Inicio con un chiste que ni Catón se sabe: “Un viejillo ensoñador le dice a una joven de no malos bigotes: Ay, si usted quisiera y yo pudiera…, seríamos tan, pero taaan felices”.

La gran pregunta para los tiempos que corren en México, y ante la creciente presencia del ejército mexicano en tareas más allá de su razón de ser y naturaleza, es ¿hasta dónde piensan llegar y, lo más relevante, si verdaderamente desean jugar el papel de empresarios administradores de servicios públicos a gran escala?

Consecuente con la anterior interrogante, deviene otra más, en el sentido de si realmente las fuerzas armadas –al menos en México– están formadas para la provisión de bienes y servicios, sujeta a las fuerzas del mercado, a la ley de la oferta y la demanda, la rendición de cuentas, someterse a consejos de administración, comités de vigilancia, contralorías internas y externas, bancos acreedores ¿Estarán dispuestos a seguir un plan de negocios económicamente viable, a ser reprendidos por sus órganos de gobierno por incumplimiento de metas, a ser despedidos y a arriesgar ser acusados incluso por mal manejo o desvío de recursos? ¿Está en su ADN esta mentalidad empresarial? Mi opinión es que no.

En mi muy particular percepción, pienso que los militares están hechos para la guerra: matar o morir en cumplimiento del deber. En las capas primigenias del cerebro del ser humano, en particular los que tiene la cimiente del guerrero, yace el instinto asesino con el que la naturaleza dotó a las bestias carentes de razón para un solo propósito: sobrevivir; aunque el guerrero -desde el más modesto hasta el más encumbrado estratega- a ese instinto de conservación lo ha dotado de inteligencia, de método, de reglas. En suma, desde tiempos inmemorables, los guerreros han convertido la lucha en una ciencia en constante perfeccionamiento. El guerrero, como el soldado, son seres que han iluminado el instinto depredador de la bestia, con inteligencia, método y sentido del honor. Cualidades exclusivas del ser humano.

Pero ¿serán entonces los militares avezados en las ciencias de la administración de recursos? Sin duda los son, pero el resorte de su acción proviene de ese instinto de conservación, de supervivencia, de lucha y, más aún, del deseo de victoria. La pérdida de vidas humanas, armamento, territorios, ciudades y hogares son las variables con que se mide la derrota o el triunfo. La economía de guerra, aunque genera grandes ganancias a unos cuantos, poco o nada tiene que ver con la economía de mercado, cuyo fin es proveer satisfactores y alicientes para quien consume y trabaja cotidianamente.

Si alguna aportación trascendente han hecho las ciencias de la guerra a la economía moderna, es la logística (del griego: “capacidad de calcular”), disciplina que nace básicamente en la Segunda Guerra Mundial, y que ahora permea en todas nuestras actividades de producción, distribución y consumo. Sin embargo, ello no quiere decir que los padres de la logística moderna puedan incursionar exitosamente en las economías en tiempos de paz: ellos la crearon (la logística), sí, pero su ciencia y conciencia está concentrada en la lucha armada.

Confrontemos lo dicho con lo que sucede en otras ramas de la ciencia; por ejemplo, de los más recientes premios Nobel en medicina, un buen número no son médicos, por lo que es de suponer que un químico o físico no nos va a curar el cáncer o un dolor de muelas, aunque haya dado la pauta científica para su curación, como tampoco podemos suponer que un militar va a poder administrar una aduana, una línea aérea, un tren de pasajeros, una refinería, un banco, un puerto marítimo o la construcción de grandes obras civiles. No digo que no pueda hacerlo, pero ejecutará las tareas con un criterio militar, de defensa y salvaguarda de los valores que le han sido encomendados; esto es, la soberanía del territorio y la integridad de sus habitantes.

La guerra armada y frontal en México, por cierto, hace alrededor de un siglo -desde el fin de la Revolución- que no nos aqueja. De aquí que la aprobación de nuestras fuerzas armadas provenga más por labores de protección contra desastres naturales y prevención de enfermedades, concomitantes, sin embargo, a una situación de guerra.

