El serpentario que es Medio Oriente se incendió el 7 de octubre de 2023 a partir de los ataques “Inundación del Aqsa” que, desde la Franja de Gaza lanzó Hamas, el grupo terrorista palestino gobernante de Gaza, contra Israel. El saldo de innumerables víctimas y rehenes, solo en ese día fue de 1200 muertos, hombres, mujeres, niños y bebés, más de 1500 heridos y más de 240 secuestrados.

Se añade a esta contabilidad de los ataques de Hamas. que siguió creciendo exponencialmente, la que resulta de la respuesta de Israel, encabezado por el primer ministro Benjamín Netanyahu, que, sin perjuicio de su derecho a responder, en legítima defensa, a la agresión, ha sido sanguinaria -el 5 de febrero, según fuentes creíbles habría más de 27,000 y más del 50% de las casas de la Franja destruidas- lo que una parte de la comunidad internacional considera violatoria del derecho internacional humanitario y calificable como crímenes de guerra.

La respuesta de Israel ha sido ciertamente congruente con las expresiones y atmósfera anti palestinas en el país, tanto entre los más de 700,000 judíos que han establecido colonias en territorios palestinos, como por los dichos de políticos de extrema derecha, más de uno en el gobierno, como Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad, rabiosamente anti palestino, que en 1995 amenazó de muerte a Yitzhak Rabin, primer ministro israelí y personaje clave en las negociaciones de los llamados Acuerdos de Oslo: Rabin, Arafat y Clinton, cuando Israel y Palestina -la OLP- se reconocieron mutuamente. Rabin fue asesinado semanas después.

Precisamente ha sido Ben-Gvir quien, en una entrevista con The Wall Street Journal, afirmó que Biden obstaculizaba el esfuerzo bélico de Israel al brindar ayuda humanitaria y combustible a Gaza; y añadió: “Si Trump estuviera en el poder, la conducta de EU sería completamente diferente”. Un agresivo, infame comentario criticado por líderes políticos destacados como Benny Gantz, para quien el comentario “provocó un daño tremendo a las relaciones con Washington” y como Yair Lapid, para el que tal comentario de un ministro del Gobierno significaba que Netanyahu había perdido el control del propio gobierno.

La guerra iniciada por Hamas y a la que Israel responde sin tregua -al margen de acuerdos parciales de intercambio de rehenes, auxilio médico, corredores humanitarios, etc.- además de provocar innumerables y rabiosas manifestaciones tanto a favor de Israel como antisemitas, dio lugar a una denuncia de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia, acusando al gobierno hebreo del delito de genocidio contra el pueblo palestino. La denuncia que podría justificarse a la luz de las declaraciones de algunos ministros del gobierno exigiendo “limpieza étnica”, fue respondida por la Corte, con firmeza, y al mismo tiempo con prudencia, pidiendo al gobierno hebreo “que prevenga la comisión de actos de genocidio en Gaza, que tome las medidas necesarias para prevenir y sancionar actos de incitación pública al genocidio y que permita la entrada de ayuda humanitaria”.

Por otro lado, los sorpresivos ataques de Hamas mostraron graves, increíbles fallas de inteligencia, militares y de seguridad del Estado hebreo, contra la creencia popular e incluso entre gobiernos, de que los israelíes contaban con excelentes niveles de seguridad militar y en materia de espionaje. Se suponía que Hamas estaba vigilada y controlada -ha estado, además, financiada por Qatar, con el conocimiento, la anuencia y la complicidad israelí. Por si fuera poco, entre las revelaciones que van apareciendo se descubre que organismos de seguridad del Gobierno de Estados Unidos y otros habrían advertido a Tel-Aviv de que algo estaría fraguando Hamas.

Además, tanto en medios de prensa serios -el New York Times, por ejemplo- así como entre analistas internacionales -el equipo de El Orden Mundial, que cité en mi artículo anterior- ‘y entre políticos respetados, como el jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, se confirma, con pruebas, que Benjamín Netanyahu estuvo detrás de la creación de Hamas, así como el acuerdo ¿la colusión? del premier judío con Qatar para la entrega periódica, por parte del Emirato, de recursos millonarios a la propia Hamas para gobernar Gaza y -obvio- la compra y producción de armamento.

La “Guerra de Gaza”, como sabemos, ha dado lugar a otras turbulencias de las que Estados -hasta caudillos- pretenden obtener réditos: los huties de Yemen atacando buques occidentales en su travesía por el Mar Rojo, Irán, ¿con la solapada protección de Rusia?, Irak, Hezbolá, Siria.  Desde luego, en esta lucha de influencias, Estados Unidos tiene la comprometedora misión de proteger a su aliado Israel, que se torna impresentable. Mientras la guerra echó por la borda el establecimiento de relaciones diplomáticas y en el ámbito del desarrollo nuclear entre Israel y Arabia Saudita, que ambos deseaban.

¿Por qué entonces Hamas, apoyado subrepticiamente por el Israel de Netanyahu, ¡por Netanyahu!, lanza el ataque criminal de 7 de octubre contra el Estado hebreo y su primer ministro? Entre las explicaciones, los analistas -Ignacio Álvarez-Ossorio, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid, por ejemplo- citan las declaraciones de Ismail Haniyeh, máximo responsable político de Hamas, en 2020, afirmando que entre los principales objetivos de Trump, detrás de los llamados Acuerdos de Abraham que él propuso, estaba “liquidar la causa palestina, impulsar la alianza de Israel con regímenes de la región -Tel-Aviv ya inauguró o restableció relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán- y dividir la propia región en dos campos: amigos y enemigos.

De esta suerte, las pretendidas relaciones diplomáticas -y de cooperación nuclear- entre Israel y Arabia Saudí, monarquía que abandera la Organización para la Cooperación Islámica y, además, alberga los santuarios sagrados de La Meca y Medina, por lo que juega un papel central tanto en la esfera árabe como islámica, habría sido un golpe mortal para los palestinos y su Estado: Ryad los habría sacrificado, y eso no podía permitirlo Hamas, que lanzó la sanguinaria operación “Inundación del Aqsa” e hizo abortar las relaciones judío-sauditas.

La represalia de Israel es esta guerra para destruir a su enemigo que, sin embargo, parece suicida a la luz de datos como estos: Hamas cuenta con 30 batallones militares, de los que solo se han destruido 3. El cerebro de los atentados de octubre, Yahya Sinwa, ha desaparecido, al igual que sus líderes. Hamas, por otro lado, recibe contribuciones económicas de infinidad de fundaciones y empresas, no pocas de países de Occidente, y ¡cien millones de dólares anuales por parte de Irán!

La situación, que se está convirtiendo en una guerra expansiva, produce, por una parte, intentos de solución: el 7 de febrero de 2024 el jefe de la diplomacia americana se encuentra en Israel para discutir condiciones a efecto de finalizar la guerra, pero por otra, una brutal cerrazón: Netanyahu rehúsa “ceder a las demandas del enemigo” y ordena al ejército atacar la ciudad más al sur de Gaza. Porque el premier judío, como se sabe, tiene comprada la impunidad de sus graves delitos de corrupción mientras se mantenga en el poder.

Concluyo refiriéndome a la que hoy se considera la única solución a este conflicto de odios étnicos y religiosos con su secuela de crímenes y destrucción: la llamada “solución de dos Estados”, Israel y Palestina, que “vivan lado a lado, en paz y seguridad”. Solución avalada por resoluciones de la ONU y otros importantes pronunciamientos internacionales, pero boicoteada en Israel y torpemente hecha a un lado por algunas instancias palestinas. Requiere negociar lo relativo a parte del territorio que corresponde a Palestina y está siendo invadido por colonos judíos, extremistas y apoyados por el Estado.

“Dos Estados no es la solución, pero es la única que hay”, titula el experto Andrés Ortega a su análisis, en El País, del 15 de diciembre pasado, sobre la guerra de Israel contra Hamas, para concluir como lo hacen múltiples líderes políticos y gobiernos, que se pronuncian por tal solución y algunos reconocen ya al Estado palestino: el presidente Biden, Josep Borrell por la Unión Europea y específicamente el canciller Olaf Schol, de Alemania, el rey Felipe VI de España, David Cameron, ministro del Exterior del Reino Unido, António Guterres, secretario general de la ONU, y el Papa Francisco. ¿Y México? Nuestros gobiernos han apoyado la solución de Dos Estados, pero su relación diplomática con Palestina es ambigua. Sin embargo, en el plan de gobierno de Xóchitl Gálvez se prevé expresamente el reconocimiento del Estado palestino. ¿Y en el de Claudia Sheinbaum?