellos fueron catalogados como criminales, lo que también le obligaría a cumplir sentencia de cárcel; los otros dos son procedimientos civiles. Aunque parezca mentira, todas estas acusaciones en su contra —que incluyen desde fraudes hasta asaltos sexuales e intento de golpe de Estado—, en lugar de descalificarlo para la Presidencia de EUA,  parecería impulsarlo. Eso quisiera un sector impresionante de la sociedad estadounidense. Al parecer la parte menos democrática de la Unión Americana. No son pocos los analistas que lo consideran un vulgar patán, de toda la vida, que sigue siendo racista y misógino, aunque esos negativos rasgos de su personalidad representan el riesgo tangible de convertirse en políticas públicas en el país más poderoso militarmente hablando, en contra de México. Lo más sorprendente del caso es que hay periodistas e intelectuales de izquierda, que manifiestan el deseo de “darle una segunda oportunidad” a Trump porque “ya pudo haber aprendido la lección”. Hay quienes ni la burla perdonan.

Mientras el tiempo, que nunca perdona, corre y el viernes 26 de enero fue condenado por un jurado de Manhattan a pagar 83.3 millones de dólares a la escritora Elizabeth Jean Carroll por difamarla en 2019 después de que ella lo acusó de violarla décadas antes. La compensación, muy superior a los 10 millones de dólares que reclamaba la escritora y periodista, se desglosa de la siguiente manera: 65 millones en divisa estadounidense, por daños e intereses, 11 millones por reparación por afectar la reputación de la afectada y 7.3 millones de compensación financiera.

El jurado concluyó, después de más de dos horas de deliberaciones, que Elizabeth Jean Carroll fue víctima más que de “daños nominales” y que Trump actuó de manera “maliciosamente, por odio, mala voluntad o rencor, vengativamente o en indiferencia, imprudente o deliberada” contra la autora. El jurado estuvo compuesto por hombres y dos mujeres. Trump o asistió regularmente al juicio, pero durante los argumentos finales abandonó abruptamente la sala del tribunal y regresó más tarde.

Cuando se leyó el veredicto el acusado estaba ausente, pero en su red, Truth Social, publicó: “¡Absolutamente ridículo! Y añadió que apelaría del veredicto y finalizó con este texto de pena ajena: “ Le han quitado todos los derechos de la Primera Enmienda. ¡ESTO NO ES ESTADO UNIDOS!”. Afortunadamente para muchos estadounidenses, la justicia de EUA todavía funciona.

Respecto a la “esperanza” de que el presidente de EUA —de la filiación política que sea—, actuara a favor de México y de los mexicanos antes de proteger a sus conciudadanos, a fines de la semana anterior Joe Biden, más la clase política de uno y otro partido, incluyendo a Donald Trump, demostraron, una vez más, que los intereses que les importan son los referidos a los estadounidenses antes que ningún otro. En forma pragmática así suele suceder.

De tal suerte, informaron muchos corresponsales, la sorpresiva amenaza del presidente Joe Biden de sellar la frontera con México si se aprueba un acuerdo bipartidista sobre migración, provocó divisiones entre la clase política con el apoyo de un grupo de demócratas relevantes como la luchadora Nancy Pelosi, y la negativa de Trump y del líder de la Cámara de Representantes, Mike Johnson.

Sucedió lo siguiente: el sábado 27 de enero durante un acto político nocturno en Carolina del Sur, para apoyar el acuerdo entre republicanos y demócratas sobre migración, que se negocia en el Senado, el octogenario presidente confirmó que esta iniciativa le ayudaría a arreglar el “fallido sistema de inmigración y permitir un acceso rápido” solo para personas “que merecen ingresar a Estados Unidos”.

Biden agregó: “(Esto) me daría como presidente la autoridad de emergencia para cerrar la frontera hasta que vuelva a estar bajo control. Si ese proyecto de ley fuera hoy, cerraría la frontera ahora mismo la arreglaría rápidamente” (sic).

Si Biden creyó que su propuesta era genial, muy rápido comprobó lo contrario. De hecho, esta postura representaba un vuelco de 180 grados en su plataforma política de 2020, por lo que fue rechazada ipso facto por un grupo de de republicanos importantes, como el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson y la gobernadora de Dakota del Sur, KristI Noem, que ha sido mencionada como posible compañera de fórmula con Donald Trump, en la vicepresidenta.

Para que no hubiera duda el mismo sábado 27 de enero, en un discurso en Las Vegas, Trump puso los puntos sobre las íes. El magnate solicitó (ordenó) a los senadores republicanos no podar el acuerdo bipartidista que le daría a Biden el poder para cerrar la frontera.

¿Y los mexicanos que pintan en este lío? Nada. Todo lo resuelven, a su criterio, los altos mandos de la política estadounidense, demócratas y republicanos. Sea Biden o sea Trump. Al grado que el político naranja aceptó que “algunos senadores republicanos lo culparan a él, en lugar de aprobar una mala iniciativa de ley que le diera más poder a Biden”. Así son las cosas. Nada más, nada menos. “¡Pobre México, tan lejos de Dios…!” Y, el presidente López Obrador, al referirse al caso, se contentó en decir que todo eran promesas de campaña política. Y que tanto Biden como Trump “eran muy buenos con México”. VALE.