Y, entonces, vuelvo a la pregunta inicial: ¿Realmente querrán los militares asumir tareas para las que no han sido llamados? ¿En su intimidad, querrán los altos mandos y la tropa someterse a la dura prueba de hacer rentable un ferrocarril o una línea aérea? ¿Querrán vender pasajes y hacer reservaciones? ¿Querrá su noble causa dedicarse a revisar la Carta de Porte y la fracción arancelaria aplicable al comercio exterior? ¿Arriesgarán su buena fama a acusaciones, por ejemplo, de contrabando de huachicol importado? ¿Querrán someter a sus mejores cuadros a apetitosas propuestas de corrupción de cárteles criminales y empresas inescrupulosas, como Odebrecht?

¿Alguien le ha preguntado a los militares?

Hasta ahora han recibido órdenes, cumplidas sin regateos, como les impone su disciplina; pero ¿quieren?, ¿pueden? Su historia de doscientos años y su formación me indican lo contrario. No es justo que ahora se le pida peras al olmo, o, más bien, peras al verde olivo. En última instancia (y sólo en última instancia) las fuerzas armadas están entrenadas para matar o morir, sea contra el enemigo o por menguar los efectos adversos de la Naturaleza; la disuasión es un camino alterno a la confrontación y no siempre funciona.

(Aquí me apetece reseñar una típica nota de prensa disuasiva: “Ante las masacres, incendios y bloqueos en la ciudad equis, el gobierno de la república equis, instruyó abrir una carpeta de investigación y ha enviado 300 elementos del Ejército y la Guardia Nacional quienes desfilaron por la avenida principal –sin bajarse de sus unidades artilladas ni dejar de vigilar sus celulares ni por un momento- para disuadir a los malandros; éstos, a su vez, se les vio acudir con sus mamás a quienes prometieron sembrar vida (léase “arbolitos”) y ser parte de los jóvenes encargados de construir el futuro y consagrarse al patriótico papel de ser siervos de la nación, también de una Nación equis. La disuasión, en suma, ha sido todo un éxito. Fin de la nota.)

Volvamos al tema. En el manejo de las armas, sobre todo con las pistolas, la conseja es: “si la vas a sacar, úsala; si no, ni la traigas”, o como lo tengo grabado en un antiguo puñal charro: “No me saques sin razón ni me guardes sin honor”. Sabias consejas que en la práctica indican que, si en lugar de usar tu arma de cargo, ofreces un abrazo -no lo dudes-, te devuelven un escupitajo, una mentada de madre o un balazo.

Debo decir que el Ejército Mexicano me inspira el mayor respeto y admiración. Recientemente me invitaron a publicar un artículo en la revista militar ARMAS, bajo el título “Y si Adelita quisiera”, aludiendo al lastimero llamado del soldado por el amor de su inalcanzable soldadera. Ahí expresé la visión que tengo desde mi niñez por los soldados mexicanos. Para que no quede duda.

Cuando hoy la principal preocupación de la ciudadanía es la violencia e inseguridad, al Ejército le corresponde, no la expansión, sino la concentración. Desde la historia más antigua, la expansión militar ha sido la causa principal de las grandes derrotas, el fin de los imperios expansionistas: el Gran Kan en Eurasia; Julio César en África; Carlomagno en Alemania; Solimán en Europa; Napoleón y Hitler en la helada Rusia. El PRI con su carro completo. No hay duda: es más fácil conquistar un imperio que administrarlo. O, en palabras modernas, es más fácil ganar una elección que gobernar un país. Hoy la democracia, en términos taurinos, es como una puerta de toriles: te permite salir exultante al ruedo, pero del toro depende ser indultado… o salir con una estocada, con rechifla y sin arrastre lento, o todavía peor, enviado vivo a toriles encaminado por vaquillas mansas.

Si las candidatas que pretenden hoy la presidencia de México –Claudia y Xóchitl– le preguntaran a los militares si están contentos con las nuevas responsabilidades asignadas, o si preferirían volver a lo suyo, puedo asegurar que optarán por una honrosa retirada y velar por la misión, aún más honrosa, de salvaguardar a la Patria. Y ellos, como Vicente Guerrero, lo saben: “La Patria es primero”